Aletza nunca imaginó que su vida daría un giro inesperado al cruzarse con Carlos Torres, un CEO millonario envuelto en un aura de misterio y un pasado tormentoso que lo ha llevado a no creer en el amor. Para el mundo, Carlos es un hombre poderoso, implacable y reservado, pero detrás de su fachada de acero se oculta un alma herida, marcada por cicatrices profundas que lo mantienen cautivo en sus propios demonios. Nunca planeó enamorarse, mucho menos de alguien como Aletza, una mujer cuya fortaleza y calidez iluminan incluso los rincones más oscuros de su vida. Desde el primer instante, la conexión entre ellos es como un lazo invisible que los atrae y, al mismo tiempo, amenaza con destruirlos. Aletza siente que bajo la mirada intensa y dominante de Carlos hay algo más que arrogancia: un hombre vulnerable luchando contra un pasado que no lo deja avanzar. Pero a medida que descubre sus secretos, también se enfrenta a la fuerza arrolladora de un deseo que desafía la lógica y pone en peligro no solo su corazón, sino también su seguridad. En un juego donde el amor y el miedo se entremezclan, Carlos y Aletza deberán decidir si están dispuestos a enfrentarse a las sombras del pasado para luchar por un futuro juntos. Pero ¿puede un amor tan profundo curar heridas tan arraigadas? ¿O terminará consumiéndolos como un fuego imposible de apagar? "Amar a un hombre como Carlos no será fácil, pero dejarlo ir podría ser la batalla más difícil de todas.l
Era un día caluroso y húmedo, el tipo de clima que te hace replantearte cada decisión que tomaste antes de salir de casa. Danna y yo acabábamos de salir del examen final del semestre, ambas exhaustas. Ella, como siempre, impecable y llena de energía a pesar del cansancio. Yo, en cambio, sentía que mi cabello y mi ropa cargaban con todo el peso del día. Nunca me importó mucho mi aspecto; mi prioridad era sobrevivir al día a día con las pocas monedas que lograba estirar.
Danna, con su bolso de diseñador y su inquebrantable optimismo, me sonrió desde el asiento del copiloto.
-¡Te juro que pasé! Aunque lo de las dinastías egipcias me mató.
-Si tú pasaste, yo apenas raspé. -Suspiré, tratando de ignorar cómo el sudor empezaba a pegar mi camiseta al cuerpo.
En casa, mientras yo apenas había abierto un libro para distraerme, ella corría de un lado al otro. Tenía una cita importante: entrevistar a Carlos Torres, conocido como "el Chino", el arqueólogo más rico y famoso del mundo. Había leído tanto sobre él que parecía casi un mito: un hombre que había revolucionado la arqueología con hallazgos que cualquier otro consideraría imposibles.
Sin embargo, el destino tiene un sentido del humor bastante cruel. Danna amaneció con fiebre y sin fuerzas siquiera para levantarse de la cama. Me miró con ojos desesperados mientras sostenía un cuestionario cuidadosamente preparado.
-Tienes que ir tú, Aletxa. Por favor.
La idea me aterró.
-¿Estás loca? Yo no sé nada de entrevistas, y menos con alguien como él.
-Solo sigue el cuestionario. -Ella tosió y me lanzó las llaves de su auto. Un reluciente convertible rojo. Algo que jamás había imaginado conducir.
Dos horas después, nerviosa como nunca, llegué a la ciudad y encontré el museo. Era un edificio imponente, una mezcla perfecta de arquitectura moderna y detalles clásicos, como si el tiempo no tuviera poder sobre él. El interior era igual de impresionante: suelos de mármol, vitrinas iluminadas que protegían tesoros históricos, y un aire tan sofisticado que sentí que cada paso mío desentonaba.
La secretaria me recibió con una sonrisa fría y profesional.
-Señorita Velázquez, ¿verdad? Por aquí. El señor Torres la está esperando.
Intenté no tropezar con mis propios pies mientras me llevaba hasta una puerta de madera tallada, tan grande y majestuosa que parecía el acceso a un reino. Respiré hondo mientras ella la abría.
-Adelante.
