Alexander Wolfe es un multimillonario enigmático, dueño de un imperio empresarial tan vasto como su soledad. Pero Alexander no es un hombre cualquiera; es un alfa licántropo, el líder indiscutido de su manada. Sin embargo, hay algo que lo atormenta: nunca ha encontrado a su compañera destinada, su *mate*, la única capaz de completar su alma y calmar a su lobo interior. En una noche cualquiera, mientras trabaja hasta tarde en la torre que lleva su nombre, un accidente inesperado cambia su mundo para siempre. Tropieza con Elena, una joven trabajadora de limpieza que ha vivido al margen de la riqueza y el poder. Para sorpresa de Alexander, su lobo ruge dentro de él con una intensidad desconocida: *"Es ella. Es nuestra."* Pero Elena no tiene idea de quién es Alexander más allá de su título de jefe. Y cuando se enfrenta a su intensa mirada dorada, está más confundida que fascinada. Para ella, los cuentos de hadas no existen, y mucho menos aquellos donde ella es la protagonista. ¿Podrá Alexander demostrarle que su conexión es real mientras lucha contra enemigos que amenazan su posición como alfa? ¿Y podrá Elena aceptar un mundo que nunca imaginó, lleno de lujos, secretos y la pasión incontrolable de un homb
El viento nocturno silbaba entre los rascacielos de la ciudad, pero Alexander Wolfe apenas lo notaba. Desde la oficina en el último piso de la Torre Wolfe, su imperio se extendía ante él: luces parpadeantes, avenidas abarrotadas y un horizonte que prometía posibilidades infinitas. Sin embargo, ninguna de esas posibilidades le daba la paz que buscaba.
Con un suspiro pesado, se dejó caer en el sillón de cuero junto a la enorme ventana. La luna llena brillaba, inmensa y resplandeciente, y la vista que solía inspirarlo ahora le recordaba su condena inminente.
-No puedes seguir ignorándolo, Alexander. -La voz resonó en su mente, profunda y llena de reproche. Era Fenrir, su lobo interior, la parte más salvaje y ancestral de su alma.
Alexander cerró los ojos, sabiendo que la conversación era inevitable. Desde hacía semanas, Fenrir había estado más insistente que nunca, recordándole lo que estaba en juego.
-No lo estoy ignorando, Fenrir -respondió en silencio, manteniendo su postura rígida aunque nadie pudiera verlo. Sus dedos tamborileaban contra el apoyabrazos del sillón, un tic que traicionaba su inquietud-. ¿Crees que no quiero encontrarla? ¿Que no entiendo lo que está en riesgo?
-*Entonces actúa.* Cada noche que pasa, estamos más cerca del límite. Si no encontramos a nuestra mate antes de que la luna vuelva a completarse tres veces más... -Fenrir dejó que la amenaza colgara en el aire, pero Alexander ya sabía el final.
La Luna, la fuerza que regía sus vidas, no perdonaba. Para un alfa como él, estar sin su compañera destinada era más que un vacío emocional; era una ofensa al equilibrio natural. Si no encontraba a su mate, la Luna lo sellaría. Su conexión con su lobo se rompería, y con ello, su liderazgo, su fuerza, incluso su identidad. Se convertiría en poco más que una sombra de lo que era ahora.
-Sé lo que sucederá -gruñó Alexander, poniéndose de pie de un salto. Caminó hacia la ventana, mirando fijamente a la luna como si pudiera desafiarla con la intensidad de su mirada-. Pero no puedo fabricar una conexión. He buscado, Fenrir. He viajado por todo el mundo, he conocido a miles de mujeres, y ninguna... ninguna era ella.
Fenrir bufó en su mente, un sonido que era mitad burla, mitad frustración.
-*Porque no estás buscando con el corazón, Alexander. Te escondes detrás de tu lógica, detrás de tus negocios, de tu maldita torre de cristal. La Luna no se apiadará de un alfa que teme sentir.*
Alexander apretó los puños, sus uñas dejando marcas en sus palmas. Era una verdad que no quería admitir: por más que buscara a su mate, había una parte de él que temía encontrarla. Porque si la conexión era real, su vida cambiaría de formas que no podía controlar. Y Alexander Wolfe odiaba perder el control.
