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Victoria Monet, hija de Donato Monet, un imponente y ambicioso mafioso italiano, ha vivido toda su vida bajo el constante peso del peligro y el poder de su familia. Su fuerza y rebeldía la convierten en una mujer indomable, pero su vida dará un giro inesperado cuando Alexander Drakov, el frío y calculador jefe de la familia Rusa, secuestra a Victoria para hacerle saber a Donato quien manda en la ciudad. Desde el primer encuentro, Alexander se ve atraído por la belleza y la dureza de Victoria, lo que le lleva a mantenerla cautiva, jugando un peligroso juego de seducción y poder. Mientras Victoria lucha por resistir la atracción hacia el hombre que amenaza con destruir a su familia, su único deseo es esperar el rescate de su padre, Donato, quien no dudará en ir al límite para salvarla. En una historia de venganza, pasión y traición, tanto Victoria como Alexander se verán atrapados en un conflicto donde los roles de víctima y verdugo se desdibujan. Mientras Donato se prepara para recuperar a su hija, las lealtades y los deseos se pondrán a prueba, y ambos enemigos tendrán que enfrentarse no solo a su destino, sino a los sentimientos que comienzan a despertar en su lucha. ¿Quién caerá primero en este juego de poder, y quién pagará el precio por la sed de venganza?
La música sonaba fuerte en la mansión, una mezcla perfecta de ritmos modernos y clásicos que llenaban el aire, mientras las risas y conversaciones se entrelazaban con el tintinear de las copas. Era la fiesta de cumpleaños de Victoria Monet, y la opulencia del evento reflejaba el poderío de su familia. Los Monet no escatimaban en nada cuando se trataba de celebraciones, y esa noche, todo brillaba. Los invitados, bien vestidos, se movían con soltura por los amplios salones, disfrutando del lujo y la atmósfera de exclusividad que solo los poderosos podían permitirse.
Victoria, sin embargo, era el verdadero centro de la atención. Al entrar en el salón, todos los ojos se volvieron hacia ella, como si su presencia eclipsara todo lo demás. Su vestido rojo, ajustado a su figura esbelta, se ceñía perfectamente a su cuerpo, resaltando cada curva con elegancia. El escote moderado y la abertura lateral que dejaba ver su pierna larga y estilizada solo servían para acentuar su belleza imponente. Se movía con una gracia desafiante, con una confianza que podía sentir cualquiera que la mirara. Ella sabía lo que provocaba en los demás, y lo disfrutaba, no por vanidad, sino por el poder que emanaba de su propia seguridad.
Cualquier hombre en la sala la deseaba, pero pocos se atrevían a acercarse a ella. Las mujeres, por otro lado, la observaban con una mezcla de admiración y envidia. La manera en que Victoria caminaba entre ellos, sin una pizca de duda o temor, la hacía parecer intocable, una figura que era más que solo belleza. Su fortaleza, su independencia, y el aura de dominio que la rodeaba, la convertían en una figura difícil de ignorar.
La noche continuaba de forma exuberante, con risas que resonaban en cada rincón de la mansión. Los brindis se sucedían, y la atmósfera estaba impregnada de una euforia momentánea. Nadie pensó que esa fiesta, que parecía tan perfecta, se transformaría en el caos absoluto.
De repente, las puertas principales de la mansión se abrieron con estrépito. Unos pocos segundos fueron suficientes para que el ambiente alegre y despreocupado se tornara tenso y sombrío. Los hombres de los Drakov, siempre vestidos de manera impecable, entraron en el salón con paso firme y silencioso, como si fueran sombras que despojaban la luz de su alrededor. No hubo palabras, solo acción. En un abrir y cerrar de ojos, los hombres de Donato Monet fueron atacados. La confusión estalló en el aire, el sonido de disparos resonó, y la música se apagó al instante, reemplazada por gritos y el caos generalizado.
Victoria, paralizada por la sorpresa y el miedo, observó cómo varios de los hombres de su padre caían al suelo, víctimas de la brutalidad inesperada. Su corazón latía con fuerza, y un escalofrío recorrió su espalda. No era la primera vez que los Drakov intentaban algo así, pero esta vez era diferente. Esta vez, algo mucho peor estaba por ocurrir.
Antes de que pudiera reaccionar, los hombres de los Drakov se acercaron a ella con una determinación que cortaba el aire. No hubo tiempo para palabras, solo unas manos firmes que la agarraron por el brazo, arrastrándola hacia la salida, mientras la multitud se dispersaba a su alrededor, aterrada.
Victoria luchó, pero la fuerza de los hombres era demasiada. En ese momento, supo que su vida ya no sería la misma. Los Drakov la llevaban consigo, y aunque su mente gritaba que debía resistir, una pequeña parte de ella comprendió que algo mucho más peligroso que su padre y su legado acababa de comenzar.
