/0/4951/coverbig.jpg?v=dc74c43573f4ad6534b81c8f99ac8a38)
Amaya Vega es una joven española que desea acabar con su vida lo más pronto posible. Llega a Ámsterdan en busca de un suicidio asistido, lo que no sabe es que durante su estadía conoce a Leonardo Burgos, un médico con una visión acerca de la vida y la muerte un tanto retorcida, y le hará pensar acerca de si su vida vale la pena o si la mejor cura para sus heridas es la misma muerte.
Se acercaba diciembre y el clima era realmente frío por aquellos días, cualquier persona que me observara caminar con la vista gacha por las calles de Ámsterdam, pensaría que estoy de vacaciones; una amarga sonrisa se dibujó en mi rostro cuando aquel pensamiento se presentó en mi cabeza, desde ya hace casi un año en el que no tenía vacaciones.
Pero... ¿Qué de importante tienen unas vacaciones?
La respuesta era simple: siempre salía de vacaciones junto con mis padres y ahora era imposible repetir aquellos hermosos momentos... ellos fallecieron a inicio de año.
Hace una semana había llegado a este hermoso país y mi estadía había sido de todo menos alegre o emocionante, en realidad, me invadía una profunda tristeza, algo inexplicable, como si me faltara alguna parte de mi cuerpo y quizá no era algo que se podía observar a simple vista, pero desde la partida de mis padres sentía como si caminara por el mundo y estuviera incompleta.
-Hoy es el día -me dije a mí misma y sonreí para darme ánimos o al menos eso intentaba.
Mi móvil comenzó a sonar, observé el celular, quien me llamaba era Enzo, el mejor amigo de mi padre. Rodé los ojos y corté la llamada de inmediato, no me apetecía hablar con nadie en aquel momento, realmente hace una semana que no contestaba llamadas; reí en mi interior, como si me llamaran mucho, ya no tenía a nadie más, sólo me quedaba Enzo, quien se había comportado como un tío desde mi nacimiento.
Acomodé mi suéter y seguí caminando. Era el último día de mi vida, quería darme un gran lujo para despedirme de este mundo, quería consentirme por última vez; pero ni siquiera tenía fuerzas para eso, así que, cuando había llegado al estacionamiento del supermercado de inmediato subí a mi auto y apoyé mi cabeza en el timón mientras cerraba los ojos y soltaba un suspiro cansado.
-No le daré tantas vueltas al asunto, no tengo ni siquiera con quien platicar en estos momentos, no encuentro la lógica de querer darme el mayor regalo de despedida, cuando mi mayor regalo lo tuve durante veintidós años y no lo aproveché como yo quisiera. -Cerré aún más fuerte mis ojos y unas cuantas lagrimas salieron de ellos.
Estuve sentada en el auto escuchando algunas de mis canciones favoritas, antes de despedirme de él, canté a todo pulmón y no me importaba si las personas de mi alrededor podrían escucharme, ¿qué más daba?, todo había acabado para mí desde hace mucho tiempo, no tenía por qué seguir de pie...
Una imagen de aquellos pequeños niños que tenía bajo mi cargo en la Fundación Deseo se vino a mi mente, quizá ellos eran lo único que tenía; sin embargo, mi estado mental como mi salud me impedía darles todo lo que ellos merecían, era mejor que otra persona quedara a cargo de ellos.
Nadie sabía dónde me encontraba...
A nadie le había comentado de mi decisión...
Era muy difícil que alguien supiera todo lo que estaba viviendo, porque irónicamente no tenía a nadie.
Encendí el auto y con la poca fuerza que me quedaba para seguir respirando, para seguir de pie, me dirigí hacia la organización. Hace mucho que había arreglado los papeles para tener un suicidio asistido, inconscientemente reí, seguramente mis padres estaban muy decepcionados de mí allá en el cielo.
Quería disfrutar un momento de aquel clima tan encantador que cubría toda la ciudad de Ámsterdam, así que decidí manejar con lentitud mientras bajaba los vidrios del auto y dejaba entrar aquel frío tan exquisito y tan navideño.
Esta ciudad es todo un sueño para cualquiera, pero para mí se había convertido en toda una pesadilla; no sé qué suceda después de la muerte, pero si los muertos llegarán a tener conciencia seguramente recordaría este día y esta ciudad como lo más triste de mi vida.
Conduje por un par de horas, siempre con la precaución de no causar tráfico y a la vez disfrutando los últimos momentos de mi vida. Recordaba a mi familia, los momentos que viví con mis padres y como después de su muerte una gran depresión me invadió y como nunca pude superarla.
