ne
horas hasta que los haya terminado o de lo contrario, la ansiedad no me d
das de Dante Alighieri, él es mi escritor favorito. Todas las mañanas, después de subir al autobús, recuesto mi cabeza en el espaldar del asiento, para
vamos a construir esferas de fuego que no queman –frunció los labios e
jar de sonreír–. Si sigues así, terminarás estres
las desordenadas sábanas. No me resistí a sus "golpes", en lugar de dolor me
lice de la cama al suelo–. Déjam
s –saltó acomodán
eces me enojaba, la quería muchísimo, después de todo, era mi hermana menor. Yo había cumplido 18 años hacia
infusión de manzanilla que había preparado mi madre antes de irse a trabajar, y mordisqueé
los pobladores por ser una institución dedicada a la usura; pero, quien daba verdadero miedo era su Presidente, un hombre de mirada fría y rostro d
s robóticas puertas para permitirnos ingresar. Sin perder más tiempo, nos escabullimos por las personas que esperaban conglomerad
iró desganada mi herman
hacerle cosquillas–
ue estaban galanteando. El más grande perseguía a una pequeña, la acorralaba en el interminable espacio, la seducía con el brillo de
micro se detuvo con frugalidad, esperando que los trans
nos, compartiendo sus bebidas o regalándose
e sient
a quienes no veo desde que dejé los estudios; pero, nunca he amado a un hombre por su naturaleza, nunca e
ndieron enamorarme, más no lo l
éndome de los hombros–. ¡Dile al
ándome de las barandas, caminé hacia el conductor
in detenerse, tuve que hacer lo
s estaban tapadas con planchas de cartón y sostenedores oxidados. Adornaba la entrada
omo siempre, pero ahora sus paredes estaban pintadas de azul marino. La misma señora que me atendió aquellos años, seguía traba
n el que me gustaba pasar las mañanas. Añoraba aquellos momentos en los cuales jugaba con mis compañeros, íbamos a la biblioteca, hacíamos
ev
a Molina, L
rando que ofreciera algo má
stro, la piel arrugada y marchitada por el tiempo. Cualquier burdo se hubiera dado cuenta, aquel miserabl
diondo aroma–. Esta es una entidad privada, además –cogí un paquete de papeles que se encont
ucho –estrujó su polvorienta gorra