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Camila Jensen, atrapada en un amor no correspondido por su jefe Andrei Dupont desde hace años, ve su mundo derrumbarse cuando se anuncia su compromiso con otra mujer. Desesperada y sin saber cómo manejar sus emociones, busca consuelo en el alcohol. A la mañana siguiente, se despierta en una habitación desconocida junto a un hombre que conoce muy bien, pero lo realmente que la desconcierta es que le exige asumir la responsabilidad de lo que sucedió. Ahora, Camila se encuentra en una situación caótica: tiene que lidiar con un "novio" accidental mientras sigue sufriendo al ver cómo el hombre de sus sueños es feliz con otra. Entre el dolor de su amor perdido y su nueva realidad, Camila estará en busca de la forma de reconciliar sus sentimientos y descubrir si puede encontrar el amor donde menos lo esperaba.
Camila se despertó con un dolor de cabeza tan intenso que soltó un gemido, apretando sus sienes en un intento desesperado por calmar el malestar. No era la primera vez que el alcohol la dejaba así, sabía que podía beber mucho, pero las resacas siempre la dejaban destruida. Esta resaca, sin embargo, se sentía diferente. Escuchaba el suave sonido de la lluvia, un sonido que solía calmarla, pero hoy no servía de mucho.
Un segundo gemido escapó de sus labios cuando su cuerpo entero empezó a quejarse. Cada músculo, cada fibra la torturaba con un dolor punzante, pero el peor de todos se concentraba entre sus piernas. El pánico la golpeó de repente, haciéndola abrir los ojos de golpe. ¿Qué demonios había pasado anoche?
Intentó levantarse de la cama, pero el dolor era tan fuerte que apenas podía moverse. "¿Pero qué diablos...?" murmuró entre dientes, completamente desconcertada. Su mirada recorrió la habitación, buscando algo familiar, pero todo era desconocido. Las paredes eran de un gris claro, las cortinas elegantes, y los muebles modernos; nada de eso pertenecía a su vida.
Con un poco de esfuerzo, esbozó una sonrisa amarga. El alcohol me ha jugado una mala pasada otra vez, pensó con cierta ironía. No sería la primera vez que despertaba en un lugar extraño después de una noche de excesos. Al menos esta vez no había terminado dormida en un ascensor, como aquella vez que, demasiado cobarde para declararse a su jefe, había bebido hasta desmayarse. La risa escapó de sus labios, pero se detuvo de golpe cuando la cruda realidad la golpeó como un balde de agua fría.
El anuncio de matrimonio de Andréi.
La razón por la que había bebido tanto la noche anterior se instaló con claridad en su mente, borrando cualquier rastro de diversión. Andréi, el hombre por el que había suspirado durante seis largos años, su jefe, su amigo... ahora comprometido con otra mujer. El anuncio la había destrozado.
Se llevó una mano al pecho, intentando calmar el nudo que se formaba en su garganta. ¿Por qué tuvo que ser así? Ella había esperado, aguantado, creyendo en secreto que él sentía algo por ella, pero nunca tuvo el valor de decirle nada, siempre paralizada por el miedo de arruinarlo todo. Y ahora, todo había terminado sin siquiera haber comenzado.
Camila se quedó quieta por un momento, con el corazón palpitando en sus oídos. La incomodidad en su cuerpo la obligaba a moverse, y aunque el dolor era persistente, hizo un esfuerzo por apartar un poco la manta que la cubría. Lo que vio la dejó sin aliento.
Su piel estaba marcada con líneas y manchas rojas que cubrían sus brazos, su pecho y sus piernas. Parecían moretones o... huellas de manos, suaves pero evidentes. La sangre se le heló. ¿Quién le había hecho esto? Sus dedos recorrieron con delicadeza las marcas, como si al tocarlas pudieran revelarle alguna verdad oculta. Se sintió aún más vulnerable, más confundida. ¿Cómo había llegado a esto?
El sonido del agua hizo que levantara la cabeza de golpe, su mente, aún adormecida, tardando en comprender. No era lluvia lo que escuchaba. El sonido provenía del baño. El agua de la ducha seguía corriendo. ¿Sería el hombre con el que se acostó? La imagen de ese cuerpo masculino le vino de golpe. Apenas había alcanzado a ver su rostro, pero ahora su mente empezaba a juntar piezas.
