pude resquebrajar la madera. Furibu
lla del escritorio y la escuché estrellarse contra la pared. Mis lágrimas remplazaron las ganas de vomitar que había tenido. Lloraba de rabia y de triste
osa, se lo dije llorando de tristeza, se lo dije calmada. Lo habíamos hablado tantas veces que no pensé que llegaría el día donde estuviese en esta posición. ¿De qué me sirvió decirle? Me hubiese quedado
lo hacía. Un recuerdo de Daniel consolándome con sus dulces palabras me embargó y solo acrecentó mi llanto. ¿Cuántas veces me había
acaron del recuerdo doloroso
everse a entrar, aunque no podría, había cerrado la puerta c
sorpresa y el dolor en su voz cuando siguió habland
iense esa basura-espeté iracunda-, y tú tampoco deberías escuchar
mamá había contestado, pero la verdad era que
o un puñal, partiéndome el corazón en dos pedazos-
a creer lo que mi mamá acaba de decirme. Me había echado en cara mi enamoramiento, pretend
ablar con ella de esto. ¿Cómo explicarle lo que había pasado con Stuart cuando para mi aún era todo tan confuso y doloroso?. Ignoré sus siguientes mensajes sin ni siquiera abrirlos. Me sentía atrapada y condenada a esa casa y esa familia disfunc
a imposible. Y en mi mal humorada desgracia hasta fantaseé con la posibilidad de caer desmayada hasta el día siguiente, porq
mientras movía el pomo con insistencia, como s
ás distancia entre la puerta y yo. La ventana ligeram
escale hasta tu castillo y te robe
ación, no tengo guardas, pero es
na de estar tan cerca de besart
eso. Se había sentido tan real que me levant
sto. Por favor. Volví por ti-rogó insistie
ubí a la orilla de la ventana y me estiré cuanto pude hasta que alcancé uno de los tubos de desagüe. Lo usé solo para darme el impulso que necesitaba
llegué el piso. No caí de pie como había querido, en cambio me doblé el pie cuando aterricé, golpeando la rodilla en el piso y cayéndom
ndo hacia la calle vacía. Desde donde estaba pude ver como apretaba el borde de la ventana con tanta fuerza que temí que se rompiese. Se giró con violencia y se perdió dentro de la habitación. Sí el pretendía sali
el, el desamor, el engaño, la traición de mi mamá, la traición de todos los que me rodearon. Corrí como si mi vida se me fuese en ello y quizás así lo quería. Llevaba un año sint
ra una maldita fachada, un engaño aberrante, mis risas se apagaron y mis lágrimas brotaban por cualquier estupidez. Y odiaba a esta nueva versión de mí, la odiaba con todo mí ser, porque seguía siendo la
ar aire, tratando de calmar mi agitada respiración. Cuando por fin pude hacerlo, reconocí en donde estaba. Era un pequeño parque infantil que quedaba a unas 10
emprendí mi huida. Tenía varias llamadas perdidas desde el teléfono de mi mamá, pero no tenía que ser adivina para saber que se trataba de Stuart. Mi teléfono, después de lo de Daniel, era completamente privado, así que solo cuatro personas lo tení
aún tenía mucho por dilucidar. No sabía lo que haría ahora, ni a donde iría, aunque lo único que tenía claro era que no regresaría a casa. No por los momentos. Pero tampoco podía pasar toda la noche sentada en ese parque, porque ahora con menos adrenalina en mi cuerpo, se me
undo repique, sin esperar ni siquiera un hola de mi parte. Y como sabía lo que me
ero no haberte despertado o interrumpido, no sé si estabas haciendo algo,
escuchar cómo se levantaba de su cama. Por un segundo lo imaginé con alguna otra
uería saludar, pero no me fij
do unos minutos después mi teléfono avisó su llamada entrante. No estaba segura si debía atenderle,
omencé a decir con una fingida vo
pero más te vale que no te muevas de allí hasta
