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Sofía ha vivido una vida marcada por el abuso y la desesperanza. Tras perder a su hijo y quedar atrapada en un mundo donde su cuerpo nunca le ha pertenecido, la llegada de Ian cambia su destino de una forma inesperada. Él le ofrece libertad, un contrato de matrimonio por tres años y la promesa de recuperar a su hijo. Pero la libertad tiene un precio. Ahora, Sofía debe aprender a moverse en un mundo de lujos, poder y secretos, donde cada movimiento es calculado y cada mirada esconde una intención. Ian no es un hombre cualquiera, y aunque asegura no querer nada de ella más que su papel de esposa en público, Sofía no puede evitar preguntarse qué lo llevó a elegirla a ella. A medida que se adentra en su nueva vida, descubre que Ian también guarda sus propios demonios. En una casa donde algunas puertas deben permanecer cerradas y donde el pasado sigue acechando, Sofía deberá decidir si puede confiar en el hombre que compró su libertad... o si solo ha cambiado de prisión.
¿Quién iba a imaginar que todo terminaría de esta manera? Pensé que él era el ideal, pero nunca me detuve a pensar... ¿el ideal para qué? Ahora no sé si me arrepiento de haber aceptado o si, en el fondo, estoy disfrutando todo esto.
Cinco años atrás
Tenía 18 años cuando mis padres me echaron de casa. Les había dado la noticia de que estaba embarazada, y mi supuesto novio se había marchado de la ciudad. Me encontraba sola. Sin un hogar al que regresar, sin dinero y con una vida creciendo dentro de mí. Caminé sin rumbo por horas, tratando de asimilarlo todo. ¿Cómo podía haber llegado a este punto?
El miedo se apoderó de mí cuando cayó la noche. No tenía a dónde ir ni a quién pedir ayuda. Me senté en una banca del parque, abrazándome a mí misma en busca de un poco de consuelo. Entonces, escuché una voz.
-¿Te encuentras bien? -preguntó un hombre con tono preocupado.
Levanté la vista y vi a un desconocido. Alto, bien vestido, con una mirada difícil de descifrar. No respondí de inmediato. ¿Podía confiar en él?
-No tienes que contarme nada si no quieres, pero pareces necesitar ayuda -insistió.
Quizás fue la desesperación, el cansancio o simplemente el hecho de que no tenía otra opción, pero asentí con la cabeza. No imaginaba que esa decisión cambiaría mi vida para siempre.
-Me llamo Alexander -dijo el hombre, extendiéndome la mano-. ¿Y tú?
Dudé por un momento, pero terminé respondiendo.
-Sofía.
Alexander sonrió levemente, como si le complaciera mi respuesta.
-Sofía, ¿necesitas un lugar donde quedarte?
Asentí con la cabeza sin pensarlo demasiado. Lo necesitaba, más que nada en ese momento.
-Tengo un departamento cerca de aquí. No es gran cosa, pero al menos tendrás un techo y algo de comida.
Su amabilidad me desconcertaba. ¿Por qué ayudar a una desconocida? ¿Qué quería a cambio? Pero estaba agotada, y la idea de pasar otra noche en la calle con el frío clavándose en mis huesos era insoportable.
-Gracias -murmuré.
-No me lo agradezcas todavía -respondió con una media sonrisa-. Todo tiene un precio, Sofía. Pero no es algo de lo que debas preocuparte... por ahora.
Su mirada era inescrutable. Un escalofrío recorrió mi espalda, pero ya había tomado mi decisión.
Y así, sin saberlo, estaba dando el primer paso hacia un destino del que no habría vuelta atrás.
Alexander me condujo por calles silenciosas hasta un edificio elegante pero discreto. Me sorprendió que alguien como él viviera en un lugar así. No parecía un hombre común, pero tampoco alguien que llamara demasiado la atención.
Al entrar a su departamento, me invadió una sensación extraña. No era lujoso, pero sí impecable, ordenado hasta el punto de parecer impersonal. Como si no pasara mucho tiempo allí.
-Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites -dijo con calma, observándome mientras me quitaba la chaqueta-. No te preocupes por nada, Sofía. Yo me encargaré de todo.
Su tono era tranquilizador, pero algo en su mirada me hizo sentir una mezcla de alivio y aprensión.
