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Detrás de la puerta del apartamento 512, se escondía más que un misterio; se ocultaba la historia de un amor inesperado, uno que transformaría mi vida en formas que nunca imaginé. Inicio: 24 de agosto de 2024 Fin:
"El chico del apartamento 512. Él que hace a mi pobre corazón saltar", la música resonaba por todo mi departamento, y mientras el ruido es fuerte solo hace que mi cuerpo quiera bailar y moverse de un lado a otro. "Es a quien le hago cartas noche y día. ¡Que no puedo entregar!"
Esta es mi rutina mañanera. De todos y cada uno de los días de mi vida. Con una canción diferente claro está.
"El chico del apartamento 512. Es él quien me hace tartamuda y más", amo la música, se nota lo sé, pero no está de más aclarar este punto. "Es en quien yo pienso y sueño noche y día. ¡Él, solo él!"
Creo haber escuchado la puerta ser tocada, pero con el fuerte ruido no estoy segura y a lo mejor solo es una alucinación de mi cabeza, porque ya me ha pasado antes.
Ignoré eso y seguí cantando, tengo una fuerte creencia de que mientras más alto esté la música mejor quedan las cosas, y este pastel de chocolate tiene que ser un ejemplo de ello.
"Me saluda con una sonrisa", meto el pastel al horno para comenzar a lavar las cosas que utilicé cuando de nuevo creí escuchar la puerta. "Que de veras me conquista..."
Ya un poco menos segura de sí solo es mi cabeza que quiere jugarme una broma, me acerco a la puerta después de bajarle el volumen a la música, abrí la puerta y ahí estaba Samantha.
"¿Sam?", pregunté con una sonrisa. "¡Eres tú!", me lancé sobre ella en un fuerte abrazo, hace un par de meses Samantha se fue de viaje por su trabajo, y no sabía que hoy iba a regresar.
"Oh, vaya", murmura, "creí que no me querías ver, con eso de que no me abrías la puerta...
"Es que tenía la música algo... fuerte", digo con algo de pena, tampoco es la primera vez que eso pasa.
"Si, se escucha incluso antes de que el ascensor llegue aquí", ríe, mientras alborota mi cabello, tiene esa costumbre, no suele ser muy demostrativa de cariño, pero conmigo no.
"Pasa", le digo, "estoy preparando un pastel de chocolate y unos cupcakes de infarto", sonrío.
"Vamos a morir entonces", suelta y ambas soltamos una carcajada.
Ya la extrañaba.
⋅───⊱𓇬⊰───⋅
"¿Cómo te fue en Zaragoza?", pregunto, sacando el pastel del horno junto a los cupcakes para dejarlos enfriar.
"Bien", responde.
"Solo, ¿"bien"? ¿No pasó nada más?", cuestiono.
"No", dice, "¿qué más debía pasar? Solo fuimos a tomar algunas fotos y conocimos algunos lugares, pero nada emocionante."
Bueno, en realidad esperaba algún otro comentario, aunque no me sorprende viniendo de Sam, para ella las cosas como salir de viaje e ir de excursión no le llamaban tanto la atención, algunos la llaman aburrida, yo la llamo exclusiva, tiene sus propios gustos y aunque son pocos, son bonitos, como ella.
"Por cierto", dice, como si hubiera recordado algo, "¿tienes vecinos nuevos?
"¿Vecinos nuevos?", pregunté y ella asintió. "No que yo sepa, ¿por qué?
"¿En serio? Es que vi unas cajas en el departamento de enfrente", contesta simple.
"¿En el 512?"
"Ahah."
"No, no sabía", comento. "¿Estarás ocupada mañana?
"Por la mañana no, pero en la tarde tengo que ir a tomar unas fotos para una boda" , me dice, mientras busca algo en su mochila. "¿Ocupas ayuda con algo?
"No, solo quería que pasaras por la pastelería un rato, hace mucho que no vas", y es que Sam no es de estar en lugares con muchas personas o con ruidos altos, es más de lugares silenciosos y con poca gente o sin nadie más que ella y, digamos que la pastelería no es un lugar precisamente callado, al contrario, es muy ruidoso casi siempre.
"Daré una vuelta por el lugar, aunque no prometo estar mucho tiempo", murmura, sacando algo de la mochila, "toma."
En sus manos había un par de turrones y un libro bajo ellos.
"¿Oh?"
"Sé que te gustan", comenta sin interés, "cuando los vi creí que te gustarían, también te traje un libro de recetas de postres de Pierre Hermé, lo mencionaste en la navidad pasada."