bioso con una posible cita frustrada tan rabiosa como él, mientras yo lucía como una niña abandonada, malcriada y quizás loca,
esta a mi última pregunta que por querer escuchar s
cerrado, el mismo recorrido que había hecho yo hace casi una hora atrás. Caminó con paso seguro hasta donde me encontraba, yo estaba segura de que la oscuridad de la noche y del parque me cubrían, y sin embargo él p
ndo su cabello y parte de su rostro, y sus manos protegidas del frio dentro de los bolsillos. Llevaba unos v
os sobre sus rodillas flexionadas. No me di cuenta de lo alto que era sino
con una voz entre tierna y preocupada, que
que estaba a
se de decir no sonase bastante acosador y tan pertu
el nudo de lágrimas que sentía acumulada en mi garganta, ante la remota perspec
or el tono de voz que había usado, que no podía ser otra cosa. Se quitó la sudadera y a pesar de que intenté negarme la colocó sobre mis hombros. Olía a él, a una mezcla de menta con perfume costoso. Caminamos de regreso a su aut
había l
o de su brazo, y cuando más cerca estuve del auto me frené en seco. Él
auto se encontraba una chica muy furiosa por mi interrupción.
rumpiste mi sueño-respondió reemprendiendo
ude ver lo que me había deslumbrado en la oscuridad. Llevaba un piercing en la ceja derecha y uno
eguntó cuando comenzamos
que no sea cerca
el auto: -Ya sé a dónde iremos. ¿Qué opin
a la fiesta en playa Coral-dije un ta
ir a mi casa- respondió con
ya no s
tonadas pudiesen ser el soundtrack de mi infancia aunque ni existieran para aquel entonces. Sin darme cuenta llegamos antes de lo que había esperado. Me bajé del auto mientras el rebuscaba en la parte trasera del auto
única casa iluminada con muchas pequeñas luces, la casa de Kariannis. Sus padres tenían un pequeño imperio que iniciaron siendo pescadores, y aunqu
chos solteros dejarían de estarlo después de esta noche, y no pud
ad era que Kariannis y yo nunca habíamos sido más que compañeras de clases, y en varias oportunidades nos tocó hacer trabajos en equipo juntas. No podía decir nada negativo de ella, porque nunca presumió de su belleza ni riqueza, pero eso no implicaba que me agradase la forma como saludó a Rámses, de seguro era
Cuando amanezca, papi nos llevará a pasear en sus botes por la costa. Tienen que quedarse- i
preguntó el objeto de
tenía nada en el estómago y comenzaba
có Rámses despidiéndose y guiándome ha
ta estaban tomados y jugando dominó, luciendo más desastrosos que los adolescentes. La cocina, en cambio estaba desierta, estaba claro que la muchedumbre había arrasado con todo lo que se podía comer. Vi a Rámses abrir el refrigerador
ernos la carne jugosa aunque un poco fría. La verdad era que estaba
ue hacía en el parque en la madrugada?- pregunté a la defens
rminé localizándote en un parque cerrado, en la fría madrugada, sin un abrigo, sin bolso y llorosa. L
me respondiera, pero considerando el mismo recuento de los he
momento-. Mi mamá prefirió recibirlo en la casa a pesar de todo
ión de tu madre la que importe, porque si bien tu eres su hija, ella no puede
año en las palmas de las manos con mis uñas, le grité todo lo fuerte que pude: -¡Tú no tienes ni idea! Ella no debía perdonarlo, no se lo merece, es un ser
saban en mi camino. La brisa marina me golpeó con fuerza en la cara cuando por fin salí de la casa y no me detuve hasta que llegué
e merecía mi arranque de furia, pero él no entendía. Maldita sea, a veces ni yo entendía. Odiaba sentir todo esto en mi pecho, me ahogaba, me asfixiaba y me dolía. Stuart era tan baja persona que no se merecía ni siquiera mi odio, merecía que l