-¿Y qué sugieres que haga? -preguntó, su voz apenas un murmullo-. ¿Salir a la calle y gritar su nombre?
Fenrir se rió, un sonido profundo y resonante que hizo eco en su mente.
-*Tal vez deberías. Al menos sería un intento real. No puedes esconderte más. La Luna nos observa. Siente nuestra debilidad, y los otros también lo harán.*
Esa última frase hizo que Alexander se tensara. "Los otros" no eran solo licántropos. Su mundo estaba lleno de enemigos: empresarios codiciosos, manadas rivales, incluso humanos que sospechaban más de lo que deberían. Si alguno de ellos percibía que estaba al borde de perder su vínculo con Fenrir, su imperio estaría en peligro.
-No puedo fallar -dijo Alexander en voz baja, más para sí mismo que para Fenrir.
-*Entonces deja de actuar como si estuvieras solo en esto,* -respondió el lobo con firmeza-. *Yo también la quiero, Alexander. La necesito. Y si seguimos así, ambos seremos destruidos. Pero ella está ahí afuera. La siento, más cerca de lo que imaginas.*
Alexander alzó una ceja.
-¿Más cerca? ¿Qué quieres decir?
-*Lo que oíste. Ya no es un sueño lejano, Alexander. Algo está cambiando. Y si no lo sientes, es porque estás demasiado encerrado en tus propios muros para notarlo.*
La conversación terminó abruptamente, dejando a Alexander con un extraño vacío. Fenrir no solía hablar con tanta convicción sin razón. Algo había cambiado, pero ¿qué? ¿Quién era esa mujer que su lobo insistía que estaba cerca?
Se pasó una mano por el cabello oscuro, despeinándolo aún más, mientras intentaba calmar su mente. Decidió que un paseo por el edificio podría ayudarlo a aclarar las ideas. Tal vez era solo otra noche como tantas otras, pero si Fenrir tenía razón... necesitaba estar preparado.
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La Torre Wolfe no dormía nunca. Aunque eran casi las dos de la madrugada, los pasillos relucían con luces tenues y las sombras de los empleados nocturnos iban y venían en silencio. Alexander solía recorrer los pisos más altos, donde su equipo de seguridad hacía rondas, pero esa noche decidió cambiar de ruta. Bajó hacia los niveles inferiores, donde el personal de mantenimiento y limpieza mantenía el edificio impecable.
El sonido rítmico de un trapeador contra el suelo llamó su atención. Giró la esquina y la vio.
Una mujer joven, con cabello oscuro recogido en un moño descuidado, se inclinaba sobre el carrito de limpieza. Vestía el uniforme estándar de la empresa, pero había algo en ella que le hizo detenerse. La forma en que su figura se movía con gracia, la intensidad con la que concentraba su atención en una tarea tan mundana...
Y entonces ocurrió.
Un rugido sordo llenó su mente. Fenrir.
-*Es ella.*
Alexander se quedó inmóvil, sintiendo cómo su corazón se aceleraba y su respiración se volvía más pesada. La conexión era inmediata, visceral. No necesitó más pruebas. Cada fibra de su ser, humana y licántropa, le gritaba que Fenrir tenía razón. Ella era su mate.
La mujer levantó la mirada, sorprendida por su presencia. Sus ojos oscuros se encontraron con los suyos, y Alexander sintió que el mundo entero se detenía. No pudo apartar la vista.
-¿Señor Wolfe? -preguntó ella, con un tono inseguro.
Alexander tragó saliva, tratando de recuperar la compostura.
-Sí, ese soy yo. ¿Cómo te llamas?
-Elena -respondió, su voz suave pero firme. Aunque había respeto en su tono, no parecía intimidada por su presencia como la mayoría.
Fenrir rugió nuevamente, esta vez con más fuerza.
-*Habla con ella. Haz algo. ¡No la dejes ir!*
Pero Alexander no podía moverse. Había pasado años soñando con este momento, y ahora que estaba aquí, no sabía qué hacer. Solo sabía una cosa con certeza: su vida acababa de cambiar para siempre.
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