ntrar a la pubertad. Graciela, la madre de Catalina era una mujer de campo, iletrada, tosca, muy amargada, que
indicio de que la famosa pubertad estuviera cerca; en una ocasión escuchó a su tía decir: _¡Ya Carmen se desarrolló, ya es toda una señorita! _ con una emoción que pareciera que se hubiese ganado
lucir mayor que Catalina. _¿Cuándo será que esta niña se desarrolla?_ decía, algo desesperada la madre de Catalina, mientras ella la miraba ingenua y tranquila; no le importaba mucho la idea del fa
rás!_ y la verdad ella seguía sin comprender mucho; no tenía acceso a libros que pudiesen ilustrarle los cambios generados por la pubertad y ni soñar con el internet. Su cuerpo afilado y escurrido gritaba
o; cuando te desarrolles y te venga la regla vas a tener que comportarte como una mujer, ¡porque eso eres una mujer!, eran siempre las palabras de su madre mientras la mantenía ocupada en casa haciendo cualquier deber. Graciela, su madre, era una mujer dura, y con poco o casi nada de tacto al hablar; la
que ésta le explicara lo que había sufrido por culpa de la pubertad. Aunque Carmen tenía la misma edad de Catalina, el desarrollo le había otorgado un contorne
Preguntó Catalina mientras m
ndió esta con un gra
junto con mis caderas y que peor aún sangraré de entre mis
e eso es doloroso, es más ni cuenta te das cuando sucede. Las palabras de Carmen calmaron un poc
no jugaban a las muñecas ni a la casita, ahora vestían jeans apretados que marcaban sus contorneadas caderas y sostenes que resguardaban sus senos que, en ocasio
unque a ratos se sentía triste por su delgadez, tomaba su bolsita de canicas y se iba a jugar bajo la enramada mata de mango que le aco
n el fondo, deseaba enfrentarse al desarrollo para redescubrirse como mujer, esa mujer que todos esperaban que se formara, que aflorara, que ella misma se negaba a reconocer; tal vez la amargura de su madre le había marcado; el