Hana Duval fue vendida por su padre desde que tenía 13 años para pagar una deuda, después de cinco años de vivir en un infierno, vendiendo su cuerpo para poder ser libre, conoce al que cree es un ángel caído del cielo, Estefan Santoro quien la ayuda a liberarse de las garras de Bruno, sin imaginar que el la usará como todos los demás. Hana se da cuenta de sus verdaderas intenciones demasiado tarde, cuando ella esta enamorada de él y Santoro no pueda vivir sin poder dejar de escuchar su voz.
-¿Está todo listo? -preguntó tajante, apenas salió de la importante junta nocturna de la que había sido partícipe.
-Si señor, la chica lo espera en su casa. -Estefan Santoro, como era conocido en la élite de los CEO's, se aflojó el amarre de su corbata y entró al auto conducido por su chofer.
-Quiero ver una foto -le pidió a su asistente quien lo acompañaba en el mismo auto.
-Se llama...
-No me interesa su nombre -dijo con desdén tomando la foto de la chica azabache.
Estefan sonrió y devolvió la foto.
-Es perfecta. -Después de un largo día de trabajo, Glenn se encargaba de contratar alguna mujer para su jefe y la llevaba a su casa para que pudiera tener sexo con ella.
Ya se había vuelto una rutina, aunque el acto sexual como tal no era la razón principal de su obsesión de tener siempre alguien con quien estar.
Silencio, es lo que más lo llenaba de placer, eso y ver cómo cada una de ellas luchaba contra su instinto, uno tan básico como comunicarse a través del sonido, su sed de sentirse satisfecho era solo la punta del iceberg de todo lo que escondía, y pobre de aquella que no pudiera darle lo que él pedía.
Glenn aún recordaba a la pobre chica, Laura, no había olvidado su nombre, esa noche Estefan había estado con ella, todo parecía estar bien con sus respectivas reglas, no besos, no sonidos, ni caricias, solo su placer propio, pero nada salió como había previsto esa noche, apenas Estefan Santoro había llegado al orgasmo, Laura gimió equivocadamente al llegar al suyo.
Santoro paró toda acción mirándola con furia, con brusquedad la tomó del brazo y la volteó. En su mirada se podía notar el temor. Primero fue una bofetada que hizo sangrar su labio, Laura gimió de nuevo solo que ahora de puro dolor, Estefan la cargó sobre su hombro y la llevó hasta el sofá donde la obligó a inclinarse mientras él la azotaba varias veces.
Jamás quiso regresar de nuevo después de eso, ella solo había sido una de las pocas mujeres que desobedecieron sin querer a Estefan, otras más únicamente hacían su trabajo y se iban. Aunque los golpes eran algo que sabían qué podría pasar, jamás pensaron que sería por enojo real y no porque estos le causaran algún placer, lo cual no era el caso.
Ante el ojo público su fetiche era un secreto, para la sociedad él era el respetable Estefan Santoro, el CEO más importante en Londres y el soltero más cotizado. Incluso para Glenn, su asistente, era un misterio el acto que practicaba su jefe, ¿A quién podría molestarle que su pareja de noche gozara y que lo demostrara con sus gemidos? Claramente, ese alguien era Estefan.
Nadie nunca imaginó lo que realmente escondía el CEO de Play Go Hasta que ella llegó a su vida.
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Unas horas antes
-¿Tienes muchos clientes hoy?
Hana soltó un suspiro y negó mientras se ponía crema en su cuerpo semidesnudo, delante de Mónica su amiga y roommate.
-Ha estado un poco tranquilo, en estas fechas todos quieren ser fieles o no tiene suficiente dinero para pagar una prepago. -Bufó mientras se vestía.
-No podemos darnos el lujo de estar sin trabajo o bajar nuestra cuota, apenas si nos queda dinero para las compras y el alquiler, Bruno se queda con todo nuestro dinero. -Hana asintió en respuesta.
Aun sin clientes tenían que pagar solo por dejarlas trabajar, era un robo, lo sabía, pero que más podía hacer si tenía una deuda que pagar.