Me mordí el labio antes de hablar. No tenía nada que perder.
-Mis padres me echaron de casa cuando les dije que estaba embarazada -confesé en un susurro-. Dijeron que era una vergüenza, que no podían hacerse cargo de alguien como yo. Y mi novio...
Bajé la mirada, sintiendo un nudo en la garganta.
-Él simplemente se fue. Desapareció. Me dejó sola con esto.
Alexander no dijo nada por unos segundos, como si estuviera procesando mis palabras. Luego, se acercó y apoyó una mano en mi hombro con una suavidad inesperada.
-No te preocupes más por ellos -dijo en voz baja-. A partir de ahora, yo me haré cargo de ti.
Sus palabras deberían haberme reconfortado. Pero en el fondo, no podía ignorar la sensación de que su ayuda tenía un precio que aún no conocía.
Los días pasaron y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que mi vida tenía algo de estabilidad. Alexander cumplía su palabra: tenía comida, un techo y la tranquilidad que tanto había anhelado. No me pedía nada a cambio, no me hacía preguntas incómodas... simplemente estaba ahí, asegurándose de que no me faltara nada.
Pero algo dentro de mí no me dejaba estar del todo en paz. No sabía prácticamente nada sobre él. ¿Por qué me ayudaba? ¿Qué ganaba con esto? Y, lo más importante, ¿cuál era el precio que tarde o temprano tendría que pagar?
Una noche, mientras cenábamos juntos en la pequeña pero elegante mesa de su comedor, Alexander dejó el tenedor a un lado y me miró con seriedad.
-Sofía, ¿quieres tener a tu bebé?
Su pregunta me tomó por sorpresa. Hasta ahora, no habíamos hablado realmente sobre mi embarazo, como si fuera un tema intocable. Bajé la mirada y jugueteé con el borde de mi plato antes de responder.
-No lo sé... -admití en un susurro-. Todo esto pasó porque confié en la persona equivocada. Pensé que me amaba, pensé que estaríamos juntos... pero solo me usó y se fue. Desde que supe que estaba embarazada, todo ha sido un desastre. Perdí a mis padres, mi hogar, mi futuro. Si nunca hubiera quedado embarazada, nada de esto habría pasado.
Mis palabras salieron con más dureza de la que esperaba. Alexander me observó en silencio por un momento, luego apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.
-Tal vez confiaste en el hombre equivocado -dijo con calma-, pero ahora me has conocido a mí. Y yo estoy aquí.
Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que me dejó sin aire.
-No importa lo que decidas, Sofía. No estás sola. Yo me encargaré de todo.
Sus palabras deberían haberme reconfortado... pero lo único que sentí fue un escalofrío recorriéndome la espalda.
Porque aún no sabía quién era realmente Alexander. Ni lo que esperaba de mí.
Y, tarde o temprano, lo descubriría.
Me quedé en silencio por unos segundos, tratando de procesar sus palabras. Me ayudaba sin esperar nada a cambio, sin condiciones aparentes. Pero eso no tenía sentido. Nadie hacía algo así sin un motivo.
Lo miré fijamente, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.
-¿Y tú qué ganas con esto, Alexander? -pregunté finalmente, obligándome a mantener la voz firme.
Alexander no pareció sorprendido por mi pregunta. Al contrario, sonrió levemente, como si la hubiera estado esperando.
-No es el momento adecuado para hablar de eso -respondió con tranquilidad-. Ahora estás vulnerable, y lo que necesitas es estabilidad, no preocupaciones.
Fruncí el ceño. Su respuesta no me convencía.
-Merezco saberlo -insistí.
Alexander inclinó la cabeza ligeramente, estudiándome con esa mirada insondable suya.
-Lo sabrás a su debido tiempo, Sofía. Pero créeme cuando te digo que no tienes de qué preocuparte... por ahora.
"Por ahora". Esas palabras quedaron resonando en mi mente.
Quise seguir preguntando, exigir respuestas, pero algo en su tono, en su manera de observarme, me hizo detenerme. No era miedo lo que sentía... era incertidumbre.
Porque aunque Alexander me había dado todo lo que necesitaba, aún no sabía cuál sería el precio.
Y tenía la sensación de que, cuando lo descubriera, ya no habría vuelta atrás.
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