Segunda entrega de la saga de fantasía épica, tierra de leyendas. En este mundo cruel y oscuro, nuestros héroes continúan su camino a través de muchas dificultades. Una aventura en donde los héroes no son siempre tan buenos y los villanos tienen su lado bueno y bondadoso. Al final comenzaremos a darnos cuenta, que como en la vida real, el bien no siempre triunfa y el mal tiene muchas caras y se manifiesta de muchas maneras.
La sexta compañía del ejercito real del reino de Moravia avanzaba cautelosa pero a buen paso por entre el bosque encantado. A la cabeza de esta compañía estaba Otto Benavente, un capitán leal y con larga trayectoria, quien había sido designado por el mismísimo general de todos los ejércitos de Moravia, Famir. La travesía por entre aquel bosque, hasta ese momento inexpugnable para los hombres, debía hacerse a un paso lento pero seguro. Aquel bosque estaba lleno de historias, algunas de ellas fantásticas e increíbles.
Historias que hablaban que aquel bosque era protegido por gigantescas amazonas que capturaban y mataban a los hombres despedazándolos con sus propias manos gracias a su fuerza sobrenatural. Otras historias hablaban incluso que en aquel bosque los arboles cobraban vida gracias a los hechizos de los elfos antiguos. Estos árboles, según se decía, tenían la facultad de hablar entre ellos e incluso moverse con libertad, se decía que estos árboles eran implacables y violentos contra los hombres que osaban adentrarse en aquel bosque. Pero Otto sabía muy bien que esas solo eran historias para contarles a niños asustadizos, más sin embargo el capitán le había pedido a toda su compañía estar atentos a todo lo que ocurría a su alrededor, no quería llevarse alguna sorpresa.
Otto cargaba con una gran responsabilidad impuesta por el general Famir. Se sentía afortunado por haber sido escogido para tal misión, por encima de otros capitanes de otras compañías del ejército real, él había sido escogido por su devoción y eficacia, así que esta era una gran oportunidad para demostrar su valía y así ser tomado más en cuenta en la guerra que se avecinaba. Pero de igual manera, sabía que tenía una presión muy grande, el fracaso aunque era una posibilidad real, no estaba entre los planes del capitán. Pues sabía muy bien lo que le ocurriría si llegaba a fracasar. El rey Wenceslao y Famir en especial, eran muy intolerantes con quienes mostraban ineptitud.
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Unas semanas atrás, el mismísimo Famir, le trasmitió a Otto las órdenes directas venidas desde el mismísimo rey Wenceslao. Las informaciones de los espías, informantes y seguidores de rastros eran iguales. Todos coincidían en que eran altas las posibilidades que Kyra, hija de Teófilo, difunto rey de Britania, estuviera escondida en aquel bosque, llamado el bosque encantado, más precisamente en un lugar conocido como el "santuario de la madre Liris". Aquel lugar, nombrado en muchos de los textos antiguos y antiguas leyendas, era prácticamente un mito. Ningún hombre lo había visto con sus propios ojos y había vivido para contarlo. Así que el capitán Otto, partió al mando de su sexta compañía con la misión expresa de encontrar aquel santuario escondido en algún lugar de ese bosque y de dar captura a aquella mujer, que parecía ser tan importante para su rey.
Por otra parte, Famir había escogido a sus mejores y más letales elementos y armó un grupo con el fin de dar caza al Medio-elfo y el Kalijary, aquellos quienes ayudaron a escapar por segunda vez a la chica. Aquella debía ser una misión de búsqueda y exterminio.
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La sexta compañía avanzaba, adentrándose cada vez más en aquel inmenso bosque. A pesar de los arboles altos, el sol se filtraba, iluminando muy bien cada rincón del bosque, dándole un colorido especial a toda la vegetación. En las copas de los árboles y revoloteando de aquí para allá, los pájaros, de muchas especies, entonaban hermosos canticos. Pero el capitán Otto dio la orden para que sus hombres avanzaran con cautela, no quería sorpresas. De este modo, la sexta compañía del ejército real de Moravia, al comando de Otto Benavente, avanzaba y no dejaba ningún rincón de aquel bosque sin registrar. A pesar de las historias que se contaban, sobre aquellas amazonas defensoras del bosque y de aquellos fantásticos árboles que tenían la capacidad de cobrar vida, la verdad era que en aquellas tres semanas adentrándose en aquella tundra, no habían visto nada de aquello. Aquel bosque parecía solitario y tranquilo, ni siquiera se habían encontrado con algún campesino de la región, nada, ningún ser humano, tan solo los animales típicos de los bosques, pero eso estaría próximo a cambiar.