Empezó a maquillarse en silencio. No le gustaba pensar en la miserable vida que llevaba. Mónica caminó hacia el armario escogiendo un vestido corto y botas largas.
-¿Dónde te veré después de tu turno? -preguntó la castaña viéndose por última vez al espejo.
-No lo sé, me toca con un señor muy importante, según me dijeron las chicas. -Hana se encogió de hombros restándole importancia sin notar la mirada curiosa de Mónica a su espalda.
-¿De quién se trata? -Hana se puso pensativa tratando de recordar el nombre.
-Estefan... Santoro, creo. -Su amiga abrió sus ojos, sorprendida, ella notó su semblante y se preocupó un poco.
-Tranquila no es nada malo, solo es que hablan cosas extrañas de él.
-¿Extrañas? -preguntó curiosa.
-Jamás he ido a unos de sus servicios, pero según lo que dicen por allí es que el tipo tiene gustos extraños, no le gusta que lo toquen o besen y mucho menos que emitan algún sonido, ¿me entiendes? -Hana sonrió.
-¿Solo eso? -Se puso de pie y con tranquilidad empezó a ponerse el vestido rojo y corto de holán que ese día usaría-. Gracias a Dios que solo querrá follar y ya.
¿Sabes el asco que me da, que quieran que los bese y que me queje hasta que la garganta me duela? Es tan asqueroso y fastidioso, más cuando no sientes ni siquiera un poco de placer al estar con ellos.
Mónica sonrió con nostalgia y palpó su hombro, al menos tenía el consuelo de que eso no fuera problema para su amiga.
-Llámame cuando termines y nos veremos para cenar. -Hana asintió tomando sus cosas antes de despedirse.
La azabache salió de su edificio con un poco de prisa mientras se peinaba en el camino rumbo a su trabajo.
-¡Hola! -la voz y sonrisa de su vecino la hicieron parar-. Oye no sé si sepas quien soy...
Hana le sonrió en respuesta y asintió, claro que sabía, él era Lucas, el chico lindo y amable del 5a.
-Lucas. -Él sonrió asombrado-. Así te llamas, ¿no? -Hana dijo fingiendo no estar segura, no quería que pensara que sabía todo de él, cuando hasta ese momento habían cruzado palabra, se vería como una acusadora.
-Creí que no sabrías mi nombre... Hana. -La azabache asintió mirando al piso.
Lucas rascó nervioso su nuca y no supo que más decir, Hana era preciosa, como ninguna otra chica que el haya visto y cuando esa tarde se propuso hablarle por primera vez no creyó que llegaría tan lejos, incluso creyó que la hermosa chica del apartamento 7b jamás le regresaría el saludo, pero ahora estaba frente a ella con su atención puesta en su persona y con los nervios a flor de piel.
Hana desvió la mirada al notar a Mónica en la puerta del edificio, mantenía su celular en la oreja, ayudándose a sostenerlo con su hombro, mientras le señalaba el reloj de su muñeca y le dedicaba una mirada reprobatoria. En ese momento se despabiló recordando que tenía que irse ya o podría irle muy mal.
-Perdón Lucas, pero tengo que irme, luego platicamos ¿Sí? -Sin pensar Hana dio un paso hacia él y besó tiernamente su mejilla, no dijo nada más y siguió su camino, mientras el chico a su espalda sonrió como un tonto enamorado sin pensar lo que había pasado. Juró en ese momento que jamás iba a volver a lavar su rostro.
-Llegas tarde, Hana -dijo Bruno, escudriñando a la azabache de pies a cabeza-. Anda ve con Laura, te dará la dirección de tu cliente.
Hana asintió en silencio, cohibida por la mirada lujuriosa de su proxeneta, caminó de prisa al lugar donde se encontraba su compañera.
-Llegas tarde - Laura también la reprendió-. Solo te diré rápidamente las instrucciones que debes saber, no tenemos mucho tiempo, así que apréndetelas -dijo seria y asintió igual.
Hana tomó con prisa sus pastillas y sacó unos condones de su loquer.
