ción de Kaira, pero no lograba calmar el temblor que recorría su cuerpo. Sentía una opresión en el pecho, como si un puño invisible se apretara más con cada respi
aso que daba hacia las escaleras. Bajó lentamente, sus piernas tensas como si el suelo pudiera desmoronarse bajo sus pies en cualquier momento. Cada
ligeramente, y el cuchillo que usaba para cortar el pan se detuvo en el aire por un segundo, como si incluso las tareas más simples fueran una carga abruma
e se aferraban con fuerza a la tela de su pijama. El calor del hogar,
estable, pero no pudo evitar el temblor. Sus palabras parecí
de un corazón roto que de esperanza. Sus ojos estaban enrojecidos, como si no hubiera do
como si el peso de aquella mentira la estuviera aplastando. La mentira se
pero los ojos de Vanesa decían otra cosa. El miedo de Kaira se sentía como un frío helado en su estómago, un miedo que no entendía del todo pero que sa
memorizado desde hacía semanas. Jorge, su amigo de la infancia, estaba de pie junto a él, con los brazos cruzados y la mand
a debe irse mañana. Ya no tenemos tiempo. Cada palabra parecía pesar un
untos en las calles polvorientas de aquel mismo pueblo, y ahora estaban discutiendo cómo salvar a su hija de un destino i
rge, su voz apenas un susurro–. No h
una resolución inquebrantable. La culpa y el miedo se reflejaban en
dra en su pecho–. Aunque nunca la vuelva a ver, a perderla aquí. La desesperación se mezclab
za restante. Sabía que Alonso tenía razón, pero la realidad era un enemigo que ninguno de los dos
amientos corrían en su cabeza como un río imparable. ¿Qué sería de su vida una vez que se fuera? ¿Qué pasaría con su madre y
a. Se acercó y puso una mano en el hombro de Kaira. El tacto
pas que siempre estaré contigo, aunque no pueda estar a tu lado. El amor de una madre
podía permitirse el lujo de derrumbarse. El peso de la d
ira sintió cómo se le aceleraba el corazón, y miró a su madre, que también había escuchado el sonido. Vanesa intercambió una mirada
guntó Kaira, su voz
sus ojos se hizo más profunda, y sus manos se t
llando –respondió, con los ojos entre
a en la sombra, y parecía estar observando su casa. El frío helado en su estómago se hizo más intenso, y supo en ese momento que el pelig