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Armando y Alejandra se habían visto solo una vez en la vida; y sin embargo cuando coincidieron de nuevo sintieron una increíble conexión. Los dos traen cosas buenas a la vida del otro; pero a diferencia de lo que se podía pensar su hermana menor a tenido una vida más difícil que el y su pasado amenaza con arrastrarlos a todos. Muy a su pesar su mejor amigo; Cristian, también entra en la ecuación enamorándose de su hermana; así que los dos se dan a la tarea de protegerla incluso de ella misma; aprendiendo que la felicidad no puede durar por siempre y que las pérdidas están a la vuelta de la esquina.
Ahí estaba de nuevo; consolando a su hermana; había sufrido mucho en esos años, la pérdida de su hijo; la muerte de su esposo; su enfermedad; malas noticias una tras otra; empezaba a creerle lo que decía, que para ella no existía la felicidad; la veía luchar cada día por mantener ese equilibrio en su vida, pero como siempre, la felicidad se les esfumaba de las manos y él no podía hacer nada.
"Ale, por favor, está muerto" le apretaba el hombro tratando de no lastimarla, no sabía si estaba herida, pero se aferraba al hombre entre sus brazos.
"No, él no puede estar muerto; ¡me oíste!, ¡tú debes estar bien!, ¡las niñas te necesitan, mi familia te necesita!" lo apretaba con fuerza, debía encontrar la forma de salvarlo.
Él se perdió en sus pensamientos, quería darle paz a su hermana, pero no podía, no podía darle paz; esa paz que prometió darle cuando cruzaron sus vidas años atrás, el conocerla les trajo muchas cosas buenas a ambos, pero parecía todo se obstinaba en quitárselas.
Tiempo atrás.
Armando Álvarez estaba feliz de que la compañía en la que trabajaba mudara su sede a México, seguiría viajando, pero podría pasar más tiempo con su madre, tenía meses sin verla, aunque hablaba casi a diario con ella se sentía inquieto, aun por teléfono la notaba cansada y sabía que, aunque le mandaba dinero, no lo gastaría y seguiría viviendo de forma humilde; era parte de ella y no podía hacer nada estando lejos, así que a partir de ese momento se enfocaría en darle la vida que se merecía.
Su vuelo aterrizo en el aeropuerto de la Ciudad de México a las doce del día; por la hora, cuando llegara, su madre estaría preparando la comida o apunto de comer, así que se despidió rápidamente de su mejor amigo y tomo un taxi hacia la dirección que a pesar de los años recordaba a la perfección; entro a la vecindad y camino hasta el fondo, un poco incómodo ya que había insistido a su madre comprar una casa o departamento y mudarse, pero ella no quiso moverse de ahí, estimaba a las vecinas y no quería sentirse sola en un nuevo lugar, no le molestaba esa forma de vida, después de todo el nació y creció ahí, lo que no le gustaba era que su madre se aferrara; él quería que disfrutara lo que gracias a ella había conseguido; llamo a la puerta un par de veces, pero nadie le abrió.
Espero un par de minutos sin respuesta, recordó que su madre dejaba una llave bajo una de las macetas en caso de necesitarse, la tomo; entro a esa casa de la que salió diecisiete años atrás con la esperanza de darle a su madre una mejor vida; no se molestó en volver, cuando por fin tuvo las posibilidades económicas intento se fuera con él, después que se mudara pero se resignó a que le dijera solo mejoraría las condiciones de su casa, sin embargo, lo que tenía enfrente distaba mucho de lo que imagino; todo se veía desordenado y viejo, sintió una punzada, su madre lo visitaba, le decía que todo iba de maravilla en su vida, no entendía como para ella eso estaba bien; mandaba dinero cada mes para que comprará cosas para ella, la casa, no tuviera ninguna carencia; simplemente no había explicación para ese descuido.
Silvia; era una mujer que no permitiría ese desorden a menos que algo serio pasará, además, al vivir sola, no había motivo para que todo luciera así; dejo sus cosas, entro a la recamara, cuando la vio, un escalofrío recorrió su cuerpo, estaba delgada, a punto de los huesos, ni siquiera se había percatado de su presencia; parecía no verlo, contrastaba totalmente con la mujer que vio meses antes; se desconcertó más al darse cuenta que su madre estaba ciega.
Con un nudo en la garganta la llamo.
-¡Mamá!, estoy en casa-. Su voz se quebraba; era increíble que siempre había sido un hombre serio y hasta frío, era muy difícil que algo doblegara su carácter, en ese momento le dolía ver las condiciones en las que se encontraba su madre.