Si bien en días anteriores había llovido, esta vez lo hizo con más intensidad, lo que hizo que el avance de la compañía se frenara un poco. Esta oportunidad la aprovecharon las defensoras del bosque para atacar a aquellos hombres. Durante días, camufladas en aquellos inmensos árboles, las hermanas del santuario fueron testigos del avance de aquellos profanadores de aquel santo lugar. Con impotencia vieron como detrás de su avance los hombres dejaban tan solo destrucción, árboles talados, la vegetación destruida, suciedad por doquier y lo que era peor para ellas, estos hombres no mostraban ningún respeto por aquel santo lugar. Invisibles a los ojos de los hombres, las defensoras del bosque no perdían de vista a aquellos soldados, gracias a que toda su vida la habían pasado entre aquellos árboles y conocían cada rincón y cada secreto de aquel inmenso lugar, las chicas pasaban desapercibidas para los ojos de aquellos hombres. Ellas hubieran querido atacar antes para así frenar el avance de aquel ejército, pero las ordenes eran esperar un poco, quizá estos hombres solo iban de paso. Pero cuando escucharon conversaciones de estos hombres y se dieron cuenta que aquellos estaban buscando el santuario, las defensoras decidieron que era el momento de atacar.
El capitán vio una agitación al frente de la compañía y azuzó a su caballo para enterarse del porqué del alboroto. Sin poder avanzar debido a la concentración de soldados en torno a algo que no podía ver, el capitán decidió bajarse del caballo y se abrió paso por entre sus hombres, cuando lo hizo se dio cuenta de la situación. En el piso yacían tres de sus hombres, todos tenían clavadas sendas flechas en sus pechos y espaldas. El capitán preguntó qué había pasado y uno de sus hombres le respondió.
-Los encontramos esta mañana, señor. Seguramente fueron atacados durante la noche-.
El capitán inspeccionó bien los cadáveres y se dio cuenta que las espadas, provisiones y objetos personales estaban en la escena del crimen.
En ese momento se le acercó su mano derecha y segundo al mando y le preguntó -¿Quién pudo haber hecho esto?-.
-Es muy confuso. Esta clase de flechas no las había visto antes-. Dijo Otto al examinar el penacho color rojo de una de las flechas.
-Seguramente sean un par de bandidos que andan por ahí-. Replicó su hombre de confianza.
El capitán no estaba convencido de aquello y por eso habló de nuevo –Si fueran unos simples bandidos ¿Por qué no se llevaron sus espadas y el resto de sus armas y pertenencias?, no, esto va más allá de unos simples bandidos-.
El capitán se puso de pie y le dijo a su ayudante –Que limpien el terreno a unos 200 metros, que ningún rincón se quede sin registrar. Tenemos que encontrar a quienes hayan hecho esto-.
Su hombre de confianza asintió y transmitió las órdenes del capitán a otro hombre, cuando este último se proponía a reunir los hombres para realizar la tarea, algo pasó. Tan silencioso y rápido como el viento, de uno de los altísimos arboles circundantes, un bejuco voló por el aire y en él, una de las guardianas del bosque quien apresó al soldado elevándolo por los aires y cuando estuvo a una altura prudente, lo dejó caer. El soldado se estrelló mortalmente contra el suelo. El estrepito de la armadura del soldado chocando contra el suelo puso en alerta a todos. Pero nadie tuvo la oportunidad de reaccionar, pues al tiempo otras guardianas volaron en sus bejucos repitiendo la Azaña de su compañera, apresando a estos hombres que de igual manera terminaban cayendo desde alturas mortales. Esto ocurría mientras otras mujeres apostadas en los mismos arboles gigantes, hacía volar una considerable lluvia de flechas que muchas de ellas dieron en sus blancos. Estas flechas eran especiales ya que en sus puntas llevaban venenos paralizantes. Aquellas flechas eran las mismas que utilizaban las guardianas para cazar. Apenas las flechas dieran en el blanco, la victima sentía como en pocos minutos sufría una parálisis progresiva que rápidamente lo inmovilizaba por completo. De esta manera estas mujeres obtenían su alimento, con esta modalidad de caza.
