Su nombre es Sabrina y trabaja como acompañante para hombres dispuestos a pagar bien. Al inicio pensó que era denigrante, pero el dinero que recogería tras un año de trabajo sería el suficiente para abandonar el país en el que vive y empezar de cero, en un país donde nadie va a conocerla. Las cosas se complican cuando su verdadera familia aparece, una gemela incluida quien es el epítome de la pureza. ¿Calzará Sabrina entre los aristócratas que tiene por familiares o terminará yéndose lejos de todos?
Mi nombre es Sabrina, entre muchas cosas que soy, soy adicta a las relaciones intimas. Podría decirles que la vida me llevó a esto, también podría decirles que me vi forzada porque tenía necesidades económicas, podría decirles un montón de cosas -las cuales son ciertas- sin embargo, ahora que llevo un tiempo en esto he descubierto que me encanta esta vida.
Claro que me siento como una de las protagonistas de novelas misteriosas, de esas damas misteriosas que llevan dos vidas en una. Porque en casa nadie sabe lo que hago, jamás podría decir lo que hago pero eso mismo, ese secretismo me obliga a esconder el dinero que gano.
Para poder contribuir, digo que de repente consigo un pequeño trabajo haciendo una cosa u otra y luego, poco a poco meto a casa poquito dinero para contribuir a la economía del hogar.
Pero debo ser cuidadosa porque si en casa supiesen a lo que me dedico, podrían sentirse muy descorazonados porque esta profesión me ha enseñado que las personas que critican a los que tenemos esta profesión son simple y sencillamente mojigatos porque el sexo es una cosa deliciosa y si además se puede obtener dinero por ello qué mejor que eso.
por eso también tengo certeza de que si supieran sobre la cantidad de dinero que tengo en las cuentas del banco se irían de espaldas.
Una vez leí en un libro, que muchas veces podemos estar en un lugar con mucha gente alrededor pero aun así sentirnos realmente solos. Y es realmente difícil no dejar que esas emociones me afecten porque aunque quisiera dejar de hacer lo que hago, entré en este mundo sabiendo a lo que venía.
Y aunque suene insólito, las personas con las que estoy cada noche me hacen sentir que durante ese breve instante en que estamos juntos, soy su mundo entero y quizás más que el dinero en sí, me gusta esa sensación de sentir que soy el mundo entero de alguien.
No sé si es el síndrome del niño abandonado, no sé si el sentir que mis padres me botaron como basura es lo que me tiene anhelando muestras de afecto aunque sean falsas.
Y casi siempre prefiero hombres muy mayores, no me importa cómo se ven, aunque como mis servicios son caros, los que vienen a mi son hombres guapos, que se mantienen en buena forma, que visten bien.
Uno de ellos, me ha pedido de forma exclusiva y quiere hasta casarse conmigo. No negaré que me vi realmente tentada, pero las mujeres como yo no podemos realmente anhelar ser esposas, esos puestos son para mujeres con cierto decoro.
No es que no pueda casarme, pero mi esposo viviría siempre pensando que sigo en esa vida, es lo lógico. Y además, no quería atarme a nadie. Por eso es quien más me paga y sabe que estoy siempre a su disposición.
Su nombre es Hugo, un multimillonario originario de España quien está en Colombia por un asunto de negocios. Envía autos por mí a las afueras de la ciudad y me reúno con él en su oficina.
Con Hugo no es sexo, de alguna manera es como si hiciéramos el amor, es dulce, amable y me quiere a la buena. Pero no soy quien debe estar con él y tras nuestro último encuentro, nos hemos dicho adiós.
En mi cuenta bancaria, una que oculto de mi jefe y del mundo, tengo una parte del dinero que gano, y Hugo ha añadido casi cien mil dólares.
-Para que puedas huir.
-No puedo aceptarlo.
-No tengo hijos, ya eres mi beneficiaria en caso de que muera.
-Acepto los cien mil pero no el resto. Busca alguna organización de beneficencia, y déjales el dinero.
-Te amo, lo sabes Sabrina.
-Lo sé. Por eso no debemos vernos más.
Lloro de camino a casa, lloro porque ese es un buen hombre, pero debo recomponerme, no puedo ser malagradecida con mi historia de vida. Sin embargo eso no quiere decir que la vida me resulte fácil y aunque me avergüence aceptarlo muchas veces he pensado en quitarme la vida.