La impresión está marcada en mi rostro, ¿cómo es posible que ella lo recuerde? Estamos a julio 25 y eso fue el año pasado.
"¿Cómo...?"
"Aunque demuestre lo contrario, siempre te escucho", dijo, su mirada encontró la mía y una pequeña sonrisa apareció en sus labios.
Samantha y yo hemos sido amigas desde que estábamos en la secundaria, al pasar los años nos hemos vuelto mejor amigas y confidentes, aunque Sam no sea tan demostrativa de cariño, sé que me quiere.
Sin pensarlo, dejé la manga pastelera sobre la isla de la cocina y di la vuelta para acercarme a ella y abrazarla, Sam me regresó el abrazo un minuto después.
"Gracias...", susurré.
"No ha sido nada", expresa alejándose despacio del abrazo.
"¿Quieres una taza de café?", le pregunto desviando el tema, siento que voy a llorar de emoción.
"Si, por favor", contestó.
Con Sam es divertido pasar los días, por ratos habla mucho y por otros casi nada, escucha atenta lo que digo y presta atención hasta el más mínimo detalle de lo que hago.
"Aquí tienes", sonreí, le pasé una taza de café y uno de los cupcakes que ya había decorado en lo que estaba el café.
"Gracias. ¿Tú tomas café?", pregunta al ver la segunda taza en la encimera.
"Voy a darle una oportunidad", contesté.
"No te va a gustar", aseguró con una sonrisa.
"Ya veremos", murmuré.
El café y yo no somos muy amigos, pero cuando nos juntamos, siempre terminamos en una relación tóxica: él me mantiene despierta, y yo le echo la culpa de todo.
Lo probé y como ha pasado en innumerables ocasiones, el amargo sabor me recordó por qué siempre digo que no soy fan. Pero ahí estaba otra vez, pensando que esta vez sería diferente.
Spoiler: no lo fue.
La mueca de desagrado que se formó en mi rostro fue automática, como si mi cuerpo ya supiera lo que venía. No importa cuántas veces lo intente, siempre termino con esa misma expresión, como si hubiera mordido un limón en lugar de haber dado un sorbo.
"Te lo dije", comentó Sam mientras reía.
Quizás lo hacía por eso, por verla sonreír cada vez que me veía hacer esa mueca. Sus ojos se iluminaban y su risa llenaba el aire. A veces, la amargura del café valía la pena solo por escucharla reírse de mi sufrimiento.
"Y tenías razón", digo, aparté el café y me centré en terminar de decorar los cupcakes para luego seguir con el pastel.
Estábamos en silencio cuando una idea llegó a mi creativa cabeza.
"¿Y si llevo algunos cupcakes a los nuevos vecinos?", formule terminando de hacer uno de los tres tulipanes del último cupcake.
"Me parece bien", fue todo lo que Sam contestó.
Sonreí y luego de dejar la manga pastelera de lado, comencé a buscar una caja para guardar los cupcakes y poder transportarlos.
"Bien, terminaré esto y luego iré", dije, Sam asintió desinteresada viendo algo en su celular.
"Solo...", empezó, dejando su móvil en la encimera, me miró, "no te dejes llevar por sus apariencias, ¿sí? Recuerda-"
"Lo que pasó la última vez", completo por ella, Sam forma una fina línea con sus labios y asiente", no te preocupes, voy y regreso rápido, "aseguro para seguir decorado el pastel."
Samantha a estado conmigo en todo momento, bueno y malo, alegre y triste, lleno de risas y llantos, me conoce mejor de lo que yo misma puedo conocerme.
⋅───⊱𓇬⊰───⋅
Suspiré antes de tocar el timbre del apartamento 512, me sentía algo nerviosa, no soy de las que se ponen nerviosas por cosas como esta, sin embargo, no podía evitar que mis manos temblaran ligeramente mientras sostenía la caja de cupcakes.
"No debería ser un gran asunto, solo un gesto de bienvenida", me dije, pero había algo en la idea de conocer a los nuevos vecinos que hacía que mi corazón latiera más rápido de lo normal.
Miré la puerta del apartamento una vez más, como si pudiera captar alguna pista de quién podría estar al otro lado.
¿Y si no les gustan los cupcakes? ¿O si piensan que es raro que me presente así?
Mis pensamientos iban y venían a mil por hora. Finalmente, respiré hondo y toqué el timbre, esperando con ansias, pero también con una sensación de mariposas en el estómago, a que alguien respondiera.
Quizás la emoción de conocer a alguien nuevo hacía sentir de esa forma, o quizás era porque me sentía bien al hacer esto.
