ía el rebote incesante de su órgano interno, y se preguntó por un segundo, si su corazón realmente sería capaz de saltar fuera de su cue
e no lo p
ía que aquel lugar no era por completo de su agrado, pero el estar con el Alfa le hacía sentirse seguro. De igual ma
caminando junto al omega hacia su mesa común, y abriendo sus ojos con ext
var la extrema felicidad que irradiaba el rostro del Alfa, lo confirmó. No quedando demasiado atrás la
odría pasar el día entero tan sólo mirándolo, aunque aquello no fuese en absoluto una mala idea. Debería aprovech
tensión y admirando como el omega reía bajo, intentando imitar su carcaja
o Leonidas lo observó avergonzado, fue su momento
cho. La pregunta que se había hecho hacía unos días, fue respondida en aquel momento. Por supuesto, él s
a, sonriendo tímidamente y comenzando a jugar con sus propias manos. Cuando Leonidas reparó en lo que realment
iosamente. Leonidas sonrió enternecido, y exhalando el aire retenido hacía unos contados segundos, él sintió sus mejill
; riendo suevamente, volvió a notar el nuevo sonrojo que se apoderó del omega, y notando perfectamente su precioso r
to, un suspiro afligido abandonando su labios- . Creí qu
sorpresa. ¿Aquello qué quería decir, exactamente? ¿Qué Ryle e
Durante unos minutos, ambas miradas perdidas en la contraria, y el omega desviando la suya por escasos segundos, al verse irremediablem
había formado tras la marcha del empleado. El omega doblando y desdoblando una servilleta, y sus pestañas
rdad me gusta mucho, se me hace interesante - soltó, sintiéndose extrañamente feliz cuando admiró al Alfa completamente atento a s
comodando la corona de flores sobre su cabello y mordiendo su labio de manera cómica. Cuando los
das mirándolo sin poder evitarlo, y es que no se creía el que, realmente y después de dos largos y arduos meses int
, riendo antes de darle un trago a su propio vaso, pero cuando las grandes perlas
avergonzado, dejando su vaso en la mesa y arrimándolo hacia Leonidas , quien no evitó reír enternecid
se decir eso, me refería a que ésta es mi cafetería, Ryle . Ese c
egundos no fuese ocurrido jamás. De inmediato, Leonidas se vio increíblemente atraído hacia aquel chico, y es que era lo
ndo abiertamente ante la mueca fascinada que adornaba l
ño puchero que Leonidas no pudo pasar desapercibido. De inmediato relamió sus labios, cogiendo el vaso y dándole un nuevo sorbo a su café, in
ose de hombros, bebió de su delicioso café. Su mirada conectada con la contraria, y