-Eso no te servirá -dijo Laura al verla-. Al señor Santoro le gusta sin condón. -Al escucharla, Hana guardó de nuevo los condones sin comentar nada al respecto, era habitual que a los hombres no les gustara usar protección, eran unos cerdos.
-Perfecto... Pon atención, al señor Santoro no le gusta que lo miren, ni que lo toquen o hablen y por tu bien a la hora del sexo no digas nada, absolutamente nada. -Laura le advirtió, más que nadie sabía lo que pasaría si no acataba las reglas.
-¿Qué pasa si lo hago? -Hana se atrevió a preguntar.
-Más vale que no lo averigües. -La azabache tragó grueso mientras Laura peinó su cabello y le sonrió.
-Estás lista. Toma el taxi, dale la dirección, una ama de llaves te recibirá y espera al señor Santoro en su recámara, jamás hagas algo sin su permiso y estarás bien. -Palpó su hombro y Hana salió tomando el taxi como le dijo.
Estefan llegó a su residencia después de regresar de su viaje de negocios, se adentró a su recámara donde ya se encontraba la chica que había pedido para esa noche. Estaba ansioso, necesitaba liberar todas sus tensiones.
Se acercó lentamente hacia ella y la recorrió por completo, le gustaba cómo iba vestida y más porque el rojo era su color favorito. Caminó en círculo hasta posicionarse detrás de ella. Alzó una ceja cuando su mirada fue atraída hasta ese delicioso y enorme culo que poseía.
Hana Se mantuvo en silencio como le dijo Laura, su postura era recta y miraba hacia enfrente, viendo particularmente nada al sentir la mirada de Estefan por todo su cuerpo.
Santoro regresó al frente observando su rostro con más atención, tenía que admitir que la chica era muy atractiva, levantó su rostro tomando su barbilla, solo un poco, pero si lo suficiente para que sus ojos azules conectaran con los suyos.
Por un momento se preguntó cómo alguien tan joven y de belleza angelical podía dedicarse a esto. Estefan siguió observando cada detalle, deteniéndose particularmente en aquellos carnosos labios rosa. Era una total locura que creyera que no había visto mujer más hermosa que ella.
¿Desde cuándo se fijaba en el físico? Solo le bastaba con tener un cuerpo caliente donde desahogarse, eso lo era todo.
-Desvístete y recuéstate -le ordeno al notar que ya había perdido demasiado tiempo con insignificancias.
Hana ni siquiera asintió, solo se empezó a desvestir frente al extraño y bajo su mirada inquisidora. Estefan estaba disfrutando tanto de la vista de ese bello cuerpo que poseería en un momento.
Su anatomía era una dulce y bella creación, nada exagerada, perfectamente podía contemplarlo por mucho tiempo más sin cansarse al respecto y ella se encontraba tan dispuesta a hacer todo lo que él iba a querer hacerle, su vientre estaba totalmente plano y acentuaba muy bien con sus proporcionadas caderas formando un perfecto cuerpo de reloj de arena.
Hana estaba a punto de quitarse la última prenda que la cubría cuando Estefan alzo la mano y la detuvo negando, Ella entendió el mensaje y se dejó puesta las bragas rojas que cubría su intimidad.
-Recuéstate -Ordenó de nuevo.
Hana obedeció sin decir ni una palabra, expectante de las acciones de su cliente. Ahora era el turno de Estefan para desvestirse frente a ella. Tenía que admitir que esa, era la primera vez que uno de sus clientes era tan extraño como lo era de atractivo.
Demasiado atractivo y que decir de ese espectacular cuerpo que dejó al descubierto mientras no dejaba de mirarla. Se preguntó por qué un hombre así tenía que pagar por un servicio como este cuando seguramente a las mujeres se les caían las bragas con solo verlo.
Tampoco tenía ni idea de cuántos años podría tener, pero estaba segura de que ya era mayor y no porque lo pareciera sino porque esos ojos negros sádicos se lo gritaban. Tal vez esa oscuridad era la que no quería que nadie mirara.
-Abre las piernas. -Hana obedeció.