Lo primero que vi fue su figura. Estaba de pie junto a un gran ventanal que daba al centro de la ciudad, con la luz del atardecer perfilando su silueta. Era un hombre alto, de hombros anchos, y de esos que te hacen pensar que los dioses deben haber estado de buen humor al moldearlo. Vestía un traje negro perfectamente ajustado, con una camisa blanca que contrastaba con su piel bronceada.
Cuando se giró hacia mí, casi pierdo el aliento. Su rostro era como una obra de arte: mandíbula fuerte, labios que parecían esculpidos con precisión, y unos ojos oscuros y profundos que parecían estudiar cada rincón de mi alma. Su cabello, negro y ligeramente despeinado, caía con un desorden perfecto, como si no le importara su aspecto y al mismo tiempo fuera impecable.
-Señorita Velázquez, supongo. -Su voz era grave, envolvente, y me hizo olvidar por un segundo dónde estaba. Extendió su mano hacia mí.
Pero yo seguía en la puerta, inmóvil, como si mis pies hubieran echado raíces. Jamás me había sentido tan fuera de lugar, tan insignificante. Ahí estaba yo, con mis jeans gastados y una camiseta que apenas lograba disimular el calor del viaje, frente a un hombre que parecía haber salido directamente de una película de acción.
-¿Todo bien? -preguntó con una ceja arqueada, y ese simple gesto me hizo tragar saliva y dar un paso hacia adelante, torpemente.
-Sí, perdón... es solo que... -Intenté justificarme mientras le estrechaba la mano, notando que la suya era cálida y firme.
-Supongo que no esperaba algo así. -Sonrió de lado, mostrando unos dientes perfectos que no ayudaron a calmarme.
-No... quiero decir, sí... bueno, no. -Sentí que me ahogaba con mis propias palabras.
Su sonrisa se ensanchó, y de repente no supe si estaba entretenido o simplemente disfrutaba de mi incomodidad.
-Tome asiento, por favor.
El despacho era igual de impresionante que el resto del museo, con muebles de madera oscura, estanterías llenas de libros antiguos y artefactos que parecían contar historias de civilizaciones olvidadas. Pero lo que más me inquietaba era él: cómo cada movimiento suyo parecía calculado y elegante, como si el mundo entero girara a su ritmo.
Intenté concentrarme en el cuestionario que Danna había preparado, pero sus ojos no dejaban de observarme, como si estuviera descifrando quién era yo en realidad.
-Así que, señorita Velázquez... ¿cómo terminó aquí en lugar de su amiga?
¿Y cómo le explicaba que estaba ahí porque mi amiga rica y brillante estaba enferma, y yo era solo su reemplazo improvisado? Por suerte, él parecía tener toda la paciencia del mundo para escuchar mi torpe explicación.
Me senté en la silla frente a su escritorio, pero mis manos temblaban tanto que tuve que apretarlas contra mis muslos para mantenerlas quietas. Respiré profundamente, intentando calmarme, pero su mirada me atravesaba como un rayo. Carlos Torres no era solo imponente físicamente; había algo en su presencia que parecía llenar cada rincón del espacio, como si el aire mismo se inclinara ante él.
Él notó mi nerviosismo, por supuesto.
-¿Está bien, señorita Velázquez? -preguntó con un tono que mezclaba curiosidad y paciencia.
Asentí rápidamente, aunque el temblor de mis manos me traicionó. Para mi sorpresa, se levantó de su silla y dio la vuelta al escritorio, tomando asiento en una silla frente a mí, a menos de un metro de distancia. Esa cercanía hizo que mi respiración se agitara aún más.
-Relájese. No muerdo... al menos no sin permiso. -Sonrió levemente, y sentí que la sangre me subía al rostro en un rubor incontrolable.
Quería desaparecer en ese momento, pero sabía que debía mantener la compostura. Saqué la grabadora y el teléfono, colocando ambos sobre la mesa.
-Perdón, estoy un poco nerviosa. Nunca hago esto.
-Entonces, ¿por qué está aquí?
Me quedé en silencio un momento. No quería sonar poco profesional, pero tampoco podía mentirle.
