que daba a la calle. Pero su padrino se lo había dejado como nuevo, no le faltaba nada; no iba a permitir que pasara una sola dificultad si podía evitarlo. Se sentía un poco nerviosa; los
los fines de semana se escuchaban la música y las risas. Por las tardes salía a explorar el barrio, trataba de recordar cada comercio, cada parada
e encantaba la universidad y enseguida hizo amigos. Le costó un poco acostumbrarse al ritmo y se esforzaba
argen para demasiado. Sara también lo rondaba de cerca, más que antes. Pero, de todas maneras, la extrañaba. Iba con menos frecuencia a la casa; ¿qué sentido tenía? Ella ya no estaba allí. Francis n
se desentendió de ella. Dejó el hotel con una gran satisfacción, y no por lo que había hecho con la amiga, sino porque dentro de su
nera de sentarse cerca, pretextos para hablarle, le preguntaba cosas sobre los libros que debían estudi
Ad
S
ta, inspiraba confianza. Sus ojos br
aces es
¿por qu
e a un lugar, un
ones de salir con nadie, mucho menos después de cómo su último novio la había dejado. Pero él s
respondió sin
salieron de sus órbit
aso a buscar
¿a qu
o a l
eno
s pasos. De pronto, se dio cuenta de algo y regres
vives... -le
sabes.
l pelo medio recogido y su bolso cruzado sobre el pecho. A Jim le pareció la más hermosa de todas. Caminaron
da del edificio y se marchó contento, sonriendo. Ella cerró la puerta y sintió algo nuevo. Le gustaba, él le gustaba, y muc
dulce y tranquilo, pero se entusiasmaba hablándole de películas, y a ella le encantaban. Fueron al cine
ta él; muy despacio, un poco nervioso y ansioso, la besó. Y sí, sus labios eran suaves. La miró, ella le sonrió y de nuevo la besó, pero esta vez rodeán
artó con la cara roja y los ojos brillando. Respiraban con dificultad los dos; el calor había aumentado bruscamente, pero para él eso sería todo. Al meno
de aquel noviecito de adolescencia: su cue
a almorzar, y casualmente con una pinta horrible. Esgrimió que había salido de juerga con unos conocidos y le habían robado el auto, pero la policía lo enc
y así pudo salir con el privilegio de tardarse
a hacer, Lucas -le dijo cuando
solo quiero verl
nte el trayecto subió la música y tarareaba al compás de las melodías; estaba contento, más contento de lo que había estado en
uieto, nervioso; no tenía demasiado tiempo para perderlo así. La impaciencia se apoderó de él y se bajó del coche, cruzó la calle y se puso a mirar los nombres de la
, una señora muy mayor abrió la puerta de entrada y salió con su pequeño
ora, ¿puedo pr
rprendida, pero tenía buena pinta, estaba m
gam
olvidó anotarme el piso... Se mudó hace unos meses, estudi
lo pensó u
a dulce de ca
¡
l 4º B, me
cas se ilumin
ial! Le agra
da, jo
nes y esperó que se alejara un poco antes de volverse hacia el t
oz. -¿Hola? -Lu
una voz de fondo,
uié
no respo
r... Hola,
su departamento. Cuando oyó el clic del aparato al colgarse, se apresuró de nuevo a su coche y a
Mierda! -gritó, dánd
do con tanta vehemencia! ¿Y ahora tení
e tardó cuatro meses en meter a un
a ella todo lo que pensaba, lo que era, en la cara. Se la llevaría arriba y le enseñaría lo que era un verdadero ho
podía ser de ese pequeño enano que había espantado con algunas palabras? A este le haría lo mismo. No podía
s celos y apretaba el acelerador a fondo; por momentos gritaba insultándola, insultando a ese bastardo,
ue de ira y golpeó la pared azulejada con los puños cerrados hasta que le dolieron las manos. Él, que la amaba con locura, que estaba dispuesto
itarlo, no pudo evitar descargar esa reacción mientras el agua tibia le corría por la espalda. Y otra vez, como aquella vez con Sara, su nombre se le escapó de entre los labios cuando alc
orprendente y estaba convirtiendo su amor en un