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Ariel Fuentes, un agente retirado de la fuerza especial, al no haber superado la pérdida del amor de su vida, con la noticia de la muerte de su hermano, se verá sumergido en un espiral de misterios y riesgos en torno a ella, así como también se verá tentado por Aliska Brooke, quien sin saberlo se convertirá en pieza fundamental en la búsqueda del asesino y a su vez en su negación a enfrentar los sentimientos que se desarrollan entre ambos al creerla al principio la amante del asesino de su hermano, y luego al descubrir que era su viuda, y por ende, un amor tan prohibido como lo es su ensimismamiento de vivir del recuerdo de su amor pérdido.
Dos meses antes
Como ha venido sucediéndole en estos últimos, desde que él recuerda, comenzaron a presentarse en su cabeza las imágenes sucesivas del automóvil dando vueltas en círculos sobre el pavimento, y él observando como si de una película se tratara, Ariel Fuentes, se remueve sobre la cama, desesperado. Aunque quisiera hacer algo por detener el movimiento mortal del automóvil que parece venirse encima de él, de pronto (en el sueño) se queda inmóvil, observante a la tragedia que se sucede ante sus ojos, conscientemente sabiendo que nada puede hacer. El susto que siente aumenta escandalosamente los latidos de su corazón y al mismo tiempo le hace sentir una tristeza opresora que le comprime el pecho, le dificulta la respiración. Sacude la cabeza sobre la almohada una y otra vez, sintiendo como se le corta la respiración, quiere gritar y algo se lo impide, aprieta los dientes y los labios como si tratara de contener algo. De sus ojos, aun estando cerrados, salen unas gotas de lágrimas que no puede contener. Comienza a sudar como si estuviera en un maratón. Aprieta las sabanas al empuñarlas en sus manos.
El estruendo que se escucha cuando el auto finalmente detiene las volteretas, es ensordecedor, aunque para él eso es lo de menos. La desesperación que siente es superior, le impide detenerse a considerar el ruido, solo una cosa desea salvar de esa tragedia. Se ve a sí mismo salir del auto arrastrándose, intenta ponerse de pie, pero las piernas se niegan a responderle. Por el rostro le corre un hilo de sangre. Se siente desorientado, insiste en ponerse de pie. Cuando lo logra, mira a su alrededor, se pone de pie y vuelve a girar la mirada, aunque por momentos siente la mente nublada, le es difícil identificar la realidad que lo rodea, mira al cielo, el nivel de aturdimiento no le permite darse cuenta que está vivo.
Una persona se acerca a él, lo toma del brazo buscando alejarlo del auto, se niega, siente que es sacudido y en ese instante la recuerda, Sherelyn, su amada, ella venía con él, no puede hablar, las palabras se niegan a fluir, intenta zafarse del agarre del hombre desconocido que insiste en alejarlo, gira la cabeza buscándola con la mirada, hasta que sus ojos la ubican adentro del auto, allí está ella inconsciente. Forcejea con el hombre, logra soltarse, sabiéndola allí adentro, y cuando está a punto de agacharse para volver a entrar al auto, a lo lejos escucha que alguien le grita.
-¡Va a explotar!
No tuvo tiempo ni siquiera de tocar su rostro por última vez, fue arrastrado en forma brusca en retroceso y ante sus ojos su auto fue consumido por las llamas mientras tres personas lo tomaron en peso para alejarlo lo que más pudieron antes de que el auto tuviera el desenlace que más nunca logró olvidar.
Sherelyn, con quien estaba comprometido a hacer una vida, se desvaneció ante sus ojos. El grito ahogado que se desprendió de sus entrañas fue la muestra del desgarrador dolor de perder a la mujer que más ha amado en la vida, la única que le dio fuerzas y lo alentó a ser quien es hoy en día.
-¡Sherelyn! -La llamó en un grito ahogado.
De golpe despertó, y se dio cuenta, una vez más, que solo es un sueño. Con la respiración entrecortada. Toma asiento en el colchón y golpea la superficie con el puño derecho cerrado. La depresión que siente no lo deja descansar, todas las noches ha sido lo mismo. No se halla sin ella, cada noche el mismo sueño, cada día que pasa la extraña más y más. El deseo de haber muerto a su lado ha sido una constante en todo este tiempo.
