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El aire viciado de mi diminuta habitación apestaba a desesperación, un olor que se me había pegado al alma durante el último año de miseria y enfermedad. Afuera, la televisión anunciaba a mi prima Isabella celebrando bajo los reflectores, su vestido rojo, un torbellino de pasión, era el mismo diseño que ella me había robado, el que me costó mi beca, mi futuro en la Academia Sol y Sombra, y mi honor. Ella, la mentirosa, se había construido sobre mis ruinas, acusándome de agresión con la complicidad de su padre, mi propio tío Ricardo, dejándome sin nada, desterrada, enferma y al borde de la muerte. Morí con su nombre en los labios, un susurro cargado de odio, preguntándome por qué una injusticia tan vil había destruido mi mundo por completo. Pero entonces, un rayo de sol me golpeó los párpados, y abrí los ojos en mi antigua habitación, un año antes, el día exacto en que mi vida se fue al infierno, y esta vez, no seré la víctima ingenua; esta vez, la venganza sería mía.