Había pasado un año que había tomado la decisión de escaparme de la ciudad y nadie, ni siquiera mi propia familia, sabía dónde me había hospedado. Simplemente, no quería que el enfermo de Sebastián se apareciera de repente a arruinar la miserable vida que estaba intentando reconstruir. Aunque cada vez que cambiaba mi número, él volvía a encontrarme.
Ni bien llegué a Ushuaia, conocí a Milena y como las dos estábamos solas en la provincia, tomamos la decisión de vivir juntas y al poco tiempo conseguí trabajo en una vinoteca como mesera, que, aunque el sueldo no me era suficiente, me las había arreglado lo suficiente como para sobrevivir los primeros tres meses, luego me di cuenta de que podía utilizar mi encanto para conseguir lo que deseaba y el primero en caer fue mi jefe.
León Venedetti casi doblaba mi edad. Siempre había tenido ese morbo de estar con un hombre más grande que yo en la cama y con sus cuarenta y tantos años, pero con una imagen que no le daba más de treinta y cinco, era más experimentado que Sebastián y para ser sincera, me tenía obsesionada la manera sucia y perversa con la que me hacía el sexo cada vez que nos encontrábamos, aunque su único defecto era aquel anillo de bodas.
Para nadie era un secreto que el muy cretino engañaba a su esposa, pero la realidad iba mucho más allá de una simple infidelidad. Los dos tenían una relación abierta y así como él, su esposa estaba acostándose con otro desde hacía algunos años y aunque yo no compartiría ello, se trataban de sus sentimientos, los que no me interesaban en lo más mínimo. Por supuesto que ese detalle de su vida no me correspondía andar ventilando. Aunque a muchos les provocaba curiosidad saber.
El celular sonó una vez más y el número desconocido solo avisaba que se podía tratar de una sola persona: él
*Número desconocido. 20:07 p.m.*
Voy a encontrarte, aunque te vayas al fin del mundo,
aunque no quieras responder a mis llamadas.
Aunque te duela saber todo lo que he hecho por olvidarme de ti,
voy a dar contigo.
Ariana, recuerda que no importa con quién estés, cuántos
hombres lleves a tu cama, porque siempre estaré ocupando ese lugar
al que nadie, aunque lo intenten, podrán llenar. Tu corazón.
Eres mía, no lo olvides.
Licenciado Vega.
La ira una vez más me sacó de mis cabales y en menos de dos meses, era el tercer celular que terminaba estrellando contra la pared.
Me sentía frustrada. Cada vez que creía que podía buscar otra manera de olvidarme de él, se las ingeniaba para aparecer y arruinarme las cosas.
De repente la herida volvía a abrirse y me desangraba una vez más.
Me rompí y el llanto desconsolado no demoró en advertirle a mi compañera que algo andaba mal.
-¡¿Qué pasó?! -corrió hasta mí, que yacía en el suelo cubriendo mi rostro y ahogando los gritos. No respondí y ella insistió -: Ari, ¿qué pasó? Por favor, no me asustes-. En ese momento vio las partes mi celular esparcidas por la habitación y lo supo-. Hay mi amor, ven aquí -envolvió mi cuerpo con sus brazos y me rompí-, llora todo lo que necesites. No te guardes nada -y no lo hice.
Siempre era lo mismo: cambiar el número de mi celular y todo lo que ello significaba y en una semana la historia se volvía a repetir. Estaba harta y luego de varios meses, explotaba en llantos.
Había olvidado que el amor podía doler tanto. Que esa sensación de vacío junto a la desolación podía sentirse tan asfixiante, pero sabía que todo era más que necesario. Sebastián no me merecía, pero aun así una parte de mí quería estar con él y la otra había muerto aquel día en el que había tomado la decisión de escaparme de todo lo que su imagen representaba, porque cuando quise darle vuelta a la página, las cosas no habían salido para nada bien.
-Nunca me dejará en paz -dije luego de un rato, aunque con un nudo que seguía atorado en mi garganta.
Melina me apartó de su cuerpo para tomar mis mejillas y repetir lo mismo de siempre:
-Debes volver a denunciarlo-, pero negué. Necesitaba dejar a Sebastián y a mi vida en el pasado.
-No.
-Esto que hace es acoso, y lo sabes. Debes demostrarle a ese infeliz que no puede hacer contigo lo que quiera.
-Te he contado cómo es que ocurrieron las cosas. Sabes que tiene los contactos suficientes para salir aireado de cualquier denuncia. Así como hizo con la anterior. Sebastián es un maldito psicópata que no va a parar hasta encontrarme.
-Por eso mismo. Algo tienes que hacer. Ese hombre es solo siente por ti una obsesión enfermiza que a la larga empeorará las cosas. Repito, tienes que hacer algo.
Melina tenía toda la razón, alguien debía pararlo, pero una denuncia ya había demostrado que no fue suficiente, ¿por qué ahora sí?
Cuando me tranquilicé, ella se marchó y fue cuando recogí los pedazos del celular y lo volví a armar. Por suerte seguía funcionando, aunque mientras esperaba a que se iniciara una parte de mí esperaba que los mensajes se detuvieran y la otra quería que él no dejara de buscarme. Era una manera de sentirme ligada a su perversa obsesión. Era una maldita enferma como él, pero no había más mensajes.
-¿Estarás bien? -Apareció Melina una vez más en mi habitación. -Porque si quieres puedo traer el colchón y te hago compañía.
Era una muy buena persona, aunque no sabía mucho de su vida privada, solo que se escapó de su pueblo cuando descubrió que su prometido se acostaba con su madre, pero no había ahondado en detalles.
Solo éramos las dos en una ciudad que nos quedaba grande, y que solo buscábamos reconstruir nuestras vidas luego de ser traicionadas por las personas que amábamos.
-No te preocupes. Dormiré.
-Sabes que estoy. Solo llámame.
Ella se fue, me dejó sola para atormentarme, una vez más, con el video de Sebastián y Ana teniendo sexo y recordarme aquel sentimiento que no debía olvidar: el odio.
Cuando el sueño por fin me envolvió, mi menté viajó a esas horas previas a cuando la burbuja finalmente explotó...