es que no pudo sacarse de la mente que el omega hubiera estado con a
el
onidas podía sentir como de sus orejas salía disparado un humo caliente, haciéndolo hervir
o omega en Texas, y desde luego, aquel par de días en los que estuvo consumiéndose en sus celos, pen
arenta y ocho horas a su lado, motivándolo, y realmente había funcionado. Al menos un poco. Jacob se sentía feliz por su mejo
ez por todas. Y se encontraba treme
arse cuenta de que casi perdía la oportunidad de ver al omega cruzar ante su mirada. Como todo
Leonidas había tomado asiento en su mesa habitual, sus manos entrelazadas y temblando, con su labio inferior atrapado entre sus dientes. Nunca en su vida se sintió tan patético, salvo, claro, cuando observó al omeg
suyo. Y esperaba que aquella afirmación s
omegas cabellos. Leonidas sintió una pronta presión en el estómago, un nudo conocido amarrándolo con crueldad para seguidamente, desatar todas y cada una de aquellas revoltosas mariposas que volaban en su interior. Sus ojo
r Dios, estaba ridículamente enamorado de un chico que ni siquiera conocía. ¿Podría existir algo más patético que aquello? Leonidas no est
o siempre sucedía, y su cabeza trabajando a toda máquina. ¿Él lo estaba mirando? La sonrisa en el rostro del omega permaneció intacta, y en es
Leonidas se sintió como
tado, y gritándose internamente el ser tan estúpido. Por supuesto, si seguía actuando de aquella patética manera, jamás conseguiría siquiera entablar una conv
ra de regreso,