tinear de copas, y el murmullo de conversaciones que parecían tan vacías como las miradas de aquellos que se encontraban allí. La música, suave al principio, parecía tocar las fibras de un mun
posición. Ese mundo superficial y calculador era todo lo que él repudiaba, y fue por eso que mantuvo a Amatista tan alejada de este luga
presión de la fiesta se notaba. Las miradas de las mujeres que pasaban cerca de la mesa se cruzaban con las de los hombres, algunas buscando atención, otras jugando sus cartas sin pudor. Enzo, con su mirada fría y calculadora, las ignoraba. Sus ojos se man
el tipo de hombre que jugaba con las emociones de los demás, un seductor profesional, pero al mismo tiempo calculador. Paolo, por su par
nadie. Alicia, con su mirada analítica y aguda, parecía ser capaz de leer a las personas con una facilidad que asustaba. A pesar de ser una mujer mayor, su elegancia y estilo nunca s
cia, reconociendo su autoridad y presencia. Sin embargo, ella no se quedó mucho rato en
n calculadora. Alesandra, al igual que su madre, sabía leer a las personas con precisión, y esta noche no era la excepción. Su juego consistía en observar a los i
hermosa y coqueta que la otra, se encontraban enfrascadas en una disputa sobre quién debía acercarse a Enzo. Alesandra observab
con voz firme. "Enzo solo ama a una mujer", dijo con una tranquilid
n un desafío. Alessandra, al darse cuenta de lo que acababa de soltar, sintió una oleada de incomodidad. Las miradas in
s. Decidió que lo mejor era irse rápidamente de allí. Se alejó de las mujeres, no sin antes dejar
otó que su hermano había notado algo extraño en su expresión. Enzo, siempre atento a los
cede, Al
na mezcla de nervios y culpa. Sabía que había cometido un error. Su hermano no era
eres sobre quién debería acercarse a ti, y no pude evitar decir que solo hay una mujer que te
ontenida. Sin embargo, antes de estallar, se dio cuenta de que Alessandra no ha
da en los ojos de su hermano, res
elé nada, Enzo. No te preo
no podía soportar que el nombre de Amatista se mencionara en público. Aunque su hermana no había revelado l
ja pero firme,
adie debe saberlo. Si alguien descubre que exi
rápidamente. Alicia, al escuchar las palabras de su hijo, intervino de inmed
ave pero firme-. Mejor vámonos de aquí antes d
zo junto a sus socios. Sin embargo, la tensión en el aire seguía siendo palpable. Los socios, Emilio, Paolo, Massimo y Mateo, que habían estado observando en
omenzaron a bromear discretamente entre ellos mientras En
arecido por aquí esta noche? -di
o importante -agregó Massi
jo control, como siempre -añadi
serenidad, asintió
iempre nos mantienes e
unca revelaría detalles de su vida personal, ese apodo, esa "gatita", era algo qu
en la sala. La fiesta había perdido su brillo y se había convertido en un campo d
que siempre le ofreció consuelo y tranquilidad. Desde allí, se acercó al ventanal que daba al vasto campo, donde la noche había caído en un silencio profundo, interrumpido solo por el susurro del viento entre los á
e un acontecimiento que cambiaría para siempre la forma en que se veían el uno al otro. Era una tarde calurosa de verano, y ambos habían estado explorando el campo, jugando entre las flores y persiguiendo mariposas,
gatita, recorriendo cada rincón de la zona, pero no hubo señales de ella. La tristeza se apoderó de ambos, y en ese momento, Amatista, con su corazón sensible, se acercó a la pequeña, acariciándola con ternura, y comentó: "E
dijo: "No te preocupes, gatita. Yo te protegeré siempre. A partir de ahora, serás mi gatita." Esas palabras, dichas con una mezcla de ternura y posesividad, marcaron un antes
llamaría "gatita", un apodo que, al principio, le parecía tierno y cariñoso, pero que con el tiempo adquiriría un matiz mucho más profundo. Para Enzo, no solo era un apodo; era una forma de reclamarla,
ión, de aquella conexión inexplicable que los unió, seguía intacta. Y aunque las circunstancias de su vida habían cambiado, aunque las sombras de su existencia se habían vuelto más densas con el paso del t
tita" bajo la protección de Enzo, aunque los años y las circunstancias hubieran moldeado una realidad muy distinta. Pero algo en su interior le decía que, sin im