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Luciano Valente, CEO perfeccionista de un imperio hotelero, descubre que su secretaria ideal es en realidad una impostora con un pasado criminal. En lugar de despedirla, le propone un trato: fingir ser su prometida para cerrar una fusión empresarial. Lo que comienza como una farsa estratégica se transforma en un juego peligroso de deseos y verdades ocultas. Él teme enamorarse de alguien que no existe. Ella teme que, al fin, alguien vea quién es de verdad. Porque a veces, la mentira perfecta... esconde el amor más real.
El edificio Ferrari Hotels se erguía frente a Helena Martínez, tan alto que parecía tocar el cielo. Miró hacia arriba y, por un momento, la inmensidad del lugar la hizo sentir pequeña. La puerta de entrada, de cristal puro, reflejaba su imagen: una mujer joven, con cabello castaño claro, y unos nervios que no podía ocultar. Aunque se veía segura por fuera, por dentro, sentía que su corazón latía con fuerza. Esta era la oportunidad que había estado esperando, pero también sabía que no podía permitirse equivocarse.
Helena había pasado la mayor parte de su vida cambiando de identidad. La necesidad de desaparecer, de borrar su pasado, la había hecho una experta en esconderse. Pero en este momento, frente a este gigante de cristal, ella no quería esconderse. Quería ser alguien más. Una persona nueva. Un futuro que podía alcanzar si todo salía bien.
Entró al edificio, notando el aire acondicionado que la envolvía y el olor fresco a nuevo. Se dirigió al ascensor sin perder tiempo. Tenía que estar tranquila, aunque su mente no dejaba de dar vueltas. El ascensor ascendió con rapidez, pero Helena no sentía que subiera. Cada piso que pasaba, sentía como si el peso de la entrevista la aplastara más.
El piso 18. La oficina del CEO. El ascensor se detuvo y las puertas se abrieron. Helena se adelantó, con paso firme pero con las manos sudorosas. Al fondo del pasillo, la puerta de la oficina de Ricardo Ferrari estaba abierta, lo que le dio el valor para entrar.
Ricardo estaba allí, sentado detrás de un escritorio enorme de madera oscura. Su presencia era imponente, aún sin decir una palabra. Era un hombre de 40 años, de apariencia rigurosa, con cabello oscuro, peinado hacia atrás y una chaqueta perfectamente ajustada que no dejaba espacio para imperfecciones. No levantó la vista cuando ella entró.
-Pasa -dijo Ricardo, con voz grave, apenas mirando los papeles que tenía frente a él.
Helena respiró hondo, ajustándose la chaqueta con cuidado antes de avanzar hacia el escritorio. Cuando llegó, se detuvo y lo miró. El hombre no la miraba, parecía que estaba esperando que ella tomara la iniciativa.
-Gracias -dijo Helena, un poco más fuerte de lo que pensaba que sonaría. No quería sonar insegura.
Ricardo levantó los ojos, finalmente, y la observó de arriba a abajo. Su mirada era fría, calculadora, como si estuviera evaluando cada aspecto de ella.
-Helena Martínez, ¿verdad? -dijo con tono seco, como si ya supiera todo sobre ella.
-Sí, señor -respondió ella, con la voz un poco más suave. -Soy... Helena Martínez.
Ricardo asintió lentamente, guardando silencio por un momento. Luego, deslizó una carpeta hacia ella.
-Leí tu currículum. -El tono de su voz no era ni amable ni despectivo. Era simplemente neutro. -Pero quiero saber más. ¿Por qué debería contratarte? ¿Qué tienes que ofrecer?
Helena no vaciló. Sabía lo que tenía que decir. Había preparado la respuesta en su mente una y otra vez.
-Soy eficiente, señor Ferrari. Trabajo bien bajo presión, no me dejo distraer. Soy rápida y discreta. En este trabajo, lo único que importa es hacer que las cosas funcionen bien, sin causar problemas. Y eso es lo que hago.
Ricardo la observó atentamente, como si estuviera midiendo sus palabras. Finalmente, levantó una ceja.
-¿Discreta? -repitió, como si la palabra tuviera un peso especial. -¿Qué quieres decir con eso?
Helena sintió que el sudor empezaba a brotarle en las palmas de las manos, pero se obligó a mantener la calma. Sabía que la respuesta a esa pregunta podría ser crucial.
-Significa que no busco llamar la atención. -Helena le dirigió una mirada decidida. -Solo hago mi trabajo y me voy. No soy de las que se quedan en la mira de los demás.
Ricardo sonrió, pero no era una sonrisa cálida. Más bien, parecía una sonrisa de alguien que había escuchado demasiadas veces esa misma respuesta.
-Te gusta mantenerte en las sombras, ¿eh? -preguntó, como si lo estuviera analizando. -¿Sabes qué? Me gusta eso. Aquí, nadie es importante excepto yo. Nadie sobresale.
Helena asintió, tratando de no mostrar que sus palabras la afectaban.
-Entiendo perfectamente, señor.
Ricardo la miró con una expresión calculadora. Luego, como si hubiera tomado una decisión, se recostó en su silla y entrelazó las manos sobre su escritorio.
-Tengo una propuesta para ti, Helena. -Su tono cambió, volviéndose más directo. -Necesito a alguien en quien pueda confiar, y no me importa si eres demasiado buena para el trabajo. Me importa que no causes problemas. Aquí, la perfección es la norma. Si aceptas este puesto, tendrás que ser perfecta. En todo momento. ¿Estás dispuesta?
Helena, sorprendida por la pregunta directa, no vaciló. Había estado entrenando su mente para este momento. Ella solo quería una oportunidad, una vida diferente. Y estaba dispuesta a pagar el precio.
-Sí, señor, lo estoy.
Ricardo la observó durante un largo momento, como si estuviera buscando alguna señal de duda. Pero Helena no flaqueó. Sabía lo que tenía que hacer para salir adelante.
-Bien, entonces, empecemos. -Ricardo hizo una señal para que se sentara. -Voy a poner a prueba tu capacidad de mantener todo en orden. A partir de mañana, serás mi secretaria personal. Te daré instrucciones, y espero que las sigas al pie de la letra.
Helena asintió, aliviada. Era solo el comienzo, pero en ese momento, todo parecía más claro. Había dado el primer paso hacia su nueva vida.
-Gracias, señor Ferrari. No le defraudaré.
Ricardo asintió, y de repente, parecía que la conversación había terminado. No hubo más preguntas, ni más sonrisas. Era como si ya no le importara nada más. Se levantó de su asiento y le hizo un gesto para que se fuera.
-Nos veremos mañana, Helena.
Helena salió de la oficina con el corazón acelerado, pero con una sensación de satisfacción. Sabía que el desafío apenas comenzaba. Pero por fin, había dado el primer paso hacia un futuro que ni ella misma podía imaginar.
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Elena, antes una heredera mimada, lo perdió todo de repente cuando la verdadera hija le tendió una trampa; su prometido la ridiculizó y sus padres adoptivos la echaron. Todos querían verla caer, pero ella desveló su verdadera identidad: heredera de una inmensa fortuna, famosa hacker, top diseñadora de joyas, autora secreta y doctora talentosa. Horrorizados por su glorioso regreso, sus padres adoptivos le exigieron la mitad de su nueva fortuna. Elena denunció su crueldad y se negó. Su ex le suplicó una segunda oportunidad, pero ella se burló: "¿Crees que te lo mereces?". Entonces, un poderoso magnate le propuso amablemente: "¿Puedes casarte conmigo?".
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