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Los hermanos Plantagenet

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Chapter 1 LOS HERMANOS DE LA NIEBLA

Word Count: 5432    |    Released on: 06/12/2017

llentos los girones en que se rompía al Occidente el ancho pabellón de nubes que encapotaba el cielo, una galera de altos mástiles y agudas velas

sudeste un pendón rojo, cuyas plegaduras no permitían conocer los detalles del blasón que dejaba notarse de una manera confu

, sin duda por respeto, que miraban al mismo punto que

que á primera vista hubiérasela podido creer anclada, á no ser por el conti

os nuestro relato á todo vagor, pasaremos como un meteoro entre las áridas y solitarias riberas de los condados de Surrey y M

rfectamente á Londres tendido á su altura, y levantando sobre la margen izquierda el recinto torreado de la ciudad y la villa, y sobre la derecha las feas casas de madera del arrabal Sowttwark. Nada de notable se veía en éste, mientras por el contrario, dominando los muros de la ciudad y de la villa, se destacaba sobre el doble fondo de los campos y del celaje la confusa aglomeración de torres de la Torre de Londres, entre las cuales como un pino entre retamas se alzaba la de White-tower (To

entamente de un celaje encapotado, presagiando una noche oscurísima, que se acercaba sensiblemente. Bien pronto al crepúsculo sucedió una claridad dudosa, débil, que desapareció en fin; la niebla en

salones, que se agitaba en sus plazas, que rompía la tierra de sus cementerios; era Londres oprimido por la rapi?a y las horcas de un obispo canciller; Londres monopolizado por su

eído un oído exquisito, hubiera notado un rumor imperceptible en las aguas, comparable en su origen al sonido ténue de una hoja movida por una brisa sutilísima, más sensible después, y semejante al que produce un cuerpo que agita el agua sin azotarla; ru

er amarrado el batel á la maleza que se dejaba lamer de la corriente, tendiéndose á lo largo de ella cual si fuese una gigante y extra?a cabellera; aquel sér, que merced á la niebla hubiera podido pasar por sombra, á no ser por el ásper

en la ribera del islote, á poca distancia de la primera; como ella fué amarrada á la maleza

ote otras cuatro lanchas; una tras otra se per

anchas, seis sombras habí

ntinela en un sitio húmedo por la doble influencia del río y de la niebla, sigamos, si

os algunos momentos al primer espectro (si se nos permite llamar así á un sér que la oscuridad permite apenas entrever de

mole informe también, pero que demostraba ser una habitación de hombres, pue

s posesión de el

erpendicularmente situado bajo ella, servía, según probabilidades atendibles, para dar salida al humo en algunos casos, y entrada á la lluvia en otros: en torno de este hogar, sobre un suelo húmedo y resbaladizo; se veían seis piedras, destinadas si

carencia de todo objeto propio para cubrir las necesidades más fútiles de la vida, si

a tea encendida, clavada en el suelo y próxima á consumirse, las cenizas esparcidas sobre el hogar y la de

a estatua romana; sus miembros robustos, musculosos, participaban á un tiempo de la fuerza del gladiator y de la agilidad del monta?és: y todo este conjunto, tostado por el aire y por el sol, tenía algo de selvático,

sa; cejas negras, también anchas y dilatadas; ojos pardos, grandes y de mirada fija y sombría; nariz recta, de vigoroso perfil y órganos un tanto si se quiere exagerados; boca dotada en su desdén de cier

on ser rojos y negros, pero á quienes había hecho desmerecer en gran manera la influencia del sol y de la lluvia. Este saco, que era lo único que le hacía no aparecer enteramente desnudo, estaba sujeto á su cintura con una tira de cuero, de que pendía un largo y ancho cuchillo corv

cabellera estaba impregnada de agua, así como su gabán, haciendo presumir que poco tiempo antes acababa de tomar un ba?o, indudablemente forzado, pu

a un disgusto sombrío que le hacía aparecer fija y feroz, ni la frecue

?a, ó al mecer el ramaje de la cercana alameda, miraba con la expresión vaga de inquietud que marca el terror, á la pue

no permaneció inerte como las veces anteriores; púsose en pie de un salto, levantó del suelo la ballesta, armó en ella un venablo,

escuchado el leve rumor de unas pisadas en dirección á la caba?a, cuya puer

radiaron entre la oscuridad en el sitio de la caba?a donde se hallaba el recién venido; poco despu

marco á una cabeza en que un frenólogo hubiera hallado las protuberancias que distinguen á un pensador. Este hombre era de mediana estatura; vestía el traje de los abogados de aquella época, y, aunque arma impropia de su estado, ostentaba en su

e minuciosos descritores, diremos que parte de ellos fué trasladada al hogar, y que inmedi

inquisidora, y al reparar en el del antifaz, preguntó en voz g

é ho

iento, contest

esperas? re

la ju

ién

o de mi

es tu

ni

es her

ermanos de

ido seas,

raba, y se estrecharon las manos. Después el recienvenido

adores de Londres; coleto y calzones de pa?o rojo, gorro de baqueta, medias azules y zapatos ferrados. Llevaba á la cintura, y en la misma forma que el de lo negro, un cuchillo ancho y afilado, cuyo principal des

ntó desde su asiento el

ento, contestó

hora e

alió de los labios de este tercer hombre, y las sucesivas fueron se

e la derecha. Su traje era el de los estudiantes de Londres de entonces: un bonete de bayeta negra, y una hopalanda