Santoro tomó posición, por primera vez sus pieles se estaban rozando desnudas. Palpó con firmeza una de sus piernas deleitándose con la sedosidad de su piel y se acercó peligrosamente a su rostro susurrando muy cerca de sus labios.
-¿Conoces las reglas? -Hana dejó de respirar y asintió ganándose una sonrisa de su parte-. Buena chica. Veremos que tan fuerte eres, no se te ocurra soltar ni siquiera un suspiro o tendré que castigarte muy fuerte y odio tener que hacerlo.
La azabache solo mordió su labio cuando el gran Estefan Santoro, hizo aún lado la pequeña prenda que la cubría y entró en ella con un poco de esfuerzo. Hana tuvo que cerrar sus ojos y apretar su mandíbula cuando fue penetrada de manera deliberante.
-Así me gustan, calladitas... te diré algo, sé que no será fácil, pero agradezco tu esfuerzo -dijo en el momento preciso en que empezaba a moverse de manera más rápida.
Hana sintió como un pequeño caló iba en aumento, como estaba siendo expuesta y placenteramente a un placer que extrañamente no había sentido nunca y que la llenó de frustración por no poder decir nada.
Estefan llevó una de sus manos hasta alguna parte del cuerpo de Hana, lo sostuvo con fuerza mientras movía sus caderas de manera errática. Como reflejo, Hana echó su cabeza hacia atrás al sentir cómo Santoro se movía, cómo jamás había imaginado y en tan poco tiempo transcurrido.
Su respiración empezó a descender y su rostro a transpirar. Esto tenía que ser una broma, nunca había sentido placer, pero ahora que en verdad estaba gozando tenía que callarse.
Maldijo en su mente.
Estefan solo observaba a la pequeña chica quien batallaba consigo misma para tratar de resistir a toda costa, que algo fuera a salir de su boca. Santoro la tomó por los brazos y la alzó sobre sus piernas quedando sobre su regazo.
Aún era él quién ponía ritmo y sonrió cuando Hana recostó su cabeza sobre su hombro, podía escuchar su respiración acelerada, Estefan decidió que era momento de ponerle más ritmo a sus movimientos y así lo hizo. Tanto fue la abrumadora sensación que le hizo sentir que sin querer soltó un sollozo de placer, tan agudo y sensible que claro que no pasó desapercibido para Estefan.
Paró sus movimientos y Hana lo miró aterrada, esperaba lo peor, tal vez una bofetada como era su costumbre, según lo que contaban de él y después de eso los azotes sobre el sillón, pero lo que jamás esperó fue que Estefan volviera a hacer el mismo movimiento de cadera para que ella pudiera sollozar de nuevo.
La azabache quiso reprimirlo esta vez, pero Estefan quitó la mano de su boca y le dijo...
-Hazlo de nuevo. -Con sus pupilas dilatadas al pedírselo.
Hana no podía entender por qué le pedía eso cuando sus reglas eran no hacer sonido alguno, pero sus pensamientos fueron interrumpidos cuando Estefan empezó de nuevo, aún más rápido. No pudo más, necesitaba desahogarse y entonces empezó a soltar gemidos con su dulce y aguda voz.
-¡Aah! ¡Aaah! -Santoro sonrió y volvió a recostarla en la cama poniendo su oído cerca de la dulce boca de la prepago.
Ese sonido, en vez de enfurecerlo, causó algo que jamás hubiera imaginado y era ponerlo aún más caliente de lo que ya estaba, era algo que incluso para él había resultado toda una sorpresa.
-Di mi nombre -le pidió cuando estuvo a punto de llegar.
Hana soltó otro gemido seguido del nombre de Santoro cuando ambos llegaron al mismo tiempo. Estefan ni siquiera se detuvo cuándo acabó y empezó a moverse de nuevo, haciendo que empezara a gemir otra vez, ya que su sensible cuerpo estaba al cien.
-Señor Santoro... -Estefan la miró como si se tratara de una auténtica locura-. Tiene que pagar extra si lo volvemos a hacer.
Hana le pidió y él sonrió.
-Te pagaré toda la jodida noche si sigues diciendo mi nombre...
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