iales de ella. En cierto modo, se limitaba con las palabras y sus acciones, porque debía tratarla con más respeto. Además, que en el torso, se podían apreciar de forma erótica los grandes p
ello rojo ondulado, también le otorgaba excentricidad, que complementado con los ojos verde esmeralda, la convertían en una diosa descendida de los cielos. No sabía que le fascinaban tanto esos tonos combinados, hasta que
prendía pureza, ingenuidad y docilidad; esas eran las cualidades de un sumiso perfecto, para poder adiestrarlo a su antojo, para que fuera un can fiel y obediente a su señora, porque ahora, estaba segura de que a la mínima insinuación, se mojaría en los pantalones y saltaría sobre ella, como un animal feroz y sal
aún no era el momento de asustar al pequeño, revel
era su amiga de la infancia, pero luego se volvieron novios, y de manera recién
iferente al de ayer, trayendo chocolates en un paquete con forma de corazón y una rosa roj
que él lo comentara por cuenta propia. Así no podría sospechar de nada, p
e Lacey -comentó Heros, con orgullo y felicidad-. Hoy es
ubría la verdad y luego investigaría más sobre los sucesos que llevaron a este preciso momento. No obstante, algo sí era seguro, y es que ella sería quien movería los hilos de esta trama, porque ahora ellos tres serían los títeres, y los iba a tener bailando con la punta de sus dedos. Si no conocían la maldad, los haría arder en el fuego del infierno, porque habían quedado a merced del mismo demonio encarnado en una mujer. No, no era la dulce don
preocupada, como si le importara la seguridad de la infiel. Sí, bien se decía que, no se debía manifestar el deseo de tener o saber algo, porque podría salir desfavorecido-. Pero antes. Vayamos hacia allá. -
malo; más bien era una forma de corroborar s
-preguntó Heros, ofreciéndole el pa
esas pruebas. Así podría atestiguar la veraci
mágenes donde estaba con Lacey, desde que eran niños, adoles
jo Hestia,
era que se ganaba una partida. En lugar de atacarla a su secretaria de manera directa, frente a sus ojos estaba la forma de como castigar a su auxiliar administrativa. Nadie engañaba a Hestia Haller, sin que tuviera consecuencias. Un hombre que en verdad amaba a otra mujer y que en pronto contraerían matrimonio, era el juguete
iso, por lo que yo decidí venir sorprenderla -dijo Heros, sin saber que cada pal
e podía decir que también había sido víctima de las mentiras de Lacey. Sin duda, alguien que podía traicionar a una persona, que conocía desde la niñez, y que se convertía en su esposo, era alguien sin escrúpulos y cruel. Las cosas no podían quedarse así, eso no debía ser permitido y Lacey tenía que pagar, y se lo cobraría con creces, para que nunca más en esta vida, se atreviera a engañar a las demás personas, que habían confiado en ella. ¿Venganza? No, no se molestaba con eso. ¿Justicia? No, porque no era una heroína, era castigo, porque le daría de tomar de su propia medicina a Lacey, porque hizo enojar al d
a mejor poseer el corazón de un hombre, que amaba a otra mujer, ya
para mí -comentó Heros, con determinación en su rostro. Había estado enamorado desde
ás, que debía a tenerlo arrodillado ante ella-. Lacey tiene suerte, ha
er que destruiría su vida. Hestia era un lobo cruel y despiadado,
stia, a punto de manifestar su iden
endiéndole la mano con c
s cuerpos. En el futuro, ese apretón de manos quedaría opacado, por todas las perversidades que
raciones Haller. Ensanchó sus parpados al temer lo peor. Rogó, que no fuera quién estaba pensando. Lo menos que querí
os, con voz temerosa. ¿Qu
u privilegiado cargo en la compañía, que era el más importante de todos. No le gustaba presumir su estatus, pero