el que quedé sumergido luego de aquel derroche que hiciera al sacrificar un sentimiento. Estaba como en una primera fila presenciado una historia que estaría colmada de barbarie, una historia
endo que habría sido mejor ocultar los acontecimientos para que con el tiempo nadie lo supiera? Pues eso es lo que sucede con nosotros y nuestra cultura, nadie la conoce, es como si no hubiera existido. Si a continuación esperan leer una semblanza inspiradora de hechos, cuyas acciones trilladas de her
cálida tarde de un soleado día de agosto. Decenas de lugareños esparcidos en la llanura, trabajaban tirando carretillas llenas de arena y moviendo, con un cuidado más que especial; rocas dentro del campamento. A pesar del calor, los obreros no
con representantes del Ministerio Egipcio de Antigüedades en unas excavaciones cerca del santuario de la diosa Bastet. Aquel inolvidable día se produjo el memorable hallazgo. La alegría y la excitación se podían contemplar irradiadas en sus rostros. Las estatuas encontradas se creían que habían per
rgo, para Helga Rohmer, de cuarenta y tres años, una arqueóloga de cuarta generación; el crédito por los hallazgos fue aún más emotivo, puesto que a lo larg
n her
ria. Sin duda aquel fue un día muy especial, tanto en el campamento como en sus vidas profesionales. No obstante, el estupor del día estaba lejos de finalizar; un descubrimiento de mayor relevancia estaba a punto de salir a la luz. El mismo consistió en el develamiento de pequeños objetos que
a del júbilo de sus compañeros en la colina Bubastis. En aquel lugar no había emoción, todo lo contrario, existía un temor bien fundamentado por los i
uya repercusión por el pésimo trabajo de ingeniería, había conducido a la detonación de dinamita en sitios no apropiados para ello. Con sus acciones, no solo provocaron cuant
rcófagos y diversos jeroglíficos en las paredes; todas ellas, en perfecta conservación. A decir verdad, se trató de una riqueza desmedida vista por pocas personas, dada la inestabilidad de la montaña; ya que hasta la fecha no se habían hecho estudios ni tomado fotografías. Lo que se sabí
e consternada. La idea de que todas aquellas reliquias
en jefe, un viejo canoso y bigotón que usaba gafas oscuras y
su equipo cobra una fortuna por estar acá. ―añadió la arqueól
ero se mostraba comprensiv
es velar por los hallazgos de la excavación, el mío es velar por la segurida
ando hacia la pila de rocas.―Historia que nadie ha visto. No puede decirno
erlocutora, que no se trataba de un simple protocolo, sino que podrían p
mineros y en los yacimientos de oro encontrados en Mali en el 96. Donde otros colegas han dicho que no se puede excavar, yo lo he hecho. ―miró a Helga, puso
sido más usual en el ser humano; por la tristeza sentida, consecuencia inequívoca de su gran consternación. Resultaba infame, sin lugar a dudas, que de
quiero que vea algo
licaron, igualmente, cómo el mismo había evolucionado en apenas 5 días. Luego los condujeron hasta la entrada de las cuevas y les revelaron cómo las filtraciones de agua y las grietas, daban cuenta del colapso inminente que se produciría en la montaña. El excesivo uso de d
al Ministro Egipcio de Antigüedades y al ingeniero líder a cargo de la excavación, para que permitieran el descenso a los túneles, a un pequeño grupo compu
de los arqueólogos, en contraposición a las más elementales normas de seguridad, los condujo a explorar una serie de pasadizos oscuros cada vez más angostos, aunque rebosantes de escrituras antiguas; de las cuales tomaron, raudos, algunas muestras fotográficas. Concomitantemente, embargado
el momento. Y para aumentar la enorme sensación de pesadumbre, a medida que iban adentrándose al lugar, contemplaban más de aquellas enormes y pesadas estatuas imposibles de cargar.
