Granja y los
de nuevo, esta vez con más cuidado, y se puso la ropa de trabajo que Lucas le había "amablemente" proporcionado: unos jeans holgados y una camise
herido, decidió que era mejor no desafiar la advertencia de Lucas sobre la comida. Con pasos inciertos, se dirigió
a mesa de madera en el centro, ya repleta de platos humeantes y jarras de agua. Alrededor de la mesa, varios hombres ya estaban sentados, charlan
vía una porción de estofado. Levantó la vista cuando ella entró, y sus ojos verd
orita Kyros -dijo Lucas, co
hombre de unos cincuenta años, con un rostro curtido por el sol y una sonrisa amabl
Juan. Soy el capataz de la granja. Llevo aquí más de veinte años. Me enca
ndo una sonrisa. -H
onrisa pícara-. Vimos el espectáculo de la tarde. ¡Menuda bienvenida te dio el j
a. Lucas, desde la cabecera, le lanzó una mira
Me encargo de las vacas lecheras y de la producción de que
el veterano, quien se ocupaba de las gallinas y los huevos, y parecía saberlo todo sobre el clima. Y Elena, la cocinera, una mujer de manos fuertes y sonrisa bondad
as. Se dio cuenta de lo poco que sabía sobre el mundo real, sobre el trabajo físico y la vida sencilla. La conversación fluía
presión indescifrable. Solo intervenía para responder preguntas directas o para dar alguna instrucción. May
pesar de su vergüenza, comió con apetito, dándose cuenta de lo
a decaer, Lucas se puso de pie. -Mañana, el trabajo empieza al amanecer. Maya, t
sintiendo un escalofrío. El "trabajo duro" del que su padre había hablado estaba a punto de comen