tono. Dos. Tres. Cuatro. Lo hice un par de veces más y
oras de la noche y algo le ocurría a la princesita de Leo McCartney, posiblem
ilidad, aterrado. Ese
je con resignación y la arrastr
mán para que entrara, a lo q
na chica que no conocía de nada y posibl
e puso el trasero en el asiento de mi auto y parecía tener su
ecorrido, lo apagué, hastiado con la mú
estaba ba
bailaste lo
por prender la radio de nuevo cuand
ajo y ella me miró por un instante, perple
gado, creo que por
do-. Pero si soy el
retiró el largo cabel
n mi auto con Leah McCartney y la si
estaba conviviendo con la hija de las pe
pondría los cab
co era tan hijo de puta como para abandonar
a la ventana- y, cuando llegamos a su residencia, hablé por el interfón con uno de los guardias. Segundos después s
ue había recorrido para ir a la fiesta de beneficencia unas horas atrás y que jamás pensé andar dos vece
erando por devora
do en la entrada. Pensé que lo vería en pijama o algo por el estilo, pero seguía luciendo una cam
as horas y con esa pose férrea y rígida, fue que parecía un tipo
el paquete era su hij
si cayó al piso de no ser porqu
a, pero la expresión de
autoritario y yo me mantuve en el lugar, incapa
hombre int
to y estuvo a salvo sobre la tierra
no mancillar aún más mi orgullo
le hayas puesto una mano enc
e defendí, pero sentía
a puerta con más fuerza de la neces
í tam