Hana es una secretaria dedicada que trabaja para Alexander, un CEO arrogante y carismático que dirige una exitosa empresa. A pesar de su actitud desafiante, Hana ha aprendido a manejar su temperamento y a mantenerse firme en su trabajo. Sin embargo, un día, las tensiones entre ellos alcanzan un punto crítico cuando Alexander le propone una oferta inesperada: pasar una noche juntos a cambio de una considerable suma de dinero que le permitiría salir de deudas y cumplir un sueño personal que había estado posponiendo. Confundida pero atraída por la posibilidad de mejorar su situación financiera, Hana se siente atrapada entre su ética profesional y el deseo de cambiar su vida. A medida que se acerca la fecha del encuentro, comienzan a surgir sentimientos inesperados. ¿Podrá Hana resistir la atracción que siente por su jefe, o terminarán descubriendo que lo que comenzó como un simple intercambio de intereses puede convertirse en algo más profundo y complicado?
Hana bajó la mirada a su escritorio, con los dedos temblorosos mientras organizaba los documentos. Había estado trabajando como secretaria de Alexander Holt durante casi un año, y aunque la carga de trabajo era abrumadora, nunca había tenido problemas para manejarlo. Sin embargo, aquella tarde todo había cambiado.
Esa misma mañana, Alexander la había llamado a su oficina. Ella había entrado con su actitud profesional de siempre, esperando recibir instrucciones sobre el próximo proyecto. Pero él tenía algo diferente en mente.
-Siéntate, Hana -dijo él, en un tono casi imperativo.
Ella lo obedeció, algo nerviosa bajo la intensidad de su mirada. Alexander era un hombre imponente: alto, de mandíbula fuerte y siempre vestido impecablemente. La mayoría de las personas en la empresa lo describían como "frío y distante", y ella no podía estar más de acuerdo. Sin embargo, en esa ocasión, sus ojos parecían arder con una intensidad que la incomodaba.
-Sé que trabajas duro y que eres excelente en lo que haces -empezó él, sin preámbulos-. Pero hoy quiero proponerte algo... diferente.
Hana lo miró, confundida.
-¿Qué quiere decir, señor Holt?
Alexander entrecerró los ojos, y su expresión pasó de la simple arrogancia a algo más. Algo oscuro, casi posesivo.
-Quiero que pases una noche conmigo -dijo, con la voz suave pero autoritaria. Hana sintió que su estómago se retorcía de incredulidad y repulsión-. Y, por supuesto, estaré dispuesto a compensarte generosamente por ello.
El corazón de Hana latía con fuerza. Nunca había imaginado que su jefe, el respetado CEO, le haría una propuesta tan... humillante. Su mente intentaba encontrar las palabras adecuadas, algo que dejara claro lo inapropiado que era todo aquello.
-No soy ese tipo de persona, señor Holt -respondió con firmeza, controlando el temblor en su voz-. No necesito su dinero de esa forma.
La expresión de Alexander cambió, pero no como ella esperaba. Le sonrió, una sonrisa cínica, casi como si ya hubiera anticipado su respuesta.
-Esa es tu decisión, Hana. Pero mi oferta estará abierta... por si cambias de opinión.
Hana salió de la oficina con una mezcla de furia e incredulidad. ¿Cómo se atrevía Alexander a tratarla de esa manera? Era un hombre arrogante, eso lo sabía, pero no imaginaba que llegaría a hacerle una propuesta así. Durante días intentó evitarlo, mantener las interacciones al mínimo. Pero la imagen de su jefe, de su fría sonrisa y la intensidad en su mirada, la perseguía.
***
Un par de semanas después, el teléfono de Hana sonó en mitad de la noche. Cuando vio el número en la pantalla, su corazón se aceleró: era del hospital. Su madre, que había estado luchando contra una enfermedad crónica, había empeorado.
Los médicos le explicaron la situación: el tratamiento que necesitaba era costoso, mucho más de lo que ella podía permitirse. Con lágrimas en los ojos y desesperación en el pecho, pasó días buscando alternativas. Pero cada opción la llevaba a un callejón sin salida, y el tiempo de su madre se agotaba.