¿Por qué? por qué toda la gente que está a mi alrededor independientemente de si son felices o no parecen de cierta forma, tener un rumbo en sus vidas, saben quiénes son, qué es lo que quieren en cambio yo, no sé quién soy, no sé de dónde vengo, no sé sobre las condiciones en las que acabé viviendo con mi tía, y todo tipo de situaciones me llevan a preguntarme ¿por qué estoy aquí? ¿porque estoy viva? ¿para que estoy aquí? ¿y para que estoy viva?
Hay una frase que me encanta que dice lo siguiente:
Cuando la vida te da limones hay que hacer limonada.
Esa es una de mis frases favoritas, mi mantra. y los mantras son algo positivo y poderoso, porque muchas veces uno puede sentir que la vida va muy cuesta arriba, pero esas pequeñas frases motivacionales nos hacen sentir, que quizás tenemos algo en común con la persona que la escribió, o que muchas otras personas que la leen se sentirán identificados lo que nos hace afines.
Por decirlo de alguna manera.
Sé lo que dije antes, eso de que me gustaría a veces quitarme la vida pero a pesar de eso considero que soy positiva, en especial tras el desastre que tengo tras de mí, a ese que llaman vida. Porque de lo contrario no estaría viva.
Sí me he cortado en algunas ocasiones, pero siempre en lugares poco visibles, los muslos entre mis piernas son mi sitio favorito porque nadie lo ve, y para mis clientes es una muestra de que quizás me gusta un poco salvaje aunque siempre les digo que eso fue en una vida pasada, y que en estos momentos ya no me gusta hacer ese tipo de cosas.
Les miento, les digo que uno de mis clientes casi me mata, pero la verdad es que les doy un servicio tan bueno que ni siquiera piensan en subir de nivel. De momento no he tenido sádicos entre mis clientes y lo agradezco, mucho tiene que ver que quien me consigue los clientes sabe qué es lo que quiero.
Me gustan los hombres sumisos que quieren que las mujeres los dominen, que les apliquen cierto tipo de violencia sobre ellos. Porque no me gusta sentirme indefensa, me gusta sentirme en control todo debido quizás a que en mi vida no tenía control de nada, sobre los aspectos que rigen cada día de mi existir.
Nunca he podido elegir realmente lo que quiero hacer, por eso es que quizás a la hora de estar con mis clientes me gusta sentir que en ese momento soy quien lleva la batuta
Hay muchas cosas que me gustaría contarles sobre mí, como cuál es mi color favorito, mi cantante de música favorito, mi género de música favorito, el tipo de ropa que me gusta usar y cual no, sin embargo y aunque no me lo crean no tengo la menor idea de nada de lo anterior.
Y no soy mal agradecida con la persona que me tiene aquí, quien me ha dado todo. Pero ustedes comprenderán que uno necesita saber la verdad sobre su origen para poder sentirse relativamente seguro, porque creo que si todos sabemos sobre nuestro origen sea bueno o malo, podemos construir un futuro.
Pero es necesario saber de dónde venimos, conocer nuestro pasado para poder tener un futuro. Ese cuento de que el pasado no importa es una total mentira, eso de que lo único que se necesita para construirse el futuro es el presente, eso es falso.
El pasado forma las bases del futuro. Y en mi caso, hay muchísimas cosas sin respuesta y eso me afecta.
Es que siento que faltan más cosas en mi vida, mi vida es una especie de rompecabezas que no tiene la última pieza y yo soy la pieza, esa que es la que encaja en el rompecabezas que define mi vida. Pero no tengo la menor idea de cómo acomodarme como acomodar esa pieza faltante.
Vivo en Villa de Leiva, Colombia. Un sitio hermoso, uno de los más bellos de toda Colombia. Durante mis años de infancia no me constaba pues nunca había salido de aquí, ahora gracias a mi trabajo, he ido varias veces a Bogotá -que está a tres horas más o menos-. Y es cierto, el lugar dónde me he criado es realmente hermoso. Pero he sido cuidadosa en ocultárselo a mi tía. Es importante que no lo sepa porque ella podría enloquecer.
No soy tonta, sé que algo me oculta la persona que me ha criado, por eso a veces cuando sale de la casa, busco en sus cajones tratando de encontrar algo que revele información sobre mi vida y sobre todo aquello que esconde pero no hay nada, nada en lo absoluto.
Debido a esto no he dormido, no mucho al menos y mientras me bebo un buen café pienso un poco en todo. Por ejemplo los monstruos.
Si, no estoy bromeando, en mi día a día hay unos cuantos monstruos, unos que me acosan en mis sueños. En ellos estoy dentro de una habitación oscura, hace frio y tengo hambre. Cada vez que se abre la puerta, una persona entra a dejarme comida pero cuando le hablo me mira con enojo, y está tan oscuro que no le veo bien el cuerpo, lo único que veo bien son un par de ojos rojos, tan rojos como la sangre que me miran tan fijamente que guardo silencio.
