te London-Bridge, y atravesando las estrechas y sombrías callejuelas del Cuartel de la Torre, se detuvieron, subieron al collado que lleva el nombre de és
a en uno de sus costados, y que la oscuridad no dejaba perc
l continuo contacto del humo, á que sin duda daba mala sali
rada, un hacha y algunos dogales: todo este conjunto miserable estaba alumbrado por una lámpara de barro, encendida delante de un t
y apoyando su rostro ensangrentado en la mano derecha, y el brazo de ésta s
oz de su rostro había desaparecido, y su boca estaba fruncida por una sonrisa de amor y de amargura. Una
dijo al fin el verdugo; yo
a?adió el montero levantándose; ?cre
esbelto encerrado en un justillo de seda; tampoco á mí me conocen; una prisión en la Torre cuando el corazón
estado preso,
e se presentó á disputar la plaza que en mi desesperación había elegido; los hombres somos unos miserables locos, que no tocamos más que extremos. Yo había querido ser un ángel salvador de la humanidad; había sacrificado generosamente mis afecciones en favor de los hombres, y sólo encontré ingratos y malvados; había so?ado en el amo
Dik, devorando á largos pasos la estrecha viviend
nco de un solo golpe, y se clavó rechinando en el tajo. Nada me dijeron; ni me preguntaron mi nombre, ni mi procedencia; me dieron este vestido colorado, una bolsa llena de monedas de cobre, y un aposento en la Torre; dos a?os estuve sin salir de ella; en dos a?os el calabozo donde hice mi prueba, me ha visto cortar muchas cabezas nobles;
omado sobre un banquillo, y Dik siguió su paseo circular con paso más fuert
hambre,
la madre indigente á quien s
omido en
lágrima ardiente y sola a
consumí mis últimas patatas. ?Oh! ?tiene hambre
n golpe en la frente lanzando una exclamación, como q
o en que teníamos trajes de seda bordados de
lecho, debajo del cual
entra un objeto que busca á la ventura. Abrió el saco, y l
ndola con una soltura que probaba no era la primera vez que su mano empu?aba un arma de tal géne
ien que miraba un escudo cincelado en una chapa de oro entre los gavilanes. El escudo es
a espada? preguntó con
patíbulo, contestó
hubiera podido soltar un hierro candente
hermoso traje que yo vestía cuando hice mi prueba de corta-cabezas; le he conservado, lo mismo que esta espada, porque
erán, contestó con firmeza Dik; ve si tienes
toy loco; de todo me olvido; tengo en esta bolsa los cien florines que me dió para los bandidos
uieras, conte
los cerrojos de la
jo Dik, ?dónde
spiradero, y le dijo se?alándole u
ana iluminada por e
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