Lo que era aún más duro para mí era el hecho que mi tío Enzo sintiera que por alguna razón yo era la causante de la muerte de mis padres, que yo les había consumido la vida, él nunca me lo dijo expresamente; pero por sus actitudes, por algunos comentarios sentía o lograba percibir cierto rencor hacia mí, le había arrancado a su mejor amigo, a su hermano.
Al llegar a la organización, estacioné el carro con mucho cuidado, observé su interior con cierta nostalgia, era el auto de mis padres y muchos recuerdos estaban dentro de él, en sus asientos, en sus vidrios. Era un lugar pequeño, pero muy lleno de historias. Con mi delicada mano toqué el asiento del copiloto e inconscientemente me estaba despidiendo del auto, sin querer lo estaba haciendo y con ello me estaba despidiendo de mi sufrimiento.
Tomé el celular entre mis manos y con los ojos vidriosos pensé en llamar a Enzo, tenía la tentación de hacerlo, pero me abstuve, no quería darle otro dolor más, era injusto que lo hiciera sufrir de esta manera, prefería que se diera cuenta cuando ya todo estuviera hecho.
Me bajé del coche y me coloqué mi suéter que cubría totalmente mi cabeza, por alguna extraña razón no quería que nadie viera mi rostro, como si me sintiera avergonzada de mi decisión y quizá sí, había dejado de luchar, había renunciado a mi vida porque me sentía sin fuerzas.
Sin más que decir, caminé hasta las puertas de la organización y entré con un poco de timidez, mientras en mi mano observaba el nombre de la persona que asistiría mi suicidio: Cristina Ayala, la doctora Ayala.
Tragué grueso, a pesar que la decisión estaba tomada aún me costaba asimilar que hoy era mi último día de vida y que aquellos suspiros cansados que salían de mi boca eran los últimos que sentiría y escucharía... Llegué hasta el área de asistencia y con mi voz temblorosa pregunté:
-Buenas, vengo en busca de la doctora Ayala - dije casi en un susurro.
La secretaria me observó un poco desconcertada y preguntó:
- Usted necesita de nuestros servicios?
Yo asentí levemente con mi cabeza.
-Esto me lo entregaron, me dijeron que cuando llegara el día se lo entregara a la persona que estaba atendiendo. Imagino que es usted.
La secretaria tomó los documentos, los observó de forma rápida para luego escribir en un papel el número de habitación donde se encontraría la doctora Ayala.
-Búsquela en esa habitación, ella la está esperando. Espero y esté segura de su decisión señorita... -hizo una pequeña pausa para ver mi nombre en los documentos - Vega
Me quedé muda no podía responderle nada a aquella desconocida, pero sus palabras removieron algo en mi interior y sentí cierta confusión por unos instantes.
Con el número de habitación en la mano seguí caminando rápidamente, ahora no había nadie que me pudiera detener, no había nada solamente los pasillos del hospital y yo.
Empecé a ver colores obscuros, no sabía que me pasaba, no podía ver a las personas que se encontraban cerca de los pasillos, los objetos; en mi cabeza únicamente se encontraba el número de habitación, era lo único que podría percibir y pensar. Mis manos estaban sudorosas a pesar del gran frío que estaba haciendo en la ciudad, sentía como las gotas de sudor resbalaban desde mi frente hasta mis mejillas.
Había un cierto porcentaje de inseguridad en mí, pero la decisión ya estaba tomada y cada paso que daba hasta llegar a la habitación me hacía sentir más segura de realizar el suicidio asistido.
Aquel lapso de tiempo se me hizo eterno, los segundos se hicieron minutos y los minutos se convirtieron en horas. No había caminado mucho; sin embargo, mi respiración era agitada y cansada, seguro el cansancio no era físico, sino mental.
Al fin, llegué hasta la habitación, las puertas no eran como las de un hospital cualquiera donde se puede ver el interior de la sala, las puertas eran más parecidas a las de una habitación, para que nadie supiera lo que sucedía detrás de unos simples pedazos de madera.
No sabía qué hacer... No sabía si entrar de un sólo o llamar a la puerta... Lo único que sabía es que ya no había marcha atrás.
Rebeca cree que es inocente, pero no más que los demás. Rebeca cree que el amor se viste de rojo y que por las noches es solo pasión. Rebeca piensa que la vida es solo luz, como si se tratara de un sol; pero se da cuenta de que también hay oscuridad. En este viaje, ella aprenderá que cada hombre y cada amor se tiñen de diferente color.
