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oca an
on atoradas en su garganta y solo pudo contentarse con verlo marchar. En cuanto s
llo. Se recogió el cabello en un moño alto con la raya a un lado y se colocó brillo de labios y colorete. Se miró en el espejo y bufó ante su aspecto. Se veía mayor, de eso no tenía la menor duda. Era lo que quería conseguir, que la viese como una muje
sin obtener algo a cambio. Aunque lo cierto era que no le importó. Cuando la dejó en la Alameda y encontró a su amor con el cabello mojado y bien peinado, con un tupé a lo Elvis, a la vez que mostraba ese flequillo indo
instrucciones como un sargento, algo que había heredado de su padre-. ¡Ah! Y ni se te ocurra propa
que se sobrepasara? Lo deseaba con todas sus fuerzas. Era lo que había soñado
e e hizo un saludo militar-. Ya sabes que mis i
segundo. Se acomodó a su lado y se sostuvo de él como si fuese un salvavidas. Sim
Hablaron sin dejar huecos para silencios incómodos, ávidos por conocer cada secreto, cada pasión, cada su
de parejas que iban de regreso a sus casas, o volvían del trabajo. Se acomodaron en uno de los bancos más oscuros, ocultos a las miradas ajenas. Pudo tener miedo de que intentara aprovecharse
y deseó poder sentir sus brazos alrededor del cuerpo aprisionándola. Carlos se quitó la chaqueta y la dejó sobre sus hombros; le quedab
iguió la dirección que indicaba el índice
olo puedo ver puntos lumino
ongo, sí...
de astronomía. Si le digo a mi padre que me compre uno me ma
a un dragón. -La miró con anhelo y prosiguió-. Desearía ser uno -murm
profundidad de sus ojos. En el brillo exultante que desp
gón? -logró pronunciar con un
o si su pregunta fuese lo que él esperaba, complacido. Rozó su mejilla con el pulgar antes de apresarla con la palma y levantarl
miento. Siempre existe el dragón que custodia el castillo donde ella es retenida, pero nunca le preguntan a la princesa si quie
desmayarse frente a él. En algún momento reposó la mano sobre el hombro
edeció los labios resecos, y supo el mom
ostro le rozó el cabello hasta a
te sean sueños y muchísimo empeño para c
ubre. Con servidumbre, con ropa cara, con posición; y nada de ello la llenaba. No como a
s sueños, no ne
el hombre que anheló desde siempre. Sin embargo, las palabras sobraron cuando Carlos bajó el rostro y unió sus labios. Los latidos se dispararon y se detuvieron al mismo tiempo. El mundo podía girar en torbellino a
sitó sobre su boca humedecida-
en su memoria. El que la ayudaría a sobrellevar los peores temores y las horas más