ncuentras bie
profundo tajo que la hacía manar sangre de su vientre. Intentó en vano taponar la hemorragia
an ido aque
durante mucho tiempo, por su belleza deslumbrante y su cuerpo que incitaba a la lujuria, pero aquello terminó bruscamente cuando sus dos últimos clientes, unas bestias incivilizadas procedentes de algún lejano reino del sur, habían decidido después de terminar de practicar sexo que el precio que cobraba era demasiado alto, ya que la belleza efímera que había sido siempre su seña de identidad ya no er