La desesperación la llevó a hacer lo impensable. Esa noche, Hana se paró frente a la puerta de la oficina de Alexander, con el rostro pálido y la mirada abatida. Tocó suavemente y escuchó su voz autoritaria permitiéndole pasar.
-¿Hana? -Alexander la miró con algo parecido a la sorpresa en sus ojos, aunque rápidamente fue reemplazado por una expresión calculadora.
-Acepto su oferta -dijo ella, apenas logrando mantener la compostura. La palabra le dolía en el alma, pero no tenía otra opción.
Alexander asintió, como si hubiera sabido desde el principio que ella volvería. La llevó a su penthouse aquella misma noche. El lujo y el refinamiento del lugar contrastaban brutalmente con la humillación que sentía. Intentó convencerse de que lo hacía por una buena razón: su madre necesitaba ese dinero, y esto era solo un sacrificio temporal.
Pero lo que sucedió entre ellos esa noche cambió algo en ambos.
A pesar de su frialdad habitual, Alexander la trató con una pasión que Hana no esperaba. Ella pensó que él vería la situación como una simple transacción, pero no fue así. Alexander parecía absorto, observándola con una mezcla de deseo y fascinación que iba mucho más allá de lo superficial. Cada mirada y cada toque era intenso, como si ella fuera algo que él no podía dejar escapar.
Al final de la noche, mientras Hana se vestía en silencio, él la observaba desde el umbral de la puerta. Su mirada, sin embargo, ya no tenía esa arrogancia que siempre la había hecho sentir incómoda. Había algo diferente, algo perturbadoramente... obsesivo.
-Esto no termina aquí, Hana -dijo él, con una suavidad que hizo que se estremeciera.
Ella no respondió. Tomó el dinero, se aferró a su dignidad y salió de allí, esperando no volver a enfrentarse a aquella situación. Pero, sin saberlo, aquella noche había marcado el inicio de algo que Alexander no estaba dispuesto a dejar ir.
La vida de Hana dio un giro inesperado después de aquella noche. Con el dinero de Alexander, pudo costear el tratamiento que su madre necesitaba con urgencia. Sin embargo, la sensación de alivio venía acompañada de una profunda inquietud. No solo por lo que había hecho, sino porque Alexander parecía no estar dispuesto a dejar que aquello quedara en el pasado.
En los días siguientes, Hana intentó comportarse como siempre en el trabajo, manteniendo una distancia profesional. Sin embargo, Alexander parecía decidido a desafiar cada uno de sus intentos de volver a la normalidad. Sus miradas eran cada vez más intensas, y aunque no decía nada explícito, estaba claro que él no había olvidado lo sucedido.
Una tarde, mientras revisaba algunos documentos en su escritorio, Alexander se acercó. Ella sintió su presencia antes de verlo; había algo en el aire que le indicaba cuando él estaba cerca.
-Hana, necesito que vengas a mi oficina -ordenó con una voz suave, pero con la autoridad que lo caracterizaba.
Sin tener opción, ella se levantó y lo siguió. Al cerrar la puerta tras ella, Alexander le hizo un gesto para que se sentara en la silla frente a su escritorio. Él permaneció de pie, observándola con una intensidad que hacía que el ambiente se volviera asfixiante.
-¿Te encuentras bien? -preguntó él, con una preocupación fingida que a Hana le pareció casi una burla.
-Sí, señor Holt -respondió, manteniendo su tono formal.
Él esbozó una sonrisa leve, la misma sonrisa arrogante que había aprendido a detestar.
-Hana, creo que no estás siendo honesta conmigo -dijo, y su tono pasó de ser aparentemente amable a uno más frío-. ¿Por qué sigues evitándome?
Ella lo miró a los ojos, con la intención de mantener su dignidad.
-Señor Holt, lo sucedido fue una decisión personal y temporal. No creo que deba influir en nuestro trabajo.
Alexander soltó una leve risa, y dio la vuelta a la mesa para acercarse a ella. Se inclinó, colocando sus manos en los brazos de la silla, encerrándola entre sus brazos.
