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ación más moderna, y sin embargo, muy pocas le i
nachos la llamaban entonces, y de aquí su nombre actual, München (Monje), y el fraile que figura en su escudo de armas, y los peque?os y graciosos encapuchados que se v
ruidosos, que hacen de la Baviera una especie de Andalucía alemana, formen una democracia intelectual y refinada como la ateniense. Aquí los verdaderos artistas han sido los príncipes-sim
muestras de las tiendas. Goethe y Schiller, coronados de laurel y semidesnudos como griegos, yerguen sus cuerpos de bronce en grandes plazas, acompa?ando á monarcas y príncipes de la casa bávara, cuyos hechos fueron superiores á los de Mecenas. El lujoso estudio del pintor Lenb
n embargo, llegaron hasta á intervenir en la vida política y aconsejar á los soberanos. Un músico silbado en París, de costumbres bizarras y humor intratable, llegaba á ser á modo de un virrey, derrochando la fortuna pública en la erección de extra?os teatros y organizando misteriosas representaciones que sólo presenciaba el monarca. éste era casi un actor, bajo las órdenes de su amigo Wágner, imperioso artista contra el cual gru?ía el pueblo, próximo á s
ue sus dos dioses eran Cristo y Apolo, inventando para la humanidad del porvenir una religión, mezcla de cristianismo
oberanos bávaros, y todavía imperan juntos, parti
eca antigua y la Pinacotheca nueva; la Glyptotheca; los Propyleos; el Templo de la Gloria con su estatua colosal de la Bavaria, predecesora de ?La Libertad iluminando al mundo?, de Nueva York; el palacio de la Residencia; los varios teatros griegos con sus frontones, en los que danzan las Musas al son de la lira de Apolo; las vastas salas en las que brilla discretamente el mármol ambarino de las estatuas clási
ad de Munich han debido de vivir a?os y a?os entre andamios, tragando yeso y oyendo á todas horas el choqu
inalidad y la noble armonía que es producto de los siglos. Se ve que todo está hecho de una sola vez, que ha surgido
dioso de la obra-causa igual efecto que esas sinfonías cuyos motivos agrandan ó conmueven, al m
al contemplar la ciudad-. Todo me p
te su mérito. Son reconstrucciones ingeniosas, evocaciones sabias de las obras qu
stros que nos parecen extra?os al primer instante y acaban por ser de antiguos amigos. Unas iglesias recuerdan las de Florencia; tal vivienda real es el palacio Pitti; tal otro un palacio de Rom
cas, son palomos ?traducidos del italiano?, que no pueden menos de saludar como venerables abuelos á los que contempl
inal más que dos cosas:
por complicadas veletas, y sus fachadas de pesados balconajes y torrecillas sal
uchedumbre se agolpa á ambos lados de la enorme avenida del Príncipe Regente, para presenciar el paso de los que van á es
s glorias artísticas de la ciudad va restringiéndose hasta el pun
y repelentes como cuerpos sin alma. Es Atenas sin atenienses y sin el cielo de la ática. En verano, el espacio se muestra azul y brilla un hermoso sol. Pero el invi
do el majestuoso matiz anaranjado del oro viejo. Aquí, en unos cuanto
no verano, recordando los largos meses de frío. El rojo griego del interior de las columnatas
una Atenas... Pero