Se frotó las sienes, intentando aliviar el dolor de cabeza, pero no había forma de calmar la confusión que la inundaba. Camila no era ingenua, sabía lo que había pasado, aunque su mente seguía en blanco sobre los detalles. Había dormido con un hombre al que apenas conocía. Tomó una decisión en ese momento. Tenía que dejar de beber, al menos por un tiempo. El alcohol le había arrebatado el control, y ahora estaba pagando el precio.
Perdida en esos pensamientos, no se dio cuenta de que la puerta del baño se había abierto hasta que una voz la hizo estremecer.
-¿Estás despierta?
El sonido la hizo levantar el rostro. De pie, en la entrada del baño, estaba un hombre envuelto en una toalla, su cabello aún húmedo y desordenado. Camila lo miró fijamente. Su cuerpo era realmente impresionante, eso pensó antes de que sus ojos chocaran con los de él, eran de un color gris cegadores. Camila se quedó totalmente estática. ¿Quién era ese hombre?
Su aura tranquila, pero peligrosa la hizo ponerse en guardia, tratando de calmar en temblor en su cuerpo.
-¿Estás herida?
La pregunta flotó en el aire por un momento. Camila quiso decir que sí, que cada parte de su cuerpo dolía, que las marcas en su piel contaban una historia que no entendía del todo. Pero al mismo tiempo, sentía una punzada de vergüenza. ¿Fue él quien la dejó así? La duda la carcomía, pero las palabras se negaban a salir. El peso del desconocimiento, la vulnerabilidad de no recordar todo lo sucedido, la mantenía atrapada en un silencio incómodo.
Finalmente, tras una pausa que pareció eterna, dijo:
-No, estoy bien.
¿Qué acababa de decir? La respuesta fue inmediata, automática, pero completamente equivocada. Se maldijo mentalmente por su estupidez. ¿Por qué dije eso? Nada en su cuerpo estaba "bien". Todo dolía, y las marcas eran una prueba obvia de que había algo más que un simple despertar con resaca. Pero las palabras ya habían salido de su boca, y no podía retirarlas.
El hombre la observó detenidamente, como si supiera que su respuesta no era del todo sincera. Camila sintió que sus ojos atravesaban la fachada que intentaba mantener, pero no hizo ningún comentario. En cambio, simplemente asintió, sin dejar de mirarla con esa calma inquietante que le erizaba la piel.
¿Cómo se suponía que debía enfrentarse a él después de lo que había pasado? Camila se sentía completamente expuesta, y no solo por la situación, sino por la intensidad que él proyectaba. Era una fuerza que, de alguna manera, le recordaba a la de Andréi, su jefe. Ambos hombres compartían una presencia dominante, una autoridad silenciosa que parecía llenar la habitación. El extraño, aunque más relajado en su postura, irradiaba ese mismo tipo de poder que la hacía sentir pequeña, casi insignificante.
Este no es un hombre común, pensó Camila con certeza. Había algo en la forma en que se movía, en cómo la miraba, que le hacía pensar que no era simplemente un hombre que había tenido una noche loca con una mujer borracha. No, había algo más en él, algo que no alcanzaba a descifrar. Y esa idea la inquietaba profundamente.
-¿Pasa algo? -preguntó con una voz tranquila mientras se subía a la cama y se arrastraba lentamente hacia Camila.
Su corazón se detuvo por un segundo al escuchar esa voz más de cerca. La familiaridad de su rostro se volvió innegable.
¡No puede ser!
Los ojos de Camila se agrandaron de puro asombro y horror al darse cuenta de quién era. Dylan Reed.
El impacto la dejó sin aliento.
¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo es que no lo reconocí de inmediato?
Ese rostro, esa mirada intensa... Era inconfundible. El chico más infame de la universidad. El monstruo que fingía ser humano. Dylan Reed.
Los recuerdos la golpearon como una ráfaga helada. Dylan había sido una figura envuelta en rumores oscuros y tenebrosos, alguien temido y evitado por casi todos. Sus secretos y su reputación lo hacían parecer más una sombra que una persona real. Y ahora él estaba aquí, justo frente a ella, mirándola con esos ojos intensos, como si todo esto fuera completamente normal.
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