La mansión de los Drakov era fría y silenciosa, un reflejo de la propia naturaleza de su dueño. En una de las habitaciones más apartadas, Alexander Drakov, de pie junto a la chimenea, observaba las llamas con una copa de vino en la mano. El fuego iluminaba su rostro, pero sus ojos permanecían oscuros, llenos de una furia contenida que no dejaba de arder. Había esperado este momento durante años, y ahora, por fin, la oportunidad de vengarse de Donato Monet estaba a su alcance.
El sonido de la puerta se abrió y uno de sus hombres entró con paso rápido y serio. Sin necesidad de palabras, el hombre se inclinó levemente y, con una voz que indicaba respeto y cautela, dijo:
-Tenemos a la hija de Monet, señor.
Alexander no reaccionó de inmediato. Llevó la copa a sus labios, tomando un trago mientras sus ojos permanecían fijos en las llamas, como si el calor del fuego pudiera calmar la creciente violencia en su interior. Pero, en cuanto las palabras se asentaron en su mente, sus ojos se oscurecieron aún más. La venganza que había ansiado tanto, finalmente estaba al alcance de su mano.
Se juró a sí mismo que, después de matarla, enviaría el cadáver de Victoria a su padre con un mensaje claro: ojo por ojo. Una sonrisa cruel curvó sus labios, pero en cuanto pensó en el rostro de su enemigo, se sintió aún más determinado. Todo quedaría equilibrado.
Al poco tiempo, Victoria fue llevada ante él. Cuando Alexander la vio, un estremecimiento recorrió su cuerpo. Su corazón dio un salto, pero no por miedo, sino por sorpresa. La reconoció de inmediato. Era ella, la mujer que había conocido aquella noche en el restaurante. La misma que había conquistado su mente, la misma que había buscado sin descanso, y la misma que se le había escapado entre los dedos. Ahora, al verla frente a él, un sentimiento indescriptible lo invadió, algo mucho más potente que su sed de venganza.
Victoria lo miró fijamente, sin bajar la mirada, sin mostrar un ápice de miedo. La joven mantenía una actitud desafiante, como si nada ni nadie pudiera quebrantarla, ni siquiera él. Alexander no pudo evitar sonreír. Había algo en esa mirada, una valentía tan pura que despertaba su interés más que cualquier otra cosa. Esa seguridad, esa forma en que ella se enfrentaba a su destino sin rendirse, fue lo que realmente lo cautivó, además de su belleza deslumbrante, claro. Pero había algo más, algo que no podía negar. Esa mujer le desafiaba con su presencia.
Victoria, por su parte, intentaba mantener la compostura, luchando contra la vulnerabilidad que sentía al estar atrapada frente a su captor. El deseo de parecer fuerte, de no ceder ante él, la quemaba por dentro, pero al ver a Alexander de nuevo, casi se le escapa un suspiro. Sus miradas se cruzaron, y por un momento, la tensión entre ellos se volvió palpable. Ninguno de los dos quería admitir lo que sentían.
-¿Cómo podía gustarle el enemigo de su padre? -pensó Victoria, mientras su corazón latía con fuerza.
Y Alexander pensó lo mismo. ¿Cómo podía sentir algo por la hija de su enemigo, la mujer que debía destruir? Pero algo en sus entrañas le decía que este juego, esta lucha entre ambos, sería mucho más complejo de lo que había anticipado.
Incluso los hombres que estaban presentes en la habitación podían sentir la tensión entre los dos. Nadie se atrevió a decir nada, pero todos sabían que algo inusual estaba ocurriendo.
Alexander dio un paso hacia ella, sus ojos fijos en los de Victoria mientras se acercaba lentamente. La sala parecía volverse más pequeña a medida que avanzaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, levantó la mano y, con el dorso de los dedos, acarició suavemente su hombro. La suavidad de su toque recorrió la piel de Victoria, provocándole un estremecimiento involuntario. Quiso alejarse, pero las ataduras que le mantenían inmóvil en la silla la hicieron incapaz de moverse. No era que no quisiera que la tocara, sino que algo en él le atraía, algo que la hacía sentir viva de una forma extraña, peligrosa.
Alexander, sintiendo el leve temblor de su piel, se recompuso rápidamente y dio un paso atrás. Se giró hacia sus hombres, que observaban expectantes, como si esperaran que su líder tomara la decisión final. Todos estaban preparados para ver la ejecución, el final del juego. Pero lo que Alexander dijo a continuación sorprendió a todos.
-Llévenla a una de las habitaciones del tercer piso -ordenó con una voz firme, aunque algo contenida-. No dejen que se escape.
Los hombres de Alexander intercambiaron miradas desconcertadas, pero sin cuestionar la orden, tomaron a Victoria y comenzaron a conducirla fuera de la habitación. La joven, por más que luchara en su interior, sabía que el juego entre ella y Alexander estaba comenzando. Y no podía evitar preguntarse hasta dónde llegaría esa atracción que ninguno de los dos quería admitir.
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