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Gala tiene la vida perfecta, o eso cree todo el mundo. Una carrera, un trabajo existoso, un novio que quiere comprometerse con ella... Hasta que Kay llega para desordenarlo todo.
Aquel viernes de enero el despertador volvió a sonar a las seis de la mañana, como cada día de diario. Martín tenía siempre el mismo horario de trabajo. De ocho de la mañana a cuatro de la tarde. De lunes a viernes. Fines de semana y festivos libres. Llevaba diez años con ese horario, desde que empezó a trabajar en septiembre de 2012 en aquella empresa, después de graduarse en ingenieria informática.
Lo apagó de inmediato y saltó de la cama, yendo directamente a la ducha. Fuera de su armario colgaba su traje azul marino, impecable y elegante, al igual que él. Al salir de la ducha, después de unos minutos dentro de ella, se afeitó a pesar de no haber rastro alguno de barba y comenzó a vestirse. Mientras se ponía los zapatos, escuchó la puerta de la entrada abrirse y cerrarse de nuevo. Miró su reloj y supo que era Judith, la empleada que venía unas horas al día a limpiar su casa. Tampoco podía ser nadie más. Ella era la única que tenía copias de las llaves de su casa. Se ató la corbata, observándose en el espejo de cuerpo entero de su habitación con aprobación, y escuchó pasos acercándose a su habitación. Cogió su maletín mientras veía a Judith entrar por el reflejo del espejo.
- Buenos días señor, pensé que ya estaría de camino a la oficina. ¿Quiere que le prepare el desayuno?
Martín la miró a los ojos en silencio mientras veía como las mejillas de la joven se sonrojaban. No, no había sido ninguna equivocación, Judith llevaba cuatro años trabajando para él, desde que tenía los 16 años recién cumplidos, y conocía a la perfección sus horarios y su rutina. Él le había dado de alta en la seguridad social, le había recomendado entre sus colegas del trabajo para que pudiese trabajar las horas suficientes e incluso le había ayudado a buscar piso. Además de ser el que mejor le pagaba.
- No Judith, te lo agradezco pero no tengo tiempo. Tengo una reunión importante a primera hora. ¿Podrías prepararme la maleta con ropa para el fin de semana? Me iré de viaje con Gala.
- Claro que sí señor, si me disculpa empezaré primero con otras labores mientras usted termina de prepararse.
Y, antes de que Martín pudiese mediar palabra, ella ya estaba fuera de la habitación. Suspiró y, tras ponerse su abrigo y coger las llaves de su BMW, caminó hacia el hall. Una vez allí, tras abrir la puerta, elevó la voz para despedirse de Judith, pero no recibió respuesta. Martín miró al cielo y, tras verlo encapotado de nubes teñidas de negro, entendió que se aproximaba una tormenta.
A 50 kilómetros de allí, Gala abría sus ojos verdes mientras bostezaba. A ella no la había despertado ningún despertador, sino una extraña y molesta vibración. Palpó su colchón hasta localizar su teléfono y contestó con un hilo de voz, aún medio dormida.
- ¿Sí...?
- No puede ser, ¿te has quedado dormida otra vez?
Gala guardó silencio. Era su padre. Y por su voz sabía que estaba bastante enfadado.
- Lo siento papá, el despertador no sonó.
- ¿No sonó, o simplemente olvidaste ponerlo, como te pasa todos los días?
Ella suspiró y miró la hora. Eran las siete menos diez.
- Me preparo rápido y en cuarenta minutos estoy ahí.
- Gala, la reunión empieza a las ocho en punto...
- Cuarenta minutos papá, te lo prometo.
Colgó y corrió hacia la ducha mientras se desnunaba. Probablemente no pudo estar ni cinco minutos en ella, salió corriendo hacia su habitación, sin haberse secado del todo bien aún. Tras ponerse la ropa interior, se enfundó en una falda y en una blusa. Se hizo una coleta alta, se maquilló lo más sencillo y rápido posible y se subió a sus tacones mientras se ponía su blazer favorita. Suspiró, metiendo su móvil en el bolso, y salió corriendo de su casa. Bajó las escaleras corriendo, sorprendiéndose a sí misma por poder andar así de rápido en tacones, y subió a su humilde coche marca Seat. Sonrió mientras pensaba en todas las veces que tanto su padre como Martín le habían dicho que debía cambiar de coche y comprarse otro que estuviese a su altura. Pero aquel coche había pertenecido a su madre. Y hacía muchos años que no la veía. Aquel coche era lo único que quedaba de ella. Suspiró mientras arrancaba el motor, y entró en pánico cuando vio que no arrancaba. Después de intentarlo varias veces, volvió a salir del coche y empezó a maldecirlo, a maldecirse a sí misma, y a maldecir a la serie de Netflix que había hecho que anoche se acostase tan tarde y que, bajo su punto de vista, tenía la culpa de que se hubiese dejado dormir. Su móvil empezó a sonar. Eran las siete y cuarto. Ella necesitaba veinte minutos para llegar a las oficinas. Si no habían atascos, claro.
- ¿Martín...?
- Buenos días, te estamos esperando para desayunar, ¿vienes de camino?
Ella abrió la capota de su coche, intentando mancharse lo menos posible, y miró todas aquellas piezas como si fuesen una ecuación sin solución. No entendía nada de mecánica.