-¿Crees que puedes simplemente seguir como si nada hubiera pasado? -susurró, y su mirada se oscureció-. No, Hana, no pienso dejar que me ignores. Esa noche fue solo el principio.
Hana sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La intensidad en los ojos de Alexander la aterrorizaba y la confundía a partes iguales. No se trataba solo de deseo; él parecía obsesionado, como si ahora fuera incapaz de verla como alguien ajeno a su vida. Pero ella no iba a ceder. Ya había cedido una vez, y no tenía intención de repetirlo.
-Con el debido respeto, señor Holt -dijo con voz firme-, no tengo intención de que lo sucedido interfiera con mi trabajo. Estoy aquí solo para cumplir mis responsabilidades.
Alexander frunció el ceño, claramente irritado por su respuesta. Se enderezó y volvió a su lugar detrás del escritorio, pero su mirada nunca dejó de evaluarla, como si estuviera estudiando la mejor manera de quebrarla.
-Muy bien, Hana. Si eso es lo que quieres... lo respetaré -dijo, aunque su tono implicaba que no sería tan sencillo.
Hana se sintió aliviada cuando la reunión terminó. Sin embargo, su sensación de alivio fue breve. En los días siguientes, Alexander encontró formas sutiles de ejercer control sobre ella. La llamaba constantemente para que revisara documentos en su oficina, enviaba correos electrónicos pidiéndole informes a altas horas de la noche y la incluía en reuniones que antes no requerían su presencia.
El ambiente en la oficina se volvió sofocante. Alexander la seguía con la mirada, como si estuviera esperando el momento en que ella cediera a su presión. A veces, le lanzaba comentarios ambiguos en tono bajo, frases que solo ella podía oír y que hacían que la sangre le hirviera en las venas.
Una noche, después de una larga jornada de trabajo, Alexander se le acercó en el estacionamiento.
-Déjame llevarte a casa, Hana -dijo, con una voz suave que no admitía un no como respuesta.
Ella intentó declinar, pero él la observó con una mezcla de determinación y desafío. Hana entendió que estaba sola con él y que negarse no era una opción fácil. Así que, resignada, subió al auto y trató de mantener la calma durante el trayecto.
Alexander, en silencio, manejaba con una expresión tranquila, pero de vez en cuando le lanzaba miradas rápidas, como si estuviera midiendo cada uno de sus movimientos. El aire en el coche era tan denso que apenas podía respirar.
Al llegar a su apartamento, él detuvo el auto y se quedó observándola, sin intención de despedirse aún.
-¿Vas a seguir ignorándome? -preguntó en un susurro, sus ojos ardían con una intensidad que la hacía sentir atrapada.
-No estoy ignorándolo. Solo quiero seguir con mi vida y mi trabajo -respondió, tratando de mantener la calma.
-Pero ya no eres la misma, Hana. Y tampoco soy el mismo desde aquella noche -dijo él, sus palabras sonaban peligrosamente cerca de una confesión.
Antes de que ella pudiera responder, Alexander se inclinó hacia ella y, sin advertencia, la besó. Fue un beso intenso, dominado por la desesperación y la frustración. Hana intentó resistirse, pero una parte de ella sentía una atracción tan fuerte como su voluntad de alejarse. Finalmente, se separó y salió del auto, cerrando la puerta detrás de ella sin mirar atrás.
Sin embargo, esa noche, mientras se recostaba en su cama, las emociones se agolpaban en su mente. Sabía que lo correcto sería poner límites, mantener la distancia, incluso buscar otro empleo si era necesario. Pero algo en ella no podía negar la atracción prohibida que sentía por Alexander, una atracción que cada vez la empujaba más a la vorágine de su obsesión.
Para su desgracia, tampoco sabía hasta dónde llegaría él para mantenerla cerca.
Los días pasaron, pero la tensión en el ambiente de la oficina solo crecía. Hana hacía todo lo posible para evitar los encuentros a solas con Alexander, aunque él parecía siempre encontrar la manera de arrinconarla en algún rincón, en alguna reunión "necesaria" o en algún almuerzo "imprevisto" que organizaba sin consultar. Su obsesión era cada vez más evidente y peligrosa, y Hana sentía que estaba perdiendo el control sobre su propia vida.
