on la vista gacha por las calles de Ámsterdam, pensaría que estoy de vacaciones; una amarga sonrisa se dibujó en mi
importante tiene
to con mis padres y ahora era imposible repetir aquellos
invadía una profunda tristeza, algo inexplicable, como si me faltara alguna parte de mi cuerpo y quizá no era algo que se po
misma y sonreí para darme áni
de inmediato, no me apetecía hablar con nadie en aquel momento, realmente hace una semana que no contestaba llamadas; reí en mi interi
ería consentirme por última vez; pero ni siquiera tenía fuerzas para eso, así que, cuando había llegado al estacionamiento del
la lógica de querer darme el mayor regalo de despedida, cuando mi mayor regalo lo tuve durante veintidós año
l, canté a todo pulmón y no me importaba si las personas de mi alrededor podrían escucharme, ¿qué
mi mente, quizá ellos eran lo único que tenía; sin embargo, mi estado mental como mi salud me
dónde me e
ía comentado d
a todo lo que estaba viviendo, por
irigí hacia la organización. Hace mucho que había arreglado los papeles para tener un suicidio asist
a ciudad de Ámsterdam, así que decidí manejar con lentitud mientras bajaba
na pesadilla; no sé qué suceda después de la muerte, pero si los muertos llegarán a tene
tando los últimos momentos de mi vida. Recordaba a mi familia, los momentos que viví con mis
erte de mis padres, que yo les había consumido la vida, él nunca me lo dijo expresamente; pero por sus actitudes, por
erdos estaban dentro de él, en sus asientos, en sus vidrios. Era un lugar pequeño, pero muy lleno de historias. Con mi delicada mano toqué el asient
tentación de hacerlo, pero me abstuve, no quería darle otro dolor más, era injusto que lo
a razón no quería que nadie viera mi rostro, como si me sintiera avergonzada de mi decisión
é con un poco de timidez, mientras en mi mano observaba el nombre de
ltimo día de vida y que aquellos suspiros cansados que salían de mi boca eran los últimos que
de la doctora Ayala -
servó un poco desco
ita de nuestr
evemente co
o llegara el día se lo entregara a la person
rma rápida para luego escribir en un papel el número
ero y esté segura de su decisión señorita... -hizo una p
sconocida, pero sus palabras removieron algo en mi i
ápidamente, ahora no había nadie que me pudiera detener,
s; en mi cabeza únicamente se encontraba el número de habitación, era lo único que podría percibir y pensar. Mis manos estaban sudorosa
n ya estaba tomada y cada paso que daba hasta llegar a la habita
minutos se convirtieron en horas. No había caminado mucho; sin embargo, mi res
a donde se puede ver el interior de la sala, las puertas eran más parecidas a las de una
e un sólo o llamar a la puerta... Lo único