do del mismo modo que los anteriores, y después de

una capa de pa?o pardo; llevaba antifaz, y cu

anera que los precedentes: fué asimismo interrog

su edad podría suponerse entre treinta y cuarenta a?os, atendida su mirada y el estado de su cabellera. La

ro su voz era mucho más sombría que la que antes que ella habían resonado en la caba?a; saludó á cier

edo, lustrosa y usada, daba muchas vueltas á la cintura, y un largo espadón de á dos manos, de punta roma y en

is hombres de trajes y edades diferentes, alumbrando un conjunto como n

que había interrogado á los otros cinco, se levan

s dónd

de justicia de los h

te ha

lan

o te

ros, hermano

re los

e la prevostí

da uno de los otros cinco, y el rumor de algunas

mer hombre; ?y con qué obj

l de v

e q

os ho

tu posición te aisla; sobre tu traj

sente; es una consecuencia de

s ver t

mplacable, en que el sufrimiento ó el remordimiento habían impreso arrugas prematuras, se ofreció sucesivamente á cada una de l

an ofendido

es un secreto que no me pertenece; mi historia os di

óse de nuevo y

ó el que había interrogado

o Tom Flavi, y soy uno de los

jó ver un rostro franco y valiente, en qu

raron como personas conocidas

s? dijo el interrogan

e pie y

la plaza del mercado, Jorge Ra

el semblante de este hombre, venerable y

ente de aquella extra?a asambl

es, y cómo

ante de teología en la Universidad

te picaresco y atrevido, con la bulliciosa sonrisa del estudiante vivaracho, que sólo cuenta dieciocho

as últimas palabras), y me llamo John Asta-de-buey; tras esto sentóse; despojóse del antifaz, y dejó ver un rostro orlado de

el antifaz, y dejó descubierto un semblante noble, majestuoso y dulce á la par, de color blanco mate,

rmano de la niebla, aboga

s de un momento d

miento data de la misma fecha. Hace do

io de los calabozos, observó el es

e sin corazón; las vidas, las honras y las haciendas eran patrimonio del obispo de Eli, y estaban á merced de los miserables sicarios que le ro

l canciller obispo, que pretendía vivir á mi co

, que el obispo de Eli era un diablo con

e derecho sobre mis géneros á los comisionados

zos meditamos sobre el destino de Inglaterra, y le vimos oscuro, tenebroso, sin que una lejana esperanza pudiese consolarnos. Vimos un trono abandonado por un rey guerreador, que no sabiendo engrandecer su país, hacerle libre y fuerte, y por consecuencia feliz, llevaba su espada á una empresa fanática, al lado de los fanáticos cruzados, perturbadores de un país para el cual eran un azote de Dios, vimos un hermano traidor, revolucionand

es conocer sus derechos; hágansele saber, y tendrá fuerza, una vez con fuerza, hará al rey cu

bandos encarnizados; de ese pueblo sin abnegación y sin virtudes; de ese pueblo envilecido y viciado por el ejemplo de los que le venden? Y si los hay, ?dónde están esos hombres capaces de jugar la cabez

dé dinero, y respondo, para el toque de cubr

que sostenga sus fueros; necesitáis pagarle á peso de oro su cabeza

al suelo un pesad

e los cortadores de Londre

vendedores de la plaza del

nada?, preguntó Ad

os presos de la Torre, y os entreg

dijo Adam Wast dirigiéndose al

spo de Eli, contestó con

exclamó haciendo un mohín d

y los ladrones con quienes te reunes después del cubre-fuego,

ti?ó las mejill

in dominándose

después del toqu

ak, ?qué podemos esperar como res

aso

ado de esa asonada? apo

ejado de afligirnos, el obispo y los aldermens estarán ahorcados, y azotados los archeros con sus p

ario é imperceptible, agitó

diante, tenemos la ventaja

é esperanza nos halaga que no haya de sostenerse por nosotros? ?A quién demandar ayuda, que sea fuerte y quiera dispensárnosla? Cuando el pueblo siente los triples azotes de la tiranía, el hambre y l

la bolsa y sacando de e

que con esto tendrás bastante

dinero y lo guar

studiante, vé si alcanza esto p

e la mano de Adam Wast su bonete de bayeta p

e ese dinero, y hasta qué punto

uisición de este oro

ieron con extra?ez

que enemigo del enemigo del pueblo. Este hombre ha llegado á mí y me ha dicho: ?Adam, el pueblo ruje descontento porque sufre; el pueblo no pue

as llenas, cuando el pueblo no tiene pan?

breo, contes

ady Ester! murmu

a servidumbre y un aparato casi regio para rivalizar dign

odeado de esclavos etiopes cubiertos de oro!, observó el mercader; ?u

la salud común brota de la misma sentina que la opresión y el insulto? ?Es decir que debemos dar gracias á Dios porque ha concedido á lady Ester una hermosura capaz de en

o de los pueblos, no debe repararse en si el arma que les ha de hacer fuertes viene

ígidos, convenció al estudiante, que presentó de

odo el dinero de su bolsa, después de haberles hecho repetir el núme

ado; busca á tus estudiantes, Williams; prepara las llaves y las armas de la torre, Tom Flavi; y tú ejecutor de la ley,

irigieron á la puerta; antes de que llegasen á

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