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Blakely "Blake" Brooks es una prolija patinadora artística en hielo nueva en una ciudad a la que no le gustan los extraños. Damon Hunter es un aclamado jugador de hockey local. Damon odia a Blake y disfruta de hacer su vida en la escuela un infierno, y luego de un año, Blake sigue sin saber la razón. Pero cuando el primo de Damon llega a la ciudad y se acerca a Blake de forma inesperada, Damon comienza a mostrar celos injustificados y actitudes posesivas que ella no logra comprender. La cabeza de Blake dice "corre", y su corazón dice "quédate". Damon es todo lo que no debería querer y todo lo que aun así desea, pero cuando sus labios están en su cuello y sus manos en su cuerpo, es fácil olvidar lo mucho que se odian y usar su apasionado odio para encuentros más... provechosos.
Afirmándome los patines fuertemente alrededor de los pies, miro a mi alrededor, pensando en qué cabalidad tendré que afrontar el día de hoy por parte del idiota de turno. La pista parece vacía, y a pesar de que siempre podría haber gente en los camerinos, no logro escuchar ninguna voz a lo lejos que me diga que no estoy sola.
Me pongo una sudadera de polar y entro a la pista. A alguna de las chicas que practican aquí les gusta utilizar teñidas de competición para practicar, aludiendo a que así pueden acostumbrarse a las condiciones oficiales de las competencias. Por mi parte creo fielmente que morirse de frío todos los días es contraproducente, así que para practicar utilizo mis calzas deportivas y un buen abrigo para el cuerpo que me permita moverme con fluidez.
Los entrenamientos grupales han acabado hace horas, y el equipo de hockey no se ve los sábados, por lo que la costa está despejada cuando empiezo a patinar y a afiatarme con el hielo de hoy. Está un poco resbaloso por una pulida reciente, pero a veces eso me ayuda con la fluidez de mis trucos.
Caliento un poco mis músculos con vueltas a la pista y pequeños saltos simples antes de comenzar a practicar la primera parte de mi rutina para la presentación del miércoles por la tarde. Las chicas habían hecho varias prácticas generales durante la semana por su cuenta, pero como siempre yo no estaba incluida. Seguía siendo la rechazada incluso un año después de haber llegado a esta ciudad.
Wolf Lake era una ciudad críptica. No le gustaban los forasteros y a los forasteros tampoco les gustaba ella. Había pasado más de un año intentando encajar en lo que por un momento creí que era mi mundo, pero seguía siendo la chica que ellos jamás aceptarían. Demasiado rara. Demasiado tímida. Demasiado inocente. Demasiado forastera.
Había vivido en un pequeño pueblito de Quebec toda mi vida hasta que cumplí 16. Iba en una escuela para mujeres y tenía una gran casa en los suburbios. Mi vida era casi perfecta, solo le faltaba el listón de oro.
Pero luego papá engañó a mamá, y mamá nos trajo al único lugar que papá no pudo transferir cuando transfirió todas las propiedades a nombre de su hermano para que mamá no pudiera reclamarlas en el divorcio: la casa de su hermana, que había muerto hace algunos meses y había dejado como único heredero a papá. A pesar de que nunca habíamos conocido a la Tía Helen ni siquiera de nombre hasta que un abogado se presentó en nuestra casa, papá seguía siendo su familiar vivo más directo, por lo que heredó esta casa en este pueblo abandonado por la decencia y los buenos modales. Fue la única propiedad que no consiguió vender ni transferir a tiempo (problemas legales por la herencia y además nadie en su sano juicio viviría aquí por voluntad propia), así que mamá pudo quedársela, y si papá quería venderla, necesitaba su consentimiento y compartir bienes.
Cuando llegué aquí todo era nuevo. Era la primera vez que convivía con chicos de mi edad fuera de las pistas de patinaje, era la primera vez que podía usar ropa casual y no uniforme para la escuela. También era la primera vez que mamá me daba un poco más de libertad para ser una adolescente.
Pensé que el desastre del primer día solo era un pequeño desfase en mi camino a hacerme una vida aquí, pero había estado muy equivocada.
Hice el enemigo incorrecto, e incluso sin saberlo, me hundí socialmente.
-¿Blake? ¿Qué haces aquí a esta hora? Pensé que todos se habían ido a casa a celebrar la victoria del equipo de hockey.
Miro a Sandra, mi profesora de patinaje artístico y le sonrío de una forma que apenas puedo sostener. Ella sabe que las chicas no me aceptan, pero no sabe que en realidad nadie en la escuela me acepta más que Fred, mi único amigo y aliado que había sido desterrado hacia el repudio social por no haber sido del agrado de la persona incorrecta.
No me importa celebrar la victoria de los Lobos Blancos. Si fuera por mí, desearía que el amado equipo de hockey de la ciudad desapareciera bajo tierra.
-No he tenido tiempo de practicar, y quería aprovechar la soledad -me encojo de hombros, como si no me importara.
Sandra me mira con un deje de tristeza que intenta ocultar. Sabe que hoy es mi cumpleaños, y que debería estarlo celebrando en algún lugar con amigos y familia, pero esta ciudad es cara, y solo vivimos aquí porque nadie parece interesarse en comprar la casa de tía Helen como para irnos a otro lugar, por lo tanto, mamá está trabajando como usualmente hace para poder alimentarnos, vestirnos y pagarme todos los costos asociados al patinaje artístico. Mi única familia no puede celebrar mi cumpleaños conmigo porque está haciendo un turno doble en el hospital, donde trabaja en el área de aseo, y Fred no sabe que es mi cumpleaños.
