ne
etos; lo golpearon, escupieron; volviéndose a mi madre, la
os una deuda, no nos convierte en objetos, mucho menos
habitación y saqué las pocas monedas que estaban ocultas en mi colchón
siguiente, f
r. Stevens no se negaría; pero al llegar ahí, no me dejaron verlo
ev
en de no dejar pasar a nadie que no tenga cita conmigo. Por
ractiva. Se veía como un asustado cervatillo sin saber si elegir e
que me prometió –entre
nuestras miradas se encu
humedecidos por sutiles lágrimas. Apostaría que había llor
elanto
da mejor que hacerla deudora y
iones. Mis manos se movían acuciosas esperando el momento para
–señalé con mis ojos un porta
...–Susurró ojea
. Pensaba pagárs
umentos –afiné la mirada–. Solo firma, no ha
a desesperación desbordaba sus chocolates ojos, la angustia que produce la pobreza, la empujaría a mis brazos. Antes, debo ser
suya–. Voy a pagarte bien; con el diner
ecesitan dinero? –Preguntó ar
da que la apresuraría a firmar–. ¿Qué más pue
os tras de su oreja derecha, cogió la pluma de escribi
ora. Era muy confiada cuand
mí, era su hermana menor Dalia y la noche anterior, casi los desalojan porque deben la renta, al banco y un sinfín de cosas. Mientras hablaba, la imaginaba
mirada–. ¿No hay proble
s –dije sonriend
Mi imprudente lengua humedeció mis labios con impaciencia. Cuando hubo termin
cia atrás para poder levantarme- acompáñeme
sabe que no tengo cuenta ban
ndo su pequeña boca con sus manos–. En tu anterior trabajo debían pagarte en
ucho –sonrió. Sus mejillas estaban rojas, la sangre se había acumulado ahí. Se veía muy tierna–. De cualquier manera, debo abrir
ronto me daría. Era cautivadora. Me acerqué a la puerta y la
a las luces emitiendo un sonido mientras estas tiritaban. Quería que ella viera el lujoso automóvil en e
edos por la suave superficie del asiento y la ventana. Sabía que esta táctica no fallaría. Conduje
biría el depósito mensual de su paga, luego, pasé a retirar una considerable cantidad d
una próxima emerg
idez de aquel momento, me arrebató de la tierra e hizo que mi alma volara a