―dijo una voz proveniente de la ra
arqueólogos. ― necesitamos más tiempo.
del aparato.― Tenemos órdenes. El Mi
través del radio transistor, la respuesta del arqueólogo fue
ban ahora. Los egipcios no querrán tener que explicar la
ndo que fuera ella quien tomara la decisión. Helga asentó con un movimiento de su cabeza, dando la señal a su colega. La arqueóloga estab
dió el arqueólogo
y desencanto. La fatiga y el desvelo no le importaban, lo único que l
go parecido, ―exclamó Helga. ―Saqueadore
arqueólogos coi
lugareños con palas y picos que
con el método que habían usado los profanadores en el lugar. A simple vista, se notab
sabían lo que había acá.―d
o crees? ―int
io, solo se podría justificar, al tener conoc
rqueólogo
ron tener para saber dónde bu
o investigador. ―O tal vez permaneciero
lencio, Helga dijo algo
quias egipcias no
ecer, alguien había encontrado algo. Presurosos, los tres expertos se apersonaron al sitio y para beneplácito de todos, el mal augurio que habían advertido durante toda la noche se revertió; el egiptólogo también alemán, Chris
ación. La pose de aquella escultura, daba la impresión de que un hombre con cabeza de animal custodiara el sepulcro, ya que sus brazos sostenían una lanza y un escudo. Christoph estaba totalmente seguro de haber realizado un hallazgo importante y, aunque no existía forma
ndo una gran sonrisa y con la piel erizada d
es de que se produjera el colapso de la montaña. En las siguientes horas, ya con la luz del día calentando el ambiente, las labores de acarreo estaban a plenitud en un entorno mucho menos rígido, con la tranquilidad de que aquella cuantiosa cantidad de tesoros no se iba a dilapidar. A los ayudantes se les veía emerger de los túneles
mo las reliquias eran acomodadas, fotografiadas e inventariadas, para posteriormente ser depositadas en cajas plásticas, listas para el traslado a su destino final; el Centro de Estudios Arqueológicos de El Cairo. La experta todavía no lograba digerir aquella sensación agridulce
uantes y una escobilla, para remover la tierra adherida a los tesoros. Para entonces, un sinnúmero de aquellas piezas yacían en orden, a la espera de ser limpiadas e inventariadas. Aquellos hermosos vestigios de toda una civilización que añoraba contar su historia, estaban justo frente a sí, lo que la emocionaba tanto; que no logra
os, un utensilio que contrastaba con las piezas sustraídas; una cubeta metálica ordinaria sucia y oxidada. Desde luego el balde no era una antigüedad, así que pensó que el mismo había sid
acá? ― Preguntó,
a cargo de limpiar l
ta en la cámara y los
hay adentro? ―volvió a
la importancia del contenido de aquel u
sos objetos estaban dentro de
e hacen e
do notas, respondió la pregunta, tratando de determina
rselas.―Luego sonreía mientras bromeaba acerca del tema, ― O quizás se
ionó Helga con una p
perito se afer
inó para ver de cerca los objetos, entre estas cosas había un objeto que parecía ser una moneda grande, curtida y desgastada; con apenas un grabado que no se podía distinguir debido al polvo adherida a ella. Tzo a estas cosas cuando t
sonrisa bromeó, ―Cuando acabemos de enumerar las c
ido lo afirmado por el perito, en relación a que aquellas piezas ni siquiera eran antiguas. Dejando a un lado aquel punto, ninguno de los objetos a simple vista despertaba el interés de ningún arqueólogo y eso se confirmó con Helga y su actitud desinteresada; quien no demoró en dejar d
spertado el interés que dichos objetos ameritaban. Pero en su defensa prevalecía el hecho de que el estado de aquellas cosas, distaba mucho del aspecto rustico de una antigüedad, es decir, que su conservación había sido bastante buena. Si n
tenemos todo el día! ―alentaba la
rodillas a los grandes reinos. Además, se convertiría en el primer hallazgo en nuestra época, de una cultura de la cual no se sabía nada y que había tenido un historial tan glorioso e inexpugnable; que los
en un testigo silencioso, a quien le pagaban por mover la arena de un lugar a otro. Un par de años después, permanezco aquí en mi cuarto, a oscuras, con una lamparilla que ilumina el lápiz y el papel que he tomado para escribir lo que recuerdo. Me temo que no soy un gr
están muertos. La frat