-Mi amiga Danna estaba demasiado enferma para venir. Ella es la periodista, no yo. Solo estoy aquí para ayudarla.
Él asintió, como si mi respuesta fuera suficiente.
-Está bien. Hagámoslo sencillo. Empiece cuando esté lista.
Tomé el cuestionario con manos temblorosas y traté de enfocarme en las palabras. La primera pregunta era una típica introducción sobre su trayectoria en la arqueología. Él respondió con precisión, aunque su tono dejaba claro que este tipo de entrevistas no lo emocionaban demasiado. Las siguientes preguntas fueron similares: logros, descubrimientos importantes, su motivación para dedicarse a esta profesión. Respondía sin entusiasmo, como si lo hubiera hecho un millón de veces antes.
Cada respuesta suya me hacía sentir más pequeña, como si estuviera en presencia de alguien de otro mundo, completamente fuera de mi alcance. Pero seguí, intentando no tropezar con mis propias palabras.
Todo iba relativamente bien hasta que llegué a la pregunta número diez. La leí en voz alta antes de darme cuenta de lo que decía.
-¿Tiene novia, esposa... o simplemente no le interesan esas cosas?
El silencio que siguió fue ensordecedor. Mi corazón latía tan fuerte que pensé que él podría escucharlo. Sentí cómo mi rostro se encendía de vergüenza y levanté la mirada solo para encontrarme con sus ojos oscuros fijos en mí, evaluándome.
-Perdón... esa pregunta no es mía. -Rápidamente levanté las manos, como si intentara defenderme. Señalé el cuestionario. -Mi amiga puede ser un poco entrometida.
Él inclinó la cabeza, una ligera sonrisa apareciendo en sus labios.
-¿Entrometida? Diría que más bien... curiosa.
No sabía cómo responder a eso, así que aparté la mirada, fingiendo revisar la siguiente pregunta. Pero él no había terminado.
-Entonces, ¿le interesa la respuesta?
Mi cabeza giró rápidamente hacia él.
-¿Qué? No... bueno, no es que no me interese... es solo que... -Las palabras se amontonaron en mi garganta, y su sonrisa se ensanchó al verme balbucear como una idiota.
-No tengo esposa ni novia. -Su tono fue casual, pero la manera en que sus ojos se clavaron en los míos hizo que mi corazón diera un vuelco. -El trabajo ocupa demasiado tiempo, y las relaciones requieren algo que no puedo ofrecer.
Asentí rápidamente, sin atreverme a mirarlo directamente. Intenté cambiar el tema, enfocándome en la siguiente pregunta, pero no podía sacarme de la cabeza su respuesta. ¿Cómo alguien como él podía no tener a alguien en su vida? ¿O acaso prefería no atarse a nadie?
Intenté continuar con las preguntas, pero cada vez que levantaba la mirada para ver su expresión, sentía que mi nerviosismo volvía con más fuerza. Él parecía disfrutar de mi incomodidad, como si fuera un juego para él.
-Se está saltando una. -Su voz interrumpió mis pensamientos.
-¿Qué?
-La pregunta once. No la ha leído.
Miré el cuestionario y me di cuenta de que estaba tratando de evitar otra pregunta personal.
-Oh... sí. -Respire profundo -¿Qué busca en una pareja?
Él se rió, un sonido bajo y cálido que hizo que mi estómago se retorciera.
-Definitivamente, esto lo escribió su amiga.
-Sí... definitivamente. -Mis mejillas ardían, y quise desaparecer en ese momento.
-¿Quiere la respuesta?
No sabía qué decir. ¿Era un sí? ¿Un no?
Finalmente, me limité a asentir, incapaz de encontrar las palabras. Él se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas, y sus ojos encontraron los míos de nuevo.
-Busco a alguien auténtico, que no se impresione por lo que tengo, sino por quién soy.
Su respuesta me tomó por sorpresa. Había esperado algo superficial o genérico, pero en cambio, sus palabras resonaron en mi pecho. Durante unos segundos, olvidé por completo dónde estaba o por qué. Solo podía pensar en cómo ese hombre que parecía tenerlo todo también buscaba algo tan simple y humano.
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