Ya ni lo que viene haciendo, que le daba una motivación para avanzar, le ayuda.
Sacude la cabeza y decide terminar de levantarse al reconocer que no podrá lograr conciliar el sueño. Está de permiso solo por el fin de semana. En unas horas le toca reincorporarse al escuadrón elite de la fuerza especial donde ha venido sirviendo por ocho años. En los dos días que lleva afuera ni siquiera fue a visitar a su hermano, no tuvo fuerzas para hacerlo, se fue directo a la casa donde vivió con ella por tres años.
Sabe que nada puede hacer para recuperarla, es consciente que debe continuar con su vida, pero ¿Cómo hacer si no encuentra una motivación real para vivir?
Deja que el chorro de agua de la ducha azote su cabeza para ver si con eso logra despejar la mente de tantos recuerdos dolorosos. Estruja el poco cabello que le permiten tener con fuerza al lavarlo con el champú. Como si con eso fuera a borrar definitivamente esa parte de su vida de tantos sufrimientos y desdicha. Enjabona también su cuerpo en forma enérgica, lo enjuaga con suficiente agua y luego enrolla una toalla gruesa alrededor de su cintura para ir directo a la cocina a prepararse una café bien cargado.
Mientras la cafetera cumple con su función, regresa a su habitación, se viste con el uniforme, organiza rápidamente el espacio, dejando todo en un orden escandalosamente perfecto. A Sherelyn le gustaba así, y así ha procurado mantener toda la casa, como si ella estuviera en cada rincón, como si la escuchara reclamar por dejar las cosas tiradas.
¿Qué puede dejar en desorden? Nada, si desde que ella se fue ha evitado hacer algo que la moleste, algo que le quite la tierna sonrisa que lo enamoró.
Con el morral a cuesta, da un último vistazo alrededor, cierra la puerta con absoluto cuidado, y vuelve a la cocina. No sin antes colocar el morral en el piso al lado de la puerta de salida.
Con la mirada y la mente pérdida en el rostro de Sherelyn y los momentos bonitos que vivieron esos tres años de relación, se toma el café. Enjuaga la taza y la deja sobre el lavado para que se escurra, a la espera de su próxima visita, que ni él sabe cuándo volverá a suceder.
Cuando ella vivía procuraba siempre acortar las misiones para no estar tanto tiempo distantes. Ahora poco le importa regresar a casa, poco le importa dejarse morir en una de ellas. Cumple con su trabajo, pero entregado a la posibilidad de acabar con una bala en la cabeza en cualquier momento.
En sí, ese es su mayor deseo. Ser atravesado por una bala pérdida o intencionalmente enviada. Acabar con el sufrimiento de recordarla y saber que no podrá recuperarla es el peor de los castigos que un hombre puede vivir, que un hombre enamorado y con planes de un futuro como él puede experimentar.
Desesperado, toma sus llaves, su arma de reglamento, su móvil y se encaminó hacia la puerta, de un tirón se tira al hombro el pesado morral y sale de casa como espantado.
Aborda su camioneta, y sin detenerse en ningún lugar en dos horas llega a la base. Un viaje de tres horas, Ariel Fuentes, obstinado de la vida, lo hizo en menos tiempo.
-Fuentes -Al ingresar al área de entrenamiento, escucha que a lo lejos lo llaman por su apellido.
Con fastidio voltea a ver quién pudiera estarlo necesitando. No sin antes mirar su reloj de mano y confirma que su turno no comienza sino hasta dentro de cuatro horas.
-Mayor Corleone -Se para firme para saludarlo. Es uno de sus superiores.
-Fuentes, ¿Cómo estuvo su fin de semana? -Le pregunta al estar más cerca-. Espero que mejor que su rostro. Parece no haber tenido una buena noche.
-Nada que el trabajo no me ayude a resolver, Mayor -Le dice con apatía.