El capitán veía con rabia e impotencia como sus hombres eran apresados y luego liberados por las mujeres "voladoras", mientras otros tantos caían víctimas de las flechas. Sabía que tenía que reaccionar y así lo hizo. Organizó una defensa que fuera efectiva contra estas mujeres, haciendo que sus hombres tomaran posiciones en donde no estuvieran al descubierto para ser tomados ni tampoco alcanzados por las flechas. La refriega duró relativamente poco. Si bien estas mujeres conocían muy bien el bosque y los árboles, la superioridad en número, en armas y en entrenamiento militar, finalmente inclinó la balanza en favor de aquellos soldados de Wenceslao. Una a una las chicas fueron derribadas de su bejucos y en el piso, aun heridas por la caída, eran rematadas, no había compasión alguna por aquellas mujeres. Al poco tiempo todas estas mujeres defensoras del bosque fueron neutralizadas. Como había sido la orden de Famir, no se tomaban rehenes, así que la mayoría de las chicas fueron muertas y las pocas desafortunadas que cayeron cautivas vivas, eran tomadas y violadas por una gran cantidad de hombres, sin siquiera importarles que algunas de ellas eran tan solo unas adolecentes que apenas habían florecido. El capitán Otto no detenía aquellos comportamientos de sus hombres pues sabía que sus soldados debían satisfacer sus necesidades. Al final de ser violadas eran pasadas por la espada.
-Esta no, esta dejadla-. Habló el capitán, haciendo referencia a una joven que a pesar de estar herida en la cabeza, se defendía con cuchillo en mano de los soldados que la rodeaban.
El capitán se metió al ruedo que habían hecho sus soldados con la chica que empuñaba un grande cuchillo y se enfrentó a la chica a mano limpia. La chica que parecía desorientada por el golpe en la cabeza, mandaba estocadas con el cuchillo, las mismas que Otto esquivaba con habilidad ante las risas burlonas de sus hombres que lo rodeaban. En una de esas estocadas que mandó la chica, el capitán fue más rápido, esquivó el ataque, tomó el brazo de la chica, lo torció un poco, obviamente la torcedura hizo que la mujer botara el cuchillo, entonces el capitán terminó aquella burla con un golpe en el rostro de la chica quien cayó de bruces en el suelo, sin conocimiento.
-No la vayáis a tocar-. Le dijo el capitán a sus hombres –Curadle las heridas y dejadla vivir. Nos puede ser de utilidad para encontrar el camino al tal santuario-.
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-Los hombres se acercan, mi señora-. Habló Greta en medio de la algarabía que reinaba en aquel salón.
Las informaciones de las exploradoras decían que estos soldados habían derrotado a las defensas que se vieron superadas en número y cayeron muertas y que ahora caminaban hacia el santuario a buen paso.
-A que distancia están del santuario-. Preguntó la Señora Lía con un evidente gesto de inconformidad sobre su rostro.
Greta, la amazona respondió –A medio día de camino, mi señora-.
La Señora Lía no pudo disimular el malestar que le producía esa noticia. Ningún ejército en la historia del santuario había logrado llegar tan lejos y menos aproximarse al santuario sagrado de la madre Liris. Aquello era muy peligroso, Lía sabía muy bien por qué este ejército avanzaba hacia su santuario. Con la responsabilidad de todas las vidas que tenía a su cargo y cautela, la señora del santuario sabía que tenía que actuar de prisa. –Lo más sensato será negociar con estos hombres-. Dijo la señora –Que preparen mi caballo, cuando esté listo iré al encuentro de estos hombres para negociar-.
