o de la cómoda y pensó que probablemente no volvería a ponérselo nu
as. Sabía que, antes o después, tendría que parar de cepillárselo. Llevaba más de dos horas en el dormitori
isa. Los músculos de la mandíbula le dolían a causa del esfuerzo, pero no tenía más remedio.
ción a la hora de elegir el vestido había sido casi nula. Había dejado que su madre sacara el diseño de un revista sin siquiera mirarlo. Le habían tomado las medidas, se lo había probado, había dicho que sí a su madre y a la mo
-dijo su madre, co
a lágrima>>, pensó, < evitar pensar... bueno, ¿cómo han pasado tan deprisa todos feliz en absoluto. Los quería demasiado. Había sido la ansiada hija de una pareja que había perdido la esperanza de tener niños, y desde el día de su nacimiento se habían volcado en ó la señora Chandler, dando un eta y las mismas pestañas largas y espesas. Tenía sesenta años, pero su rostro aún era hermoso. El mal de Parkinson que padecía podía haber afectado a sus movimientos, hacer que h handler se entando meterse en un esmoquin. Insistía en que podía meterse todavía en el que llevó cuando nos casamos, y por supuesto, no puede. Ha sonreír e intentó parecer extremadamen untó, cambiando de tema-. Lo sient a el día de mi boda. Pero hay suficientes manos abajo asegurándose de que nada falle. La comida tiene un aspecto delicioso y los invitados están empezando Excepto que nada era perfecto, como ell sintiendo que la pregunta casi la ahogaba, per arte dentro de poco, cuando todo vaya a empezar. Estoy tan feliz por ti -añadió, deteniéndose junto a la puerta-. Ya sé que los dos dijimos que estábamos un poco ema de la universidad. Ya había tenido que padecer muchos sufrimientos por ese matrimonio, y el asunto de sus estudios era uno de ellos. Se puso unos zapatos Dentro de pocos años necesitarían un jardinero para que los ayudara, o convertir parte del terreno en un padre, pero estaba claro que no lo pospondrían lo más posible. A s s de la universidad, que probablemente se quedarían boquiabiertos y se sentirían intimidados por las dimensiones de la casa de sus padres, porque ella nunca les había dicho lo rica qu , pero algunos, sus amigos más cercanos, ya ya habían expresado su horror ante la unión. Le habían dicho, con diferentes grados de tacto, lo sorprendidos que es e ellos le habían inculcado desde la niñez la importancia de la educación, y se habían quedado atónitos cuando ella había ll lo cual, como Isobel había pensado en aquel momento, había re, frunciendo el ceño e intentando encontrarle sentido-. Ni siqu a interrumpirla, diciendo alguna tontería sobre que ado su padre con expresión preocupada, y el uando ellos le preguntaron delicadamente sobre sus estudios de medicina, había murmura se tiró de todos los hilos necesarios para que todo estuviera listo con la misma perfección que si se tratara de un acontecimiento previsto desde mucho tiempo atrás. podía ser su padre. Todavía no. Miró el reloj, que le mostró que to