Ellos se odian, no se toleran ni se soportan... ¿Cómo podrían cambiar las cosas entre ellos? Madison Chapman, una chica de 25 años que vive en la ciudad de Bristol, es transferida a la gran ciudad de Londres para trabajar como médico profesional en el mejor hospital de la ciudad. Sólo tiene un problema: ni su familia ni ella tienen el suficiente dinero como para comprarse ni siquiera un pequeño apartamento. Por eso decide compartir el apartamento... Carter Rogers, un chico de 26 años que vive en la ciudad de Londres, es propietario de las grandes E.M.R (Empresas Mobiliarias Rogers) se verá obligado a compartir su tranquilo y preciado apartamento con una verdadera "molestia", según él... Toda esta situación se complica cuando alguien deja al pequeño Steve de casi 2 años de edad delante de la puerta de su apartamento.
"Maldita sea, Andrew. Ya no aguanto más a esta molestia. Tengo que deshacernos de ella antes de que me vuelva loco y termine ahorcándola".
El aludido miró el mensaje y puso los ojos en blanco, cansado de tener que ser el mediador entre esos dos, quienes parecían más unos chiquillos con tantas peleas casi a diario.
-No otra vez -se quejó, pensando si más bien debería tirar la toalla.
Necesitaba una solución a toda esa situación, ya que seguía pensando que Madison era una buena chica para su hermano, sólo que el muy tarado ni siquiera se daba cuenta. Tenía que pensar en algo drástico que a ambos le abriera los ojos y se dieran cuenta que estaban hechos el uno para el otro.
Su mente viajó un año atrás, donde apenas llegaba de viaje a Londres, había dado de frente con la pequeña Madison, quien tenía un problema difícil entre manos.
Flashback:
Un castaño con el pelo recogido en una pequeña coleta y ojeras marcadas debajo de sus ojos negros –que le hacían aún más atractivo–, atravesaba el enorme aeropuerto de Inglaterra. Llevaba consigo una pequeña maleta, ya que no tenía previsto quedarse mucho tiempo allí.
Antes de salir del aeropuerto, su celular comenzó a sonar.
-¿Hola, Hola? Aquí Andrew -habló, atravesando la puerta de salida.
-¿Hola?, soy yo cariño -contestó una suave voz al otro lado del teléfono.
-¡Keyla! Te iba a llamar ahora mismo. Acabo de llegar -dijo feliz, haciendo señas a un taxi que se acercaba.
-¿Sí? Pues será por el cambio de horario, porque me ha parecido que ya estabas tardando mucho -dijo entre divertida y preocupada.
-Jajaja, tranquila. He llegado sano y salvo -dijo sonriendo, mientras metía la maleta en el maletero del taxi-. Por cierto, ¿qué haces todavía despierta? Allí serán las once de la noche -dijo un poco preocupado.
-Nuestro pequeño parece tener hambre a todas horas -dijo riéndose.
-¿Otra vez? ¿No te parece que come demasiado? -dijo entrando y dándole la dirección en un papel al conductor.
-¡Mira quién lo dice! ¡El que se come dos bolsas de patatas fritas en media hora! -dijo Keyla reprimiéndole.
Andrew empezó a reírse.
-Es verdad, es verdad... No quiero pensar en lo que va a pasar cuando nazca. ¡Tendremos que comprar el supermercado entero! -dijo divertido, mientras miraba el paisaje urbano de su ciudad natal.
Hacía bastante tiempo que no iba a Londres Cuando fue trasladado a New York para hacerse cargo allí de la empresa familiar, conoció a Keyla, una valiente agente del FBI americana, aunque inglesa por parte de madre, rubia con unos bonitos ojos avellana, que le robó el corazón en los primeros meses de estancia en aquella ciudad metropolitana.