-¿Cree usted mi señora que es seguro que usted hable con esos hombres que mataron a nuestras hermanas?-. Preguntó una de las mujeres presentes.
La señora suavizando un poco sus palabras se dirigió a todas las chicas que abarrotaban el gran salón –No os preocupéis, todo saldrá bien. A veces el poder de las palabras es más fuerte que las espadas y lanzas. Estos hombres tendrán que respetar este lugar santo-. Luego de decir lo anterior, la señora llamó a sus colaboradoras más cercanas y les dijo –vosotras iréis conmigo, me acompañaran-. Las mujeres haciendo una reverencia se retiraron a alistar los caballos. La señora entonces miró a Kyra y vio en los ojos de la joven un atisbo de culpa y tristeza, la señora le habló –No debéis sentiros culpable muchacha. Esto no es vuestra culpa-.
Por más que las palabras de la señora fueran sinceras, Kyra no podía dejar de sentirse culpable –Mi señora, si yo no estuviera aquí...-
-Pero estáis aquí-. La interrumpió Lía. –El destino quiso que vinierais con nosotras. Nada ocurre por accidente, niña. Todo en la vida tiene un porque. Vuestro destino fue que llegarais hasta nuestro santuario, la santa providencia así lo quiso y ahora el destino dicta que tenéis que iros-.
-¿Irme? No, no puedo abandonaros ahora-.
-Es preciso que lo hagáis, mi niña-. Dijo Lía con dulzura. La señora se acercó a la confundida joven y tomando sus manos con las suyas le dijo -¿Recordáis lo que os dije cuando llegasteis aquí? Estas son pruebas que la vida os pone para saber de qué estáis hecha. Ya habéis pasado por muchas cosas dolorosas y aun estáis aquí, cada día más vivaz y alegre. Ahora más que nunca debéis ser fuerte de cuerpo y espíritu-. La señora le acarició el rostro –No olvidéis que en tu destino hay cosas grandiosas, pero para llegar a hacer tales cosas debéis hacer también grandes sacrificios. Debéis ser fuerte-.
Luego de aquello la señora le dijo a la gigante mujer –Greta, tomad a Kyra y otras dos chicas y llevárosla de aquí, sacadla por los túneles-.
La musculosa mujer asintió con la cabeza y se preparó para obedecer como siempre lo hacía, sin hacer preguntar ni pedir explicaciones.
De nuevo la señora Lía le habló a Kyra por última vez –debéis irte con Greta, ella os sacará de aquí y os pondrá a salvo-. Por último y ante el doloroso silencio y los ojos aguados de la chica, la señora la abrazó muy cariñosamente. Antes que Kyra saliera del salón acompañada por Greta, la señora llamó a esta última y hablándole al oído le dijo –ahora la vida de esta chica es vuestra responsabilidad. Debéis cuidar de ella. Es una mujer fuerte pero aún hay cosas que debe aprender y vos deberéis enseñarle. Cuidadla-.
De nuevo la amazona asintió y dando media vuelta se retiró a cumplir su misión, llevar a Kyra lejos del santuario y de todo peligro.
-Ya está listo vuestro caballo, mi señora-. Dijo una de las chicas, sacando del aturdimiento y la nostalgia a la señora Lía, quien veía como Kyra y Greta se alejaban.
