onmigo en el sofá. Llevé mi pulgar a la palma de su mano y presioné lig
ertos dolores, sin necesidad de medicación. Amanda gimió suavemen
ealmente bueno - sus ojos se abrieron de repente, cuando soltó otro
e les enseñaba. - No te preocupes, este tipo de reacción es común. Al pa
relajarse más rápido. - Entonces,
responder a tu pregunta. No lo estamos. El doctor Salvani tiene dinero
crees? - El me miró. No. - Sí, ya que son compañeros de trabajo. - Mentí. Ella resopló. - Ahorrarme. - Pus
tes no podía hacerlo, me molestaba mucho el dolor de cabeza, pero quie
tragó con fuerza, mirándome- por salvarme la vida. Toqué su hombro,
me habría hecho ese hombre si no hubieras llegado. Muchas gracias, doctor. La miré atentamente. - No es
tá mejor? Yo sonrío. - Sí, mucho mejor ahora. Ella frotó el área con fuerz
poco de la cara que puso, antes de
í en la aplicación de comida y le entregué el dispositivo. - ¿Qué? Miró entre mí y mi mano extendida. - No
ie de exámenes. Mi sonrisa murió al saber que se quedó sin comida. -
haré yo. Y puede que no te guste mi elección. - Quédate con eso, no g
tivo cuando ella tomó mi mano y me jaló hacia la pequeña cocineta, allí en la esquina y comencé a desata
jodida comida. Ayudé a Amanda a colocar la comida en la mesa de caf
a. Pero no tuve esa suerte, sobre todo cuando mi estómago gruñó con fuerza, llamando la atención de Pedro, que estaba sentado a mi lado y logró oír todo. Tenía la intención de
. Incluso pensé que era muy amable
esperándonos. Pedro incluso pensó en cambiar de opinión, pero cuando
ar de veces, pero a mí no me importó, cuando tengo hambre termino metiéndose mucha comida en la boca, y e
Recuerdo mis primeros días en el hospital, y la primera vez que me encontré con Pedro en el pasillo, me enamoré de él enseguida, incluso sin q
caría a nadie, pero ahora está aquí, frente a mí, sentado en el suelo de mi casa, conmigo, comiendo com
trabajo y de Salvani. - ¿I? - preguntó sorprendido. Confrmé. - Sí, aqu
de arriba a abajo, evaluando todo el contenido. - Treinta. - adiviné,
intitantos años. - No me digas que
actamente? Se acercó y me limpió la barbilla con la servilleta. Me sentí
l pan de nuevo al plato y lo miré h
nes el pelo blanco, no puedes tener 43 años. - 42 años - me corrigió -, po
epté, curiosa. Pero aún así, no puedo creer lo que veo, ¡en realidad tien
cuando escuché el sonido de su risa.
Realmente tienes 42 años, me siento fatal en este momento. Su sonrisa
iste por mí - Resoplé - Pero ahora que conozco tu edad, veo que es realmente una mala idea. No sé dón
o. - Amo el café. Lo miré, sorpren
mbros - ¿Mi edad nos impide tomar un café? Lo negué. - No, pero... -
hacer. Cómo salir con la mujer que q
ento en que sonó su teléfono, dejándolo luchando por contestar - Nece
era despedirse. Lo peor es que ni siquiera me puedo imaginar