rotas y largas ausencias que pesaban como una losa. Cuando estaba presente, Rosario llenaba a Elena de palabras dulces, asegurándole que "pronto todo sería di
o especial en ella. "Elena, tienes un talento único", le decía, entregándole libros que alimentaban su imaginación. Elena soñaba desp
acerse cargo de una hija", murmuraban. Esas palabras herían, pero también le daban fuerza. "Algún día no necesitaré a nad