Seguía en contacto con su familia y a veces hacían pequeños viajes al país europeo, cómo éste, que en vez de venir con Keyla (ya que estaba embarazada de 3 meses y no era recomendable que viajara en avión), había venido por unos pocos días para ver cómo estaba su familia y arreglar unos pequeños asuntos poco importantes de la empresa, que llevaban su hermano pequeño y él.
-Puf, recemos para que cuando nazca no tenga el apetito insaciable que tiene ahora, jajaja -rió Keyla-. Ahhhh... Bueno, parece que me voy a ir a la cama.
-Claro, cariño, buenas noches. Si pasa algo no dudes en llamarme, ¿de acuerdo? Te amo -dijo despidiéndose Andrew.
-Sí, no te preocupes. Yo también te amo. ¡Cuídate! ¡Y dales recuerdos a todos de mi parte! Bye bye. ¡Te estaremos esperando, papá! -dijo ella, mandándole un beso.
Colgó y Andrew sonrió ante la emoción de Keyla por ser mamá. Cuando él se enteró, casi se sube por las paredes, llevaban más de un año casados y ambos querían tener un bebé.
La noticia llegó como un milagro para toda la familia.
Pronto llegó al hotel donde se iba a hospedar y dejó su equipaje en su suite, ya que era miembro VIP de aquella cadena de hoteles de 5 estrellas. Luego decidió ir a visitar a sus padres, y en vez de coger otro taxi, agarró el metro.
Mucha gente le señalaba por la calle, a sabiendas de que él era el hijo mayor de la familia Rogers, una de las familias más ricas y poderosas del país. Él y su hermano Carter ya estaban acostumbrados a que le trataran cómo personas famosas.
Después de media hora viajando en metro bajo tierra, llegó al barrio donde vivían sus padres. Aquel barrio, por supuesto, era el más rico de la ciudad, donde había todo tipo de mansiones y grandes casas, provistas por perfectos y coloridos jardines exteriores e interiores.
Sus padres vivían en la gran mansión del final de la calle principal, cerca de la de la familia Kensington (los padres de Chris) y la familia Atwood.
Atravesó el jardín delantero y cuando llegó a la puerta principal tocó el timbre. Escuchó unos pasos apresurándose a la puerta.
Momentos después, una hermosa mujer de pelo y ojos negros, con una sonrisa radiante, y que aparentaba unos 50 años (muy bien llevados, por cierto), se abalanzó sobre él.
-¡Hijo! ¡Cuántas ganas tenía de verte! -dijo la mujer, abrazándolo fuerte.
-Y yo, y yo... Sigues teniendo la misma fuerza de siempre, mamá -dijo abrazándola cariñosamente.
-¡Ja! ¿Qué piensas? ¡He tenido que cuidar a dos hijos! ¡Para eso se necesita ser muy fuerte! -dijo orgullosa, mientras se separaba de su hijo.
-Sophie, cariño, siempre se te olvida que yo también contribuí en el cuidado de nuestros pequeños -dijo un hombre moreno, de pelo y ojos negros al igual que su mujer, que salía de una de las numerosas habitaciones de la mansión y con una sonrisa alegre de ver a su hijo, se acercó a él y le dio un abrazo-. ¿Qué tal estás, hijo?
-Muy bien, papá –dijo correspondiéndole al abrazo-. ¿Ustedes? -preguntó, mirándolos a los dos.
-Pues como siempre... soportando a tu madre y sus arranques de orgullo -dijo abrazándola por los hombros.
Ella le miró de reojo, fingiendo estar molesta.
-Brandon... ¿Por qué siempre tienes que interrumpir mis momentos, amor? -dijo desistiendo ante la sonrisa divertida de padre e hijo.
Suspiró, sonriendo. Después de todo, nunca podía enfadarse en serio con sus tres hombres de la casa.
-Bueno, ¿y qué tal está Keyla? ¿Y nuestro nietito? -dijo agarrándole del brazo a su hijo y concediéndole la entrada al salón.
Aquel iba a ser un día muy largo...
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