Silvia rápidamente intento levantarse de la cama, quiso disimular su ceguera, pero fue imposible, si bien, conocía su habitación a la perfección no sabía adonde dirigirse para abrazar a su hijo, sin contar que sus piernas tardaban en responderle, era inútil esforzarse más en ocultar su condición.
-¡Hijo!, ¡ven!, dame un abrazo, ¿porque no me avisaste que vendrías? - se sentó en la orilla de la cama y abrió los brazos, en el fondo la invadía una emoción mayor. sintió que su último deseo si podría ser cumplido.
Armando se acercó, la abrazo y respondió con lágrimas en los ojos.
-quería darte una sorpresa, pero el sorprendido fui yo, ¿porque ha pasado esto?, no debí dejarte sola, de haber estado aquí, tú no estarías- Ni siquiera encontró las palabras para decirlo, debió ser firme al pedirle que viviera con él, pudo haber evitado lo que fuera que le pasara.
-No seas tonto, esto pasaría sola o a tu lado, no quise alarmarte, tienes muchas cosas de las cuales ocuparte, ven, siéntate junto a mí" lo guio a su lado al escuchar que no articulaba palabra alguna decidió explicarle lo que pasaba; "hace unos años enferme, no quise decir nada porque sabría que querías regresar de inmediato, no podía permitir que truncaras tu futuro; sabes que no me gustan los doctores, así que me ha atendido Juanita, la yerbera del mercado, pero, mis achaques van de mal en peor desde la última vez que fui a verte; solo esperaba resistir a que volvieras para decirte algunas cosas y ahora sí, podré descansar en paz- estaba consciente de lo que esas palabras provocarían en su hijo, tambien de que el final estaba cerca para ella, debía ser directa.
Armando se enojó, su madre era terca, pero desde su punto de vista el que decayera su salud podría haberse evitado; cuando no quiso pasar las fiestas con el diciéndole quería acompañar a una amiga que estaba sola, quiso entenderla; creyó que al mandarle suficiente dinero su madre estaría bien-¡Vamos ahora mismo a un hospital!, no puedo quedarme viéndote así-pagaría lo que fuera porque su madre recuperara la salud, agradeció después de todo que tenía los medios económicos necesarios para cubrir cualquier gasto que se presentara pero al ver su reacción se desconcertó más, tenía una enorme sonrisa en el rostro.
-Hagamos un trato, comamos juntos, hablemos, mañana voy contigo a dónde quieras- estaba segura su hijo no le negaría nada, además, necesitaba cumplir su propósito considerando lo dejaría solo.
Armando hizo una mueca, quería objetar, pero no quería disgustarla, no sabía que tan mal estaba su salud, el mínimo enojo podría provocar un declive con lo frágil que lucía; acepto, ella tomo el teléfono junto a su cama y emocionada llamo un taxi, se levantó alisándose el vestido, lo tomo del brazo para salir del lugar.
En cuanto alguien la saludaba Silvia respondía emocionada-Buenas tardes, este es mi hijo, es un hombre muy importante y guapo- a pesar de no poder verlo, recordaba a la perfección los rasgos de su hijo; era alto, su piel de un tono moreno claro le daba un toque de elegancia a sus facciones, sus ojos eran color café obscuro; además como de adolescente hizo trabajos pesados tenía una complexión fuerte, estaba segura su presencia imponía.
Armando solo hacia un gesto, veía que todos en los alrededores sabían de la ceguera de su madre, los niños corrían a apoyarla a llegar al taxi, despejaban el camino para ella, se sintió el peor de los hijos por permitir algo como eso, subieron al auto, el hombre saludo y Silvia repitió lo mismo que a los vecinos, el taxista expreso lo que todos sabían; que él trabajaba duro para salir adelante con su madre; aun siendo reservada en cuanto a gastar para ella, era generosa con las personas que veía lo necesitaban, debido a ellos tenían una mejor calidad de vida por lo dadivosa de la mujer; el hombre condujo atento contándole a Armando como era la vida en el barrio y lo mucho que su madre ayudaba.
Armando seguía entre sorprendido y apenado, todos trataban a su madre con naturalidad a su ceguera, hasta los muchachos de fuera de la fonda corrieron a ayudarle en cuanto los vieron llegar; se veía que tenían tiempo con esta situación y sin embargo el apenas se iba enterando, se repetía en la mente si la última vez que la vio ya presentaba esa condición y por el ajetreo de su vida en Texas simplemente no se dio cuenta.
Terminaron de comer entre risas, por unos minutos ambos olvidaron lo que les aquejaba, pero Silvia tenía un propósito y lo cumpliría, necesitaba hablar con su hijo respecto a su padre.
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