Al inicio lloraba y llamaba pidiendo ayuda, luego aprendí que pedir ayuda no funcionaba porque me decían que no podía querer de verdad, hablar sobre cosas que eran solo sueños estúpidos.
Aunque no comprendía porque quien acudía ante mis gritos, parecía querer cambiar de tema aprisa, era como si fuesen recuerdos que querían que mantuviera ocultos bajo las sombras de mis recuerdos.
Absurdo lo sé.
Si hablamos sobre sueños, hay unos que no son malos, porque son aquellos sobre nuestros planes a futuro, aquellos que encierran los anhelos de cada corazón y aunque no lo crean, he tenido sueños como todos los niños, pero a mis dieciocho años puedo decir que he hecho muy poco, porque aunque suene algo amargado los sueños son solo eso, sueños. y como adulta que soy debo entender, que en la vida tenemos que agarrarnos a las cosas que tenemos a mano, las cuales podemos tocar, percibir y de cierta forma usar, para lograr ser alguien en la vida.
A veces pienso que me gustaría ser enfermera, pero aquí en mi ciudad es algo difícil trabajar en eso y quien me ha criado, hasta el momento me asegura que mi vida depende de que no salgamos de este pueblo, cosa que hace mi día a día un poco más interesante porque de verdad...¿quién podría querer matarme a mí? o ¿quién podría querer secuestrarme? ¿quién podría querer hacerme algo si nunca he salido de aquí?
Nunca he visto a nadie más que no sean los habitantes de este pequeño pueblo, con los que aunque no me llevo de maravilla, tampoco tengo según recuerdo, algún problema horrible. Nunca, ninguno de ellos ha hecho algo que me haga sentir que quieren amenazar mi vida.
Así que me parece que quién me cría en esta aislada comunidad, se ha vuelto un poco cucú, ya que no hay nada ni medianamente interesante que hacer, salvo vivir día a día.
No hay emociones, ni cosas locas, solo una interminable ronda de cosas repetitivas. No soy malagradecida y doy gracias a Dios de que tengo conmigo a una persona capaz de dar su vida por mí. Y no hablo de mi madre.
No.
Hablo de mi tía Leticia.
Vivo con ella y con su hijo Héctor. Entre ambos hay más animadversión qué una relación medianamente normal y eso que somos primos, en teoría.
No tengo recuerdos positivos y eso que cuando era más niña trataba de agradarle porque era un poco mayor que yo, le seguía a todas partes y un día cansado de tenerme siempre cerca me empujó al lodo. Sus amigos empezaron a decirle un montón de cosas por atacar a una pequeña niña y lejos de sentir vergüenza me miró con odio y eso me volvió el blanco de sus ataques.
Y fue una infancia bastante dura, porque mi verdugo vivía conmigo en casa. Los problemas reales comenzaron cuando llegó la adolescencia y con ella mis cambios físicos, porque pasé de ser la persona a la que podía molestar, a la persona con la que quería acostarse y para mí era poco decente pensar en él conmigo en algo íntimo.
Ni siquiera novio había tenido, por lo que al momento en que hizo sus primeras declaraciones sobre sus intereses físicos en mí, me asusté. Entonces me dijo que si le decía algo a mi tía me mataría y después de ver los niveles de agresividad con los que él me trataba siempre, realmente consideré que podía matarme y tenía miedo, no quería morir.
Eso no significó que lo dejé hacerme nada, porque siempre trataba de encerrarme en mi habitación, o de estar con mi tía cuando llegaba a casa.
Nunca... nunca me quedaba a solas con él porque no quería darle la más pequeña oportunidad de poder hacerme algo. Pero obviamente, era una experiencia totalmente agotadora. Un poco después, debido al miedo que le tenía ponía mi colchón en el piso y acababa durmiendo recostada contra la puerta para poder saber si trataba de entrar a mi cuarto.
No era valiente y además, si puedo ser honesta, temía que si decía algo, yo sería arrojada a la calle. Mi lógica me decía que ella, como madre de Héctor lo escogería a él.
Y conmigo mi tía era la persona más dulce y no quería dañar nuestra relación, porque le debía demasiado. Mi tío emigró a otro país para poder subsistir y así apoyar a mi tía en todo lo económico, pero eso no quiere decir que me incluya, dado que no soy su hija y eso no me molesta. ¿Cómo enojarme por su forma de sentir cuando es realista? Más bien agradezco que no me arrojara a la calle.
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