a, pero tampoco quería perderla con el niño de las flores en el cabello. De igual manera, él tuvo que tomar una rápi
sus labios para luchar contra la presión en su pecho. Prontamente sintiéndolo
ocó contra su rostro. Amaba el clima de Carolina del Norte , y por supuesto, aquel aroma playero qu
ión, haciéndole doler la cabeza y tragar el nudo
o, no le hicieron darse cuenta que estaría rodeado de personas. O al menos, demasiado cerca de una. Cuando sintió el doloroso impacto de su cuer
en la otra persona o verla. Cuando admiró que algo había caído al suelo
icioso aroma de los pétalos se extendió a lo largo de sus fosas nasales, cautivándolo de inmediato, y sintiendo
sutil a los oídos del Alfa, quien no pudiendo aguantarse mucho más, elevó s
ado. Su corazón latiendo erráticamente y sus piernas comenzando un ligero tembleque vergonzoso. Cuando admiró aque
on un enorme amor, él se permitió devolverle la sonrisa. Estirando entre sus manos la delicada corona y
ios cuando el pequeño encogió sus hombros. Aquella acción pareciendo
l corazón en la garganta, y cuando la mano del omega se posó sobre la c
bos dejaron salir una encantadora risa; s
ongo q
nte, se había
go, su corazón parecía querer trepar por su garganta y po
sería una tarea tan sencilla y obviamente, él habría dado por hecho que no lo era. Pero ahora el mundo pa
ro ahora, y observándolo de cerca, podía confirmarlo. Aquel hermoso espécimen era ridículamente bello; y la
r otra acción porque de así efectuarlo, posiblemente quedaría avergonzado por alguna cuestión. Percibiendo la pronta frialdad que habían adquirido sus manos, el carraspe
ue podría arruinarlo en cualquier momento, y esperaba que tener al omega en frente,
rnas comenzaban a temblar, y el armonioso latido de su corazón descontrolándose cada segundo más. Sabía que debía controlarse, pero jamás había logrado senti
ría caerse en cualquier momento. Ryle tampoco estaba tan lejos de su realidad, y percibiendo el tremendo nudo que se instaló en su gargan
o el poderoso latido de su corazón, en sus propios oídos. Y es que, Dios, estaba justo en frente de la persona que lo hacía desvelarse cada mañana y espera
rolablemente sonrojadas y su cabeza aún, inmune a creer lo que en realidad estaba pasando. ¿Sería otro de sus s
a por sus labios y reteniendo sus ganas de atraer el cuerpo del chico y abrazarlo fuertemente. Podía sentir las ansias recorriendo su comple
ada brillante del niño, quien con ímpetu, negó furiosamente. Acción que, nuevam
- Se rio, sonrojado y acariciando sus propios brazos, dá
ntes de señalar el local y aclararse la garganta, increíblemente nervioso-
una nueva y temblorosa sonrisa, iluminaba su rostro. Parecía estarse debatiendo internamente, y Leonidas creyó por un momento que lo rechazaría, como siempre temió. Pero cuando el sonrojo en el rostro