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Al principio había sido muy difícil el vivir en aquel lugar rodeado de tantas mujeres desconocidas para ella. Al enterarse que había sido abandonada por sus dos amigos, el medio-elfo y el negro, la chica experimentó una tristeza mayúscula. Por días estuvo recluida sin querer salir de su habitación. Otra vez había sido abandonada, otra vez no se había podido despedir, aquello la ponía muy triste, si bien estaba rodeada de mucha gente, Kyra se sentía muy sola, para ella, todas esas mujeres eran extrañas. Fue una noche, en la que la señora del santuario fue a verla, cuando Kyra entendió todo. Esta señora, que le hablaba de forma tan cariñosa y gentil, le hizo ver lo necesario de la ida de aquellos dos hombres. Aquella señora hablaba de forma tan clara y tan convincente que al final terminó por convencer a Kyra, que no debía sentirse triste, por el contrario debía sentirse afortunada de estar con vida y a salvo, lejos del alcance de sus enemigos. Fue entonces cuando Kyra salió por fin de su habitación y se decidió a pasar mejor sus días en aquel lugar. Poco a poco aprendió a conocer a todas las mujeres que vivían en tal santuario. Mujeres de todas las edades y razas que eran muy cordiales y amables con ella. Con el tiempo se dio cuenta de las costumbres de aquellas mujeres y aprendió a valorarlas. Aprendió también a trabajar y a valorar la tierra, a disfrutar de las pequeñas cosas, como ver el amanecer o el rocío cayendo y los atardeceres, el olor a tierra mojada y las fragancias que expelen las flores, a disfrutar de la hermosa vista de los arcoíris y cuando el sol se ocultaba en el horizonte dándole paso a la noche, y en la noche disfrutar del cielo despejado que dejaba ver toda la infinidad de estrellas, unas alumbrando y centellando más que otras. De esta manera los días se hicieron más llevaderos para la joven que con el pasar de los mismos conoció a todas esas mujeres y sus historias, de esta manera supo que muchas de ellas no habían visto la vida lejos de aquellos muros. Muchas, desde muy pequeñas, casi bebes, habían sido abandonadas por los campesinos pobres de las fronteras del bosque, estas eran las más afortunadas, otras habían sido abandonadas en el mismo bosque, muchas habían sido devoradas por las bestias salvajes, muy pocas habían logrado ser salvadas y traídas por las señoras al santuario. De esta manera conoció y valoró a todas aquellas amables mujeres que la rodeaban y que admiraban no solo por su belleza si no por lo que representaba. Para estas mujeres, Kyra era una especie de heroína que a pesar de todo el dolor y el sufrimiento que había tenido que pasar, había logrado salir adelante venciendo a los malvados hombres. Aunque los días parecían ser monótonos dentro de aquel santuario, no lo eran. Kyra, siempre bajo el cuidado y tutela de la señora Lía, aprendió a valorar lo que hacían estas mujeres por el bosque, y no era solo ahora, en el pasado también lo habían hecho. En ocasiones y bajo el permiso de la señora se le permitió salir del santuario para caminar por el bosque conociendo lugares majestuosos y mágicos, lugares construidos y cuidados por aquellas mujeres. Gracias a los libros de la biblioteca, que gracias al permiso de la señora, Kyra pudo leer, la joven conoció la historia del santuario. Un lugar cuya fundación y construcción se remontaba a miles de años atrás, en la época de esplendor de los elfos, en los cuales cientos de generaciones de mujeres vivieron en aquel lugar. Kyra leyó en aquellos libros antiguos toda la historia del santuario entendiendo que aquel santuario se había construido como homenaje a Liris, la reina elfa. La más poderosa y hermosa elfa del mundo conocido. La misma que según otros libros de la misma biblioteca, aún vivía con lo que quedaba de su pueblo más allá del bosque de las druidas, en las tierras inexploradas del este. Así de este modo había trascurrido la vida de Kyra en los últimos seis meses, una vida tranquila que contrastaba con todo lo que le sucedió en el último año, la perdida de sus padres, sus hermanas, su amor y el sometimiento de su gente ante el invasor Wenceslao.
Ahora que huía de prisa siguiendo los pasos de Greta, Kyra volvió la vista hacia atrás mirando por última vez aquel lugar que le sirvió como hogar los últimos seis meses. Ya jamás lo volvería a ver ni tampoco a ninguna de las mujeres que allí vivían, incluida la señora Lía.
