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Historia

Capítulo 2 AQUEL DÍA

Palabras:1080    |    Actualizado en: 03/04/2023

ne

horas hasta que los haya terminado o de lo contrario, la ansiedad no me d

das de Dante Alighieri, él es mi escritor favorito. Todas las mañanas, después de subir al autobús, recuesto mi cabeza en el espaldar del asiento, para

vamos a construir esferas de fuego que no queman –frunció los labios e

jar de sonreír–. Si sigues así, terminarás estres

las desordenadas sábanas. No me resistí a sus "golpes", en lugar de dolor me

lice de la cama al suelo–. Déjam

s –saltó acomodán

eces me enojaba, la quería muchísimo, después de todo, era mi hermana menor. Yo había cumplido 18 años hacia

infusión de manzanilla que había preparado mi madre antes de irse a trabajar, y mordisqueé

los pobladores por ser una institución dedicada a la usura; pero, quien daba verdadero miedo era su Presidente, un hombre de mirada fría y rostro d

s robóticas puertas para permitirnos ingresar. Sin perder más tiempo, nos escabullimos por las personas que esperaban conglomerad

iró desganada mi herman

hacerle cosquillas–

ue estaban galanteando. El más grande perseguía a una pequeña, la acorralaba en el interminable espacio, la seducía con el brillo de

micro se detuvo con frugalidad, esperando que los trans

nos, compartiendo sus bebidas o regalándose

e sient

a quienes no veo desde que dejé los estudios; pero, nunca he amado a un hombre por su naturaleza, nunca e

ndieron enamorarme, más no lo l

éndome de los hombros–. ¡Dile al

ándome de las barandas, caminé hacia el conductor

in detenerse, tuve que hacer lo

s estaban tapadas con planchas de cartón y sostenedores oxidados. Adornaba la entrada

omo siempre, pero ahora sus paredes estaban pintadas de azul marino. La misma señora que me atendió aquellos años, seguía traba

n el que me gustaba pasar las mañanas. Añoraba aquellos momentos en los cuales jugaba con mis compañeros, íbamos a la biblioteca, hacíamos

ev

a Molina, L

rando que ofreciera algo má

stro, la piel arrugada y marchitada por el tiempo. Cualquier burdo se hubiera dado cuenta, aquel miserabl

diondo aroma–. Esta es una entidad privada, además –cogí un paquete de papeles que se encont

ucho –estrujó su polvorienta gorra

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