treinta y cinco años, con una estatura imponente que rondaba el metro ochenta y cinco, Lucas poseía una constitución fuerte y atlética, forjada no en gimnasios de lujo, sino
able, que reflejaban la profundidad de su pensamiento y una sabiduría que iba más allá de su edad. Solía vestir con sencille
el sonido del ganado. Su padre, Ricardo Vargas, un astuto y ambicioso empresario del sector inmobiliario, siempre había queri
ar con una habilidad que asombraba incluso a su propio padre. A los treinta años, era un tiburón en los negocios, respetado y temido en Wall Street, pero cada ascenso, cada éxito, le dej
ón ocasional; era una presión constante y asfixiante que permeaba cada aspecto de su vida. Desde que Lucas era adolescente,
a la bolsa de valores. "Naciste para esto. No puedes simplemente tirar todo por la borda por una fantasía campestre. La vida real está aquí, en la ciudad, donde se
dre, Elena, una mujer elegante y preocupada por
Podrías tener la vida que siempre soñamos para ti, la vida que mer
un evento de caridad o una cena importante. "Eres el orgullo de la familia, Lucas. No puedes simplemente desaparecer", le recriminaba, quizás sin entende
de mayores responsabilidades, y cualquier intento de hablar de sus verdaderos sueños era silenciado con burlas o sermones sobre la "madurez" y el "deber familiar". Anhelaba algo tangible, algo real, algo q
tivo, pero se sentía más vacío que nunca. En ese momento, recordó las viejas historias de su abuelo materno, un hombre que había vivido una vida sencilla pero plena cultivando la tierra. Impulsado por esa nostalgia y una desesp
esvencijados, los campos llenos de maleza y el granero a punto de derrumbarse. Pero Lucas vio algo más allá del deterioro: vio potencial, vio paz, vio la oportunidad de construir algo con sus propias manos, algo que fuera auténti
os de reproches por "arruinar la imagen de la familia". Ricardo no podía comprender cómo su brillante hijo había desechado una vida de lujos y poder por el barro y los animales. Pensaba que Lucas estaba en una fase de rebeldía tardía, que se cansaría y volvería arrastrándose. Pero con el tiempo, y al ver la genuina felicidad en los ojos de su hijo, la paz que había en