-Eso espero, lo quiero concentrado -Le dice el Mayor palmeando su hombro-. Ha sido asignado a una misión en la frontera con Panamá, debemos cumplir con las directrices de casa blanca. Termine las horas de permiso que le quedan y a las once horas preséntese en la sala de estrategia, allí se reunirá con tres compañeros que les harán compañía.
-Perfecto, Mayor, así será -Le contesta y después que este se retira, prosigue su camino hacia el área donde están las habitaciones.
Bien pudo haberse quedado allí a pasar el fin de semana con los compañeros que no tienen familiares cerca o simplemente deciden no salir. Solo que la necesidad de sentirse cerca de ella lo lleva a buscar refugio en el último lugar donde estuvieron, el lugar que hicieron suyo y el conserva con devoción.
Llegó a la habitación y dejó dentro del compartimiento el morral y se tiró sobre la cama, colocó la alarma, pues siente que en cualquier momento se quedará dormido.
Se coloca la almohada sobre los ojos y se deja concentra en el sonido de su respiración pausada buscando desconectarse, aunque sea por una hora.
Lo logra, pero cuando tenía rato dormido volvió a caer en un sueño, pero no violento, sino más bien como si de una mirada se tratara. Allí estaba Sherelyn a la distancia observándolo con el mismo amor que siempre le miraba. Nada le dijo, sino que se perdió en solo verla y de pronto se esfumó, dejándolo caer en el sueño profundo que necesitaba la noche anterior y que el solo hecho de estar en casa no le permite conciliar.
-Fuentes -Escucha que lo llaman-. Fuentes.
Algo sacude su cama de manera exagerada, por lo que decide sentarse.
-Martins -Saluda al tiempo que e pasa una mano por el rostro-. ¿Qué pasa?
-Te mandaron a buscar, el Mayor dice que eres el único que falta en la sala de estrategia -Le informa.
Mira el reloj y de golpe se para de la cama, abre el compartimiento y saca el morral al darse cuenta que son excedidas la once antes meridiem.
-Nos vemos -Se despide de Martins.
Sale espantado por el pasillo en carrera hasta llegar al tercer nivel corriendo por las escaleras.
-Fuentes, lo primero que le dije y mire la hora -lo regaña el mayor al verlo pararse en la entrada.
-Permiso para entrar -Dice Fuentes en su saludo habitual.
-Termine de entrar, tome su lugar -Le ordena.
El Mayor le da una última curiosa mirada y vuelve la vista a la imagen que se está proyectando en la lámina de acetato al fondo de la sala.
Allí explicó al detalle la estrategia de la siguiente misión, lo seleccionó a él como el tirador, y a los otros en las otras posiciones estratégicas.
-Contamos contigo Fuentes -Le pide el Mayor-. Concentración y mucha observación. Nada de distracción. Esta misión es importante, la orden viene de arriba, no podemos fallar.
-¿Cuándo partimos? -Le pregunta Fuentes, sintiendo fastidio porque siempre el discurso es el mismo.
De sobra sabe que las misione que le asignan al grupo donde está, que casi siempre son los mismos que lo acompañaran en esta, viene de arriba. A todos no los asignan a las mismas misiones. Hay unas que por su nivel de complejidad solo se las asignan a ciertos grupos de riesgo, entre esos, al que ocupa ahora.
Dos horas después estuvieron en el comedor. Como no desayunó, se sintió necesitar comerse a un puerco pasa saciar el apetito que comenzó a atacarlo.
Siempre que les toca salir, procuran comer bien, pues no saben en cual otro momento tendrán la oportunidad de sentarse a la mesa a probar una buena comida, así como tampoco saben si volverán a pisar la base, por lo menos con vida.
-Fuentes, ¿Por qué tan retirado? -Le pregunta el agente Campos, un compañero que fungirá como observador en el grupo.
-Quiero estar solo -Le contesta con retrechería, lo cual llamó la atención de Campos.
No es la primera vez que Ariel trata a uno de sus compañeros de esta manera. En el último tiempo es así. Ha dejado de sonreír, en su lugar se muestra más solitario que nunca, amargado, decaído.
Esto por más básico que parezca ha venido llamando la atención de sus superiores.
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