Una tarde, mientras se concentraba en revisar unos informes, recibió un correo electrónico. Al ver el remitente, su estómago se tensó; era de Alexander. Con un suspiro, abrió el mensaje, solo para descubrir una invitación. Una invitación para asistir a una cena de gala en representación de la empresa.
Hana pensó en negarse. Sabía que esa cena implicaría horas en compañía de Alexander, pero dudaba que tuviera una opción real para rechazarlo. Decidió aceptar la invitación, esperanzada de que la velada fuera lo más breve y profesional posible.
Esa noche, al llegar a la lujosa gala, Hana intentó mantenerse al margen, socializando lo justo y necesario con los otros invitados. Sin embargo, Alexander no tardó en localizarla en la multitud. Se acercó a ella, vestido impecablemente en un esmoquin negro que le hacía lucir más intimidante de lo habitual. Le ofreció su brazo y, a pesar de la tensión que sentía, Hana lo tomó. Sabía que, al menos por esa noche, debía cumplir con su papel.
Durante la cena, Alexander mantenía una mano en su espalda, un toque que, aunque superficial, se sentía como una cadena. La velada transcurrió con normalidad hasta que, después de varias horas, él le susurró al oído:
-Acompáñame afuera, Hana. Necesito hablar contigo.
Intentó negarse, pero él ya había tomado su mano, guiándola hacia la salida. Una vez en el balcón, Alexander la soltó y se apoyó en la barandilla, observándola con esa intensidad que la hacía sentir atrapada.
-No puedo dejar de pensar en ti, Hana -confesó finalmente, su tono calmado pero firme.
Hana sintió que su corazón se aceleraba, pero trató de mantenerse firme.
-Alexander, lo que sucedió aquella noche fue... un error. Yo lo hice por necesidad. Eso no significa que yo... -vaciló, intentando no mostrarse débil.
Él no le dio tiempo a terminar. Se acercó y tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo a los ojos.
-¿De verdad crees que puedes alejarte de mí después de todo lo que pasó? -susurró, sus ojos reflejando una mezcla de deseo y una posesión peligrosa.
-Alexander... esto no es sano. Usted tiene que dejarme en paz. Yo... -Hana intentó zafarse, pero él la sujetó con más fuerza, sin dejarla escapar.
-No quiero que me llames "señor Holt" ni que me mantengas a la distancia -dijo con voz baja y contenida-. Lo que pasó entre nosotros no fue solo una transacción para mí. No estoy dispuesto a perderte.
Sus palabras hicieron que Hana sintiera una mezcla de temor y confusión. Sabía que Alexander estaba siendo sincero, pero también que su obsesión lo volvía un hombre que no aceptaría un no por respuesta.
-Esto no puede continuar así, Alexander -dijo ella, con más convicción de la que realmente sentía-. Ambos necesitamos espacio.
Alexander soltó su rostro con una mueca de frustración. Se pasó una mano por el cabello, y por un momento pareció estar conteniendo una tormenta interna.
-No tienes idea de cómo me haces sentir, Hana. Nadie ha logrado desafiarme como tú. -La intensidad en su voz le dio escalofríos. En vez de distanciarse, Alexander parecía más decidido que nunca.
Ella trató de marcharse, pero él se interpuso en su camino.
-No tan rápido. -La miró de arriba abajo, y su mirada, aunque suave en apariencia, llevaba un mensaje oculto-. Acepta que también sientes algo por mí. Lo vi aquella noche, Hana. No puedes seguir negándolo.
-No es tan simple, Alexander -respondió ella, con voz temblorosa-. Lo que tú sientes no me da derecho a vivir bajo tu control.
Alexander suspiró y la dejó pasar finalmente, aunque no sin antes susurrarle:
-Crees que puedes ignorarlo, Hana, pero me aseguré de que necesitaras mi ayuda una vez. Y puedo hacerlo de nuevo.
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