-Sabes que siempre puedes practicar mañana. Deberías ir a casa a comer pastel.
No le digo que en casa no hay un pastel esperando porque le dije a mamá que no tenía ganas de uno este año. En realidad, no tenía ganas de hacerla gastar dinero en la ridículamente cara y monopolizada pastelería de la ciudad, pero mamá siempre haría lo posible por hacerme feliz. Prefería decir que no quería pastel antes que decirle la verdadera razón.
-Eso desearía, pero se acabó a la hora de almuerzo.
-Odio preguntar esto, pero... ¿te llamó tu papá?
No puedo evitar hacer una mueca ante la mención del hombre que engañó a mi mamá, nos dejó sin nada, y se fue con su amante a un viaje por Europa la siguiente semana. No hablaba con papá desde aquel día en que mamá lo encaró y él hizo sus maletas para marcharse. Hoy, estúpidamente, había tenido la esperanza de que recordara que era mi cumpleaños y me saludara, pero la esperanza murió rápidamente a medida que las horas pasaban, y la única esperanza que tenía ahora era terminar mi sábado sin contratiempos.
Niego con la cabeza antes de responderle.
-No lo hizo.
-Lo siento mucho, Blake.
-No pasa nada -me encojo de hombros-. Era lo esperado.
-¿Por qué no vienes conmigo a casa? Puedo preparar una cena especial para ti.
No quiero decirle a Sandra que su hija Evangeline me odia más que todos los demás y solo lo oculta cuando ella está cerca, porque no me interesa romper familias con cosas irrelevantes, así que solo vuelvo a negar con la cabeza.
-Es muy amable de tu parte la invitación, Sandra, pero el mejor regalo de cumpleaños que puedo darme es patinar a solas un rato.
Ella parece querer seguir discutiendo conmigo, pero finalmente suspira y lo deja pasar.
-Nos vemos el lunes en el entramiento, Blake -se despide.
-Nos vemos el lunes -me despido de vuelta y la veo desaparecer a través de la salida de emergencia.
Suspiro mientras pienso en todos los problemas de mi vida por unos segundos y luego sacudo todo cuando comienzo a patinar. Mi cuerpo se mueve con fluidez y la música en mi cabeza se reproduce casi como si estuviera sonando en realidad. Olvido mis problemas y mis miedos y patino, patino y patino hasta que mis músculos adoloridos me ruegan que pare, e incluso así sigo un poco más.
Me estoy ajustando la toalla luego de salir de la ducha cuando escucho unos pasos fuera de los camerinos. Me asomo un poco para ver la sombra, pero no logro distinguir mucho. Los pasos siguen más allá, hacia los vestidores de los chicos. Quizá alguno de los jugadores de hockey tendría algo que hacer.
No le doy más importancia mientras conecto el secador a la corriente. En el momento en que logro enchufarlo, la puerta se abre de golpe y suelto un pequeño gritito.
No. No. No. Todo menos él.
Estoy demasiado horrorizada como para hacer algo más que afirmar mi toalla hasta que mis nudillos se emblanquecen. Sus ojos grises me escanean con aburrimiento mientras yo lo miro con los ojos bien abiertos, casi como si no creyera que él de verdad está ahí.
-No te preocupes, Blakely, no hay nada que me interese mirar ahí. No tienes que sujetar esa toalla como si tu vida dependiera de ello.
No digo nada porque sigo sin saber qué decir, pero el insulto a mi apariencia da en el blanco de mi ego adolescente y superficial.
Damon siempre da en el blanco, fuera y dentro de la pista.
-Este es el vestidor de chicas -digo con inseguridad, sabiendo que mi voz suena patética como cada vez que Damon está cerca o dirigiendo su atención hacia mí.
-Gracias, nunca lo habría notado sin tu ayuda -espeta con sarcasmo mientras abre el casillero de Evangeline.
-¡Estoy tratando de vestirme! -colapso.
Damon se gira a mirarme con su desdén habitual. No le importa en absoluto que ha entrado conmigo en toalla. A Damon jamás le importa si lo que hace puede afectarme. Es más, entre más doloroso sea, más le encanta.
-Y yo estoy buscando algunas cosas para Eva. Puedes vestirte sin problema, ya te dije que no me interesa mirar. Si tienes un problema con eso, entonces puedes joderte, Blake. Esperarás a que termine.
Todo en lo que puedo pensar es en que lo odio, en que maldigo el día en que mis inocentes ojos de adolescente que jamás había asistido a una escuela con chicos había posado sus ojos en él pensando que era el chico más maravilloso de la tierra.
En realidad, Damon era la definición del diablo disfrazado de ángel.
Me encuentro sin palabras, como siempre que soy víctima de la brutalidad de sus acciones y palabras. Había esperado terminar el día tranquilo, pero ningún día puede ser tranquilo si Damon se cruza con él. Ahora solo puedo esperar que su salida sea rápida e indolora.
-Por cierto -se gira de pronto, mirándome como si se creyera superior a mí en todos los aspectos-, sé que hoy es tu cumpleaños.
-¿Cómo sabes eso? -pregunto, sorprendida.
-Eso no importa, Blake -me sonríe con cinismo- Felices 17. Aprovéchalos mientras puedas, porque cuando el lunes comience la escuela no seré tan benevolente como ahora.
Contengo mi respiración hasta que Damon deja el vestidor. Se va sin darme una última mirada y finalmente puedo respirar, pero la escena no ha dejado a mi corazón calmado.
El diablo disfrazado de ángel.
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