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El aire en el restaurante de lujo se sentía tan pesado como la losa que acababa de caer sobre mi corazón. Ricardo, el hombre con el que me casaría en un mes, me miraba con una exigencia fría, pidiéndome que le donara un riñón a Elena, su 'hermana', que supuestamente se estaba muriendo. Resultó que los análisis "pre-boda" que me había insistido en hacer la semana pasada eran solo para confirmar mi compatibilidad, no para nuestra salud futura. Me veía como una solución a un problema, no como su prometida. Pero lo más cruel no fue la demanda de un órgano, ni la manip manipulación; fue la vil mentira que descubrí cuando mi teléfono sonó esa noche. Una enfermera amiga de mi prima me reveló la verdad: Elena no necesitaba un riñón, sino un trasplante de médula ósea. ¡Era leucemia, no insuficiencia renal! De repente, él no solo me estaba usando, ¡me estaba engañando de la forma más vil e imperdonable para un fin tan oscuro! ¿Cómo podía haber sido tan ciega? ¿Cómo alguien que decía amarme podía manipularme de esa manera? ¿Quién eres realmente, Ricardo? ¿Y qué otras mentiras me has ocultado? La rabia fría y lúcida reemplazó el dolor. Se acabó. Borré todas nuestras fotos, publiqué que la boda estaba cancelada y justo en ese instante, el teléfono volvió a sonar. Era Mateo, mi amigo de la infancia, y lo que me dijo a continuación cambió mi vida para siempre.