en los charcos de agua. Desde el amplio ventanal de su oficina, en el piso más alto de la Torre Leduc, Sebastián observaba cómo el mundo seguía su cu
lo su sueño, sino también su legado, una prueba de que incluso alguien como él, hijo de un empresario caído en desgracia, podía
te, aún resonaba en sus oídos. Era la única persona que se atrevía a enfrentarlo sin titubear, la única que no se intimidaba con su poder.
legal. Sebastián lo ignoró, sus ojos todavía clavados en el horizonte. La verdad era que el informe no le preocupaba; lo que lo
a tan rápido como sus manos, ajustando los planos que cambiarían el diseño del puente principal. No era perfeccionismo, era necesidad. Para Elena, "Eterna"
había prometido evitar en su vida: poder desmedido, sacrificios morales y la amenaza constante de que sus va
ue algo inevitable estaba por suceder. Porque, aunque aún no lo sabían, sus caminos
era solo e