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erficie glauca y ligeramente ondulada, como un pedazo de mar; más allá aún, cierra el horizonte una muralla de monta?as, esfumadas por la distancia, y entre dos de sus cumbres se ve algo así como un amontonamiento de nubes que á ciertas horas, bajo la luz anaranjada del sol, toma las formas
oberanos para conseguir la independencia, los ginebrinos, conocedores de lo que cuesta la libertad, la respetaron siempre en la persona del extranjero. Aquí se refugiaron los réprobos perseguidos por la Inquisición espa?ola ó por los reyes de Francia; aquí encontraron un asilo, en la República cristiana, gobernada por el ascético Consistorio, todos los que por desear una conciencia libre no encontraban en Europa tierra donde colocar sus pies y una piedra en la que desca
s, una república de hombres de estudio, llegados á la suprema tolerancia por la elevación de su pensamiento, y es una población burguesa, llana y monótona, en la que no creo exista una mediana imaginación: un Estado de relojeros pacienzudos y vendedores de pele
célebre. Toda su gloria intelectual se concentra en Rousseau, ginebrino de ocasión, bohemio inquieto, complicado y enfermizo, qu
so: desde el batallador espa?ol Servet que, huyendo del brasero inquisitorial encendido en nombre de Cristo, cayó aquí en la hoguera,
de Ginebra, y el de Voltaire sale en l
go Leman se convierte en el impetuoso Ródano. Es la isla de Rousseau. Hoy está convertida en pulcro paseo, con una estatua del pensador, y ocupa el verdadero corazón de la ciudad. Hace
mprende la originalidad artística de Rousseau y su poderosa influencia literaria, que aun dura y durará por los siglos de los siglos. R
dió vida á cosas hasta entonces inanimadas, y gracias á su poder de evocación, los pájaros, las
ra moderna, con sus descripciones que hacen de la Naturaleza el primer protagonista?. Sus hijos fueron primeramente Chateaubriand, y luego Víctor Hugo con toda la escuela romántica, que
ista sentimental so?aba rodeado de obesos comerciantes y tranquilos relojeros,
refugio en Vevey, en la posada de ?La Llave?. Su Nueva Eloísa tiene á Clarens por escenario, co
ísmo sonriente que le permitió extraer de la vida sus mejores dulzuras. Rodaba de palacio en palacio, así como el otro iba de hostería en hostería. Sus acreedores eran reyes y duques; sus amantes, damas de la corte,
, donde adquirió la majestad de un patriarca sonriente. El contacto con la Naturaleza hizo tierno, sentimental
las gabelas feudales, estableció riegos y escuelas y expuso su tranquilidad por defender á los Dreyfus de su tiempo. Vivía como un príncipe en Ferney. Habitaba un gracioso pala
inebra. Los salones se conservan como en tiempos de su ilustre due?o, con muebles de estilo rococ
glesia de aldea, construída por el impío autor
da en la fachada. Esto, que parece una blasfemia,
Inglaterra tiene iglesias construídas para San Pablo; Roma, para San Pedro; Francia, para Santa Genove
rme chimenea, se ve un peque?o mausoleo que guar
su espíritu está en todas pa
rtes no es el de Voltaire, sino el de su siglo. Voltaire fué como esas
yo y dolorido Rousseau, si resucitase, encontraría su espíritu difundido e