- Sí, justo iba a arrancar el coche... Pero no me dará tiempo de desayunar, así que no me esperéis.
- ¿Estás segura? Llegarás a tiempo a la reunión, ¿no?
- Sí, no te preocupes, llegaré a tiempo... Nos vemos allí.
Gala colgó la llamada sin decir nada más y llamó de inmediato a su mecánico, pero no abría hasta las nueve. Se quitó la blazer, ya que a pesar del frío empezaba a acalorarse por los nervios de saber que no llegaría a la reunión, y sintió que en cuestión de segundos empezaría a llorar.
- ¿Puedo ayudarte?
Se giró al escuchar una voz masculina. Era un chico que rondaría los treinta, moreno, de pelo rebelde y ojos azules. Definitivamente, no lo conocía. Esa cara no se le olvidaba fácilmente.
- Mi coche no arranca... Tengo una reunión en menos de una hora y, si no llego, mi padre me mata.
- Mi padre también es mi jefe, así que te entiendo perfectamente.
El joven se acercó al coche y empezó a tocar y mover piezas de las que Gala no sabía siquiera su existencia.
- Ya, la gente suele tener una idea equivocada, se piensan que por ser empleados de nuestros padres vamos a tener un trato de favor... Oye, agradezco tu intención, pero...
- Tienes un problema con el motor de arranque.
- ¿Qué?
El chico no pudo evitar sonreír al ver su cara de miedo y se limpió las manos con un pañuelo que llevaba en sus vaqueros.
- No te preocues, no es nada caro ni tardío, esta misma tarde lo tendrás listo.
- ¡Lo necesito ya! ¿Cómo llegaré a mi reunión?
- Montando una pataleta de niña pequeña no arreglarás mucho...
Su móvil volvió a sonar. Su padre. Notó como sus ojos se llenaban de lágrimas.
- Lo siento, bastante has hecho ya por mí sin ni siquiera conocerme... Ya me las arreglaré, muchísimas gracias por todo, de verdad.
Ella bajó el capó de su coche y esperó a que su padre dejara de llamarla, con la intención de llamar a un taxi. Tras unos segundos de incómodo silencio, él volvió a hablar.
- Me llamo Kay, y esa de allí es mi moto. Si quieres puedo llevarte a esa famosa reunión.
Gala miró hacia la dirección que el joven señalaba y tragó saliva, con miedo. En su vida se había subido a una moto. Y aquella no era precisamente de licencia.
- No hace falta, de verdad, ya has hecho mucho por mí, llamaré a un taxi...
- Como quieras, fue un placer.
El joven le sonrió y comenzó a andar, alejándose cada vez más de ella. Gala miró la hora en el reloj de oro que le había regalado Martín aquellas navidades. Eran las ocho menos veinticinco... La oficinas estaban a veinte minutos y, viviendo en una urbanización, el taxi tardaría como mínimo quince minutos. No podía permitirse llegar tarde, no otra vez, no aquella vez. Estaba cansada de decepcionar a su padre.
- ¡Kay, espera por favor!
El joven paró de golpe al escucharla y se giró, aunque no se movió de donde estaba.
- ¿Puedes llevarme? Con el taxi llegaría tarde seguro...
Él sonrió y asintió mientras se aceraba a ella. Los dos se acercaron hasta la moto, sin dirigirse la palabra, y, una vez allí, él le cedió un casco.
- Me despeinaré.
- Con esos ojos nadie será capaz de fijarse en cómo tienes el pelo, no te preocupes.
Ella se sonrojó mientras se ponía el casco y el se subió a la moto. La arrancó de inmediato y ella lo abrazó con todas sus fuerzas. Él no pudo evitar sonreír, y ella pudo verlo por el espejo.
- ¿Adónde vamos?
- A la calle Gran Vía por favor...
Él asintió y puso rumbo de inmediato. Ella, sorprendida, disfrutó del viaje y dejó sus miedos atrás. En un viaje de diez minutos, que a ambos se les hizo demasiado corto, estaban en la puerta de las oficinas en las que Gala trabajaba.
- Muchas gracias Kay, de verdad... Te debo un gran favor.
- No es nada, no te preocupes -sonrió él mientras la veía bajar de la moto- Dame las llaves de tu coche y llamaré a un amigo mecánico para que te lo arregle.
- No hace falta, en serio, yo me encargo del coche, bastante has hecho ya... -Contestó la joven rubia mientras le devolvía el casco y se adecentaba el pelo como buenamente podía-
- ¿Es eso, o quieres que mañana vuelva a por ti y no te interesa que te arreglen el coche?
La chica lo miró, sorprendida por su atrevimiento, pero no supo qué contestarle, así que simplemente cambió rápidamente de tema.
- ¿De dónde eres? Hablas muy bien el español, pero prácticamente no puedes pronunciar la "r".
- Quieres saberlo todo de mí, pero yo ni siquiera sé tu nombre.
- Gala.
- Alemania.
Ambos se miraron en silencio durante unos segundos. Silencio que el teléfono de Gala rompió. ¡La reunión! Corrió puertas hacia dentro, sin despedirse si quiera de él, y él decidió sonreír mientras la miraba marchar.
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