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Otto Benavente vio a la distancia el tal santuario de la madre Liris. Él no lo sabía pero sus ojos eran afortunados de ver tal construcción pues muy pocos en la historia lo habían visto. Sin duda alguna era un lugar hermoso a la vista, pero a decir verdad, el capitán de la sexta compañía del ejército de Moravia no sintió nada, la belleza de la edificación no lo conmovió en absoluto. Él, como todos los que lo rodeaban solo estaban cumpliendo una misión encomendada por su mismísimo rey, nada más. Al frente de su compañía de hombres, atada de manos iba la chica prisionera y que pese a su negativa pero intimidada ante la amenaza de ser violada finalmente accedió a mostrarles a estos hombres el camino hacia el santuario. A lo lejos, próximo a las puertas del santuario, el capitán pudo ver a varias personas y mientras se acercaba notó que eran mujeres, los estaban esperando, montadas en sendos equinos, eran en total siete mujeres.
Otto dio la orden de detener la avanzada y requirió de sus más allegados colaboradores para que lo acompañasen con el fin de reunirse con aquellas mujeres. Así de este modo, el capitán rodeado con cinco de sus más fieros y crueles hombres salió al encuentro de aquellas mujeres.
-Este ha sido un lugar sagrado por cientos de miles de años-. Dijo la señora Lía cuando los hombres se aproximaron. –No está permitida la presencia de hombres en este territorio-.
El capitán con algo de soberbia en sus palabras respondió a las mujeres –Y sin embargo hemos llegado hasta aquí y aquí estamos-. Sus hombres lo secundaron con risas burlonas.
La señora que estaba en el centro del grupo de mujeres que parecían ser de la misma edad y que vestían de igual forma, con una túnica blanca, de nuevo les habló a los hombres con cordialidad sin prestarle atención a las burlas –Os pido amablemente que dejéis este territorio, aquí no hay nada que os interese-.
-Os equivocáis en eso, señora-. Replicó el capitán –Si hay algo o mejor alguien que nos interesa y no nos iremos sin llevarnos lo que hemos venido a buscar-. La voz del capitán se endureció aún más, tomando un tono amenazante.
La señora tratando de seguir con su tono diplomático de nuevo dijo –No sé a qué os referís, señor. Aquí solo hay mujeres humildes y trabajadoras de la tierra. No hay nada aquí que os pueda interesar. Os ruego que por el honor del rey por cuyo estandarte vosotros cabalgáis, que retiréis a vuestros hombres de estas sagradas tierras-. La señora entonces azuzando a su caballo se le acercó al capitán y le dijo –Miradnos señor, solo somos unas viejas y pacificas mujeres. No sé porque habéis venido ni que esperáis encontrar aquí en mi santuario pero os dijo esto señor. Este lugar es sagrado, lo ha sido por miles de generaciones y siempre hemos estado en paz con los reyes del mundo-. Con el tono más conciliador Lía le dijo al capitán –No hay nada en este lugar que os pueda interesaros a vos ni a vuestro rey, si fuera así, yo mismo os lo entregaría a vos con tal de resguardar la paz de mi santuario-.
Otto Benavente no se dejó conmover de las palabras de la señora y respondió de modo intransigente y sin dejar duda alguna –Hemos venido a cumplir una misión y no nos vamos hasta cumplirla. Entraré a vuestro santuario y mis hombres registraran hasta cada rincón-.
La señora replicó –Los hombres no están permitidos dentro del santuario, señor. Me temo que aquello no os lo puedo permitir-. Esta vez fue Lía quien endureció un poco el tono de su voz.
-Y yo me temo señora que las negociaciones han terminado aquí-. Dijo el capitán al momento que desenfundó su espada y en un rápido movimiento, sin darle oportunidad de reaccionar a la señora, lanzó un tajo sobre el cuello de la mujer. El filo de la espada y la fuerza del tajo fue tal que cercenó el cuello desprendiendo de un solo golpe la cabeza que rodó hasta el suelo, ante el asombro y espanto de las otras mujeres que acompañaban a la señora Lía y que segundos después sufrieron la misma suerte que su señora.
Así de este modo, sin mucha resistencia, los hombres de la sexta compañía del ejército real de Moravia, al comando del capitán Otto Benavente, entraron al santuario de la madre Liris. Las violaciones, matanzas y demás vejámenes que se cometieron ese día en aquel santo lugar, quedarían en la historia como una muestra de hasta dónde llega el odio y la maldad de los hombres
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