tir pequeña. La puerta de entrada, de cristal puro, reflejaba su imagen: una mujer joven, con cabello castaño claro, y unos nervios que no podía ocultar. Aunque se veía seg
pasado, la había hecho una experta en esconderse. Pero en este momento, frente a este gigante de cristal, ella n
n perder tiempo. Tenía que estar tranquila, aunque su mente no dejaba de dar vueltas. El ascensor ascendió con rapid
se adelantó, con paso firme pero con las manos sudorosas. Al fondo del pasillo, la pue
decir una palabra. Era un hombre de 40 años, de apariencia rigurosa, con cabello oscuro, peinado hacia atrás y una
grave, apenas mirando los p
zar hacia el escritorio. Cuando llegó, se detuvo y lo miró. El hombre n
ás fuerte de lo que pensaba que
de arriba a abajo. Su mirada era fría, calculador
-dijo con tono seco, como s
con la voz un poco más sua
ando silencio por un momento. Lue
i despectivo. Era simplemente neutro. -Pero quiero saber
ía que decir. Había preparado la r
aer. Soy rápida y discreta. En este trabajo, lo único que importa es hacer
mo si estuviera midiendo sus palab
a palabra tuviera un peso espec
lmas de las manos, pero se obligó a mantener la calma. S
irigió una mirada decidida. -Solo hago mi trabajo y me v
Más bien, parecía una sonrisa de alguien que hab
mo si lo estuviera analizando. -¿Sabes qué? Me gusta es
o de no mostrar que sus
perfectame
, como si hubiera tomado una decisión, se recostó en
eda confiar, y no me importa si eres demasiado buena para el trabajo. Me importa que no causes problemas. Aquí,
do entrenando su mente para este momento. Ella solo quería una opo
ñor, lo
tuviera buscando alguna señal de duda. Pero Helena no f
er a prueba tu capacidad de mantener todo en orden. A partir de mañana, serás mi se
, pero en ese momento, todo parecía más claro.
r Ferrari. No
o. No hubo más preguntas, ni más sonrisas. Era como si ya no le importara
mos mañan
ón de satisfacción. Sabía que el desafío apenas comenzaba. Pero por fin,