No estoy segura, pero me gusta la sensación.
La puerta se abrió lentamente, y lo primero que noté fue una sombra alta que se proyectó hacia mí. Al levantar la vista, me encontré con el hombre más guapo que jamás había visto.
Era alto, alrededor de 1.79 metros, lo suficiente como para hacerme sentir pequeña a su lado.
Sus ojos verdes, de una intensidad que jamás había experimentado, me atraparon en el acto. Su mirada penetrante parecía atravesar mi alma, desnudando cada uno de mis pensamientos. Me quedé congelada por un instante, como si el tiempo se hubiera detenido.
Su cabello negro, perfectamente peinado, reflejaba la luz tenue del pasillo, y aunque era corto y liso, tenía un brillo que añadía a su aura de perfección. Su piel blanca contrastaba con la oscuridad de su ropa, que era sencilla pero elegante, como si hubiera nacido para llevar esos tonos oscuros que lo hacían lucir aún más misterioso.
Podía notar la firmeza de su cuerpo, un físico atlético que dejaba ver que se cuidaba sin necesidad de ostentar.
Y, sin embargo, lo que más destacaba no era su apariencia, sino la manera en la que se movía. Cada gesto, cada movimiento, parecía calculado, lleno de una seguridad tranquila y controlada.
Cuando cruzó los brazos, como si no estuviera seguro de qué pensar de esta extraña en su puerta con una caja de cupcakes, su postura erguida y su mirada fija me dejaron sin palabras.
Me di cuenta de que estaba esperando una respuesta de mí, pero su sola presencia parecía robarme el aliento.
Finalmente, tras una larga pausa que él permitió con paciencia, como si me diera tiempo para recomponerme, logré forzar una sonrisa nerviosa y murmurar algo, apenas consciente de mis propias palabras.
Logré reunir un poco de valor y, con una sonrisa nerviosa, murmuré: "Hola, soy tu vecina... traje unos cupcakes para darte la bienvenida "mi voz salió más suave de lo que esperaba, casi como un susurro, y no pude evitar morderme el labio ligeramente mientras esperaba su reacción.
Él me miró por un momento, su expresión permaneció neutral, casi impasible. Sus ojos verdes me escrutaron con intensidad, como si estuviera evaluando cada detalle de la situación.
Hubo un breve silencio, una pausa que se sintió como una eternidad, mientras él permanecía observando, como si pensara en qué responder.
Finalmente, esbozó una pequeña sonrisa, apenas perceptible, y asintió con la cabeza.
"Gracias", dijo con su voz baja.
No hizo ningún gesto grandilocuente ni mostró una emoción evidente, pero aceptó la caja de cupcakes con una mano firme.
Sus dedos rozaron los míos por un breve instante, pero no mostró algún signo de incomodidad; mantuvo su postura erguida, y aunque sus palabras fueron pocas, su presencia era abrumadora.
"Es un detalle amable de tu parte", añadió después de otra pausa.
Su mirada seguía fija en mí, analizando cada pequeño gesto.
"No es... ¡no es nada!", dije, lamentando que mi tono de voz se elevará tanto tan de repente. "Me llamo Elianne Rosevelt, un placer", estiré mi mano como saludo, esperando respuesta.
El hombre observó mi mano extendida durante un momento que se sintió como una eternidad. Finalmente, su expresión se suavizó ligeramente, y él tomó mi mano con un apretón firme pero breve.
"Un placer, Elianne. Soy Derek Miller", dijo, con una voz firme y medida, sin dejar traslucir mucho más que una cortesía básica.
No había en sus palabras ni en su rostro ninguna señal clara de calidez, solo una formalidad educada que mantenía a raya cualquier indicio de verdadero interés.
"Espero que los cupcakes sean de tu agrado", añadí, con una sonrisa mínima que apenas rozó mis labios.
Derek sonrió. Pero la sonrisa no llegó a iluminar sus ojos ni a suavizar su expresión, manteniendo un aire distante que no se podía ignorar.
A pesar de su educación, su actitud seguía siendo contenida, casi impersonal. Sus palabras eran correctas, pero el modo en que las dijo no ofrecía mucho más que una simple formalidad.
Aun así, me esforcé por mantener la calma, aunque la distancia que él mantenía me hacía sentir más consciente de mi propio nerviosismo.
"Adiós", dijo Derek, con un tono que daba por terminada la conversación.
Me di la vuelta y me encaminé a mi departamento, había descubierto algo.
Me gusta mi vecino, y no lo voy a negar.
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