xible. Respiró profundo, para calmarse. En estos últimos días, todo la enfadaba, la disgustaba y nada la llamaba la atención. Estaba acumulando ese enojo y estrés, como u
e lograra que tocara el cielo con sus manos, mientras se quemaban en el fuego del infierno de sus cuerpos. Esperaba en la entrada del res
ultura humana. Palideció, como si hubiera visto a un fantasma o al mismo demonio hecho persona. Un frío le recorrió el pecho
s le decían de esa manera-. Señora Haller. -Fingió una rebuscada sonrisa
lo tenía peinado y los ojos, eran de tono café oscuro. Era atractivo, pero nada del otro mundo; era ordinaria y se le notaba lo fácil que podría hacerlo caer ante sus pies. Era más, sin haber movido un solo dedo, ya insinuaba con
ante-. ¿Podrías recordarme tu nombre? -Levantó su hermoso, expresando superioridad.
oreja a oreja, mientras se tragaba el orgullo y la dignidad po
tareas que hacer cuan
su auto, que ya había sido estacionado frente al sitio. Los había dejad
nada. Pero, llegaría el momento en que tendría que devolverle las humillaciones al vejestorio de cabello de antorc
el hombre, extrañado. La jefa de su prometida era madura, pero la había imaginad
años; ya está vieja -contestó Lacey,
, creo que me tendré que conseguir una -dij
que sé, que no irá a mi boda -dijo Lacey, suspirando con tra
te con ella? -preguntó
respondió Lace
rpresa -dijo él, susurrán
su dentadura blanca, al sonreír con complicidad con su p
te tengo con soportarla de lunes a sábados, casi todo el día, como para este en su m
a continuar nuestra celebrac
, Hestia los había seguido y los había visto entrar a un motel barato. Observaba a los prometidos, con su semblante inmutable. No tar
sol, y hubo una refrescante sombra. El viento se hizo fresco, como advirtiendo de lo que estaba por suceder. Dos personas que no se conocían y que pertenecí
modelo de revista, porque era un gordiflaco, se le notaba en los cachetes, aunque a simple vista, manifestaba una silueta delgada. Vestía insípida ropa casual, que de segura había adquirido en un almacén de cuarta. Entonces, ¿por qué él no había quedado embelesado con ella, como las demás personas que estaban en el sitio? Ni magnate, millonarios o directoras, se habían podido resistir a sus encantos. ¿Cómo era que un desconocido y un don nadie, ni siquiera la prestaba atención? Eso solo se podía significar dos c
on amabilidad y una amp
omo perlas verdes. Las facciones de la desconocida, eran inexpresivos, pero perfectos. La cubría un aura divina, como si no perteneciera a este mundo. Y se notaba, que lo que llevaba puesto, er
brazo y agarró de
r la ayuda. Era arrogante e imperativa, pero no maleducada, al menos en público, porque en su cuarto er
ayores intereses, debido a sus aspiraciones laborales, debí manejar el mayor número de le
ento medio refinado. Debía p
electual, sino que sí era inteligente. Estaba segura de que guardaba más cosas relevantes. ¿Este era el consuelo que