En su borrachera, Miranda se acercó audazmente a Leland, sólo para encontrarse con su mirada fría. La inmovilizó contra la pared y le advirtió: "No me provoques. Dudo que puedas soportarlo". Poco después, su compromiso se canceló, dejándola en la indigencia. Sin otras opciones, Miranda buscó refugio con Leland. Con el tiempo, asumió el papel de madrastra, cuidando a su hijo. Llegó a comprender que la decisión de Leland de casarse con ella no se debía solo a que ella era obediente y fácilmente controlada, sino también porque se parecía a alguien que él apreciaba. Ante la solicitud de divorcio de Miranda, Leland respondió con un abrazo desesperado y una súplica para que reconsiderara su decisión. Miranda, impasible, respondió con una sonrisa de complicidad, insinuando un cambio en su dinámica. El señor Adams, que siempre fue el controlador, ahora parecía ser el atrapado.
Anoche pasé una noche erótica con un desconocido en un bar. No soy una mujer al azar. Hice esto porque estaba muy triste ayer. El novio que había estado enamorado de mí durante tres años me dejó y se casó rápidamente con una chica rica. Aunque actúo como si nada hubiera pasado delante de mis amigos, estoy muy triste. Para aliviar mi estado de ánimo, fui solo al bar y me emborraché. Accidentalmente, me encontré con él. Él es más que atractivo e increíblemente sexy. Como el deseo controlaba mi mente, tuve una aventura de una noche con él. Cuando decidí olvidarme de todo y seguir adelante, descubrí que mi aventura de una noche se convirtió en mi nuevo jefe. Un tipo posesivo.
Madison siempre había creído que se casaría con Colten. Pasó su juventud admirándolo, soñando con su futura vida juntos. Pero Colten siempre le fue indiferente, y cuando la abandonó en el momento en que más lo necesitaba, por fin se dio cuenta de que él nunca la había amado. Con la determinación de empezar de nueno y sed de venganza, Madison se marchó. Tenía por delante un sinfín de posibilidades, pero Colten ya no formaba parte de su vida. El hombre, por su parte, corrió a buscarla presa del pánico al darse cuenta de ello. "Madison, por favor, vuelve conmigo. Te lo daré todo". Sin embargo, fue su poderoso tío quien abrió la puerta y le dijo: "Ella es mi mujer ahora".
Se suponía que era un matrimonio de conveniencia, pero Carrie cometió el error de enamorarse de Kristopher. Cuando llegó el momento en que más lo necesitaba, su marido estaba en compañía de otra mujer. Carrie ya estaba harta. Decidió divorciarse de Kristopher y seguir adelante con su vida. Sin embargo, solo cuando ella se marchó, Kristopher se dio cuenta de lo importante que era ella para él. Ante los innumerables admiradores de su exesposa, Kristopher le ofreció 20 millones de dólares y le propuso de nuevo: "Casémonos de nuevo".
Linsey fue abandonada por su novio, quien huyó con otra mujer el día de su boda. Furiosa, ella agarró a un desconocido al azar y declaró: "¡Casémonos!". Había actuado por impulso, pero luego se dio cuenta de que su nuevo esposo era el famoso inútil Collin. El público se rio de ella, e incluso su fugitivo ex se ofreció a reconciliarse. Pero Linsey se burló de él. "¡Mi esposo y yo estamos muy enamorados!". Aunque todos pensaron que deliraba. Entonces se reveló que Collin era el hombre más rico del mundo. Delante de todos, se arrodilló y levantó un impresionante anillo de diamantes mientras declaraba: "Estoy deseando que sea para siempre, cariño".
Rena se acostó con Waylen una noche cuando estaba borracha. Y como ella necesitaba su ayuda mientras él se sentía atraído por su belleza juvenil, lo que se suponía que sería una aventura de una noche se convirtió en algo más. Todo iba bien hasta que Rena descubrió que el corazón de Waylen pertenecía a otra mujer. Cuando esa mujer regresó, dejó de volver a casa, dejándola sola por muchas noches. Finalmente, un día, la pobre chica recibió un cheque y unas palabras de despedida. Para sorpresa de Waylen, Rena solo sonrió y dijo: "Fue divertido mientras estuvimos juntos, Waylen. Pero espero que no nos volvamos a ver nunca más. Que tengas una buena vida". Sin embargo, por voluntad del destino, los dos se volvieron a encontrar. Al ver que Rena tenía a otro hombre a su lado, los ojos de Waylen ardieron de celos y gritó: "¿Cómo diablos lograste seguir adelante? ¡Pensé que solo me amabas a mí!". "¡Es pasado!", Rena se burló, "hay demasiados hombres en este mundo, Waylen. Además, tú fuiste quien pidió la ruptura. Ahora, si quieres salir conmigo, tendrás que hacer cola". Al día siguiente, Rena recibió un anillo de diamantes y un mensaje del banco de que alguien había transferido miles de millones a su cuenta. Waylen apareció, se arrodilló frente a ella y dijo: "¿Puedo saltarme la fila, Rena? Todavía te quiero".