os de Nareth no traía
e nadie intentaba apagar. Era el tributo al Fuego Mayor, decían. Na
or la choza. El rostro de la mujer, marchito por la fiebre y los años, seguía siendo hermoso para Asha, no por lo que most
susurró su madre. Sus la
sto compresas toda la noche, pero el calor no bajaba. Ni las hierbas. Ni
tenía lágrimas. Solo ceniza en l
nos rituales co
e estr
os. El sol apenas se asomaba sobre las cum
co había tenido tiempo de ser mujer. La pobreza en los Alto
. Las túnicas debían cubrir el cuerpo, borrar las formas, anular la
mano huesuda y en ella sostenía una trenza de ca
dijo. Su voz era m
llo. Sintiendo una quemadura
eres. Aunque te
frente febril y salió. No
jóvenes, todos con la edad exacta, todos silen
Algunos decían que eran convertidos en servidores del fuego. Otros, que eran quemados vivos como ofrendas para alimentar la llama sag
recibía pan. Hierbas. Carbón
un sacr
un t
o cruzó el cielo como una herida llameante
ibeteados de cobre. Su rostro cubierto por una má
a tierra. El Custodio se detuvo frente a los jóvenes. El aire se hizo
bía tras esa máscara. Algunos decían que los Custodios ya no er
tad de la fila, Asha
z rompió el aire como un cu
. Lentamente, levantó
unísono. Murmullos
fue t
siguiéndolo. Las piedras estaban calientes bajo sus pies desc
fuego ante ella. Flotaba. Vibraba.
o dolor. Solo un destello, un zumbido
rir los ojos, ya n
as entrañas
nea, iluminada por vetas de magma que corrían por las paredes como ríos vivos. Cé
siguió. Su cuerpo comenzó a sudar, su corazón latió
res con rostros cubiertos por velos carmesí, y un ancian
o una de las mujeres, com
tió, y se retiró
sola fren
ordenó el
ecordó las palabras de su
jo el anciano-. Serás c
O de ofrenda.
No tembló. Era f
o con ceniza aromática y le marcaron la espalda con un símb
no oscuro, y un collar de hi
e piedra. Con otras tres jóvenes
ha
ue llegaría a la choza. En las h
e sufrimiento
na ardía en lo alto d
pezaba a entender lo que si