años má
e ya no era una chiquilla ingenua de dieciocho años que no sabía nada, ni había visto el lado oscuro de la vida. Ahora era un
ase turista, aunque podría haberse permitido un billete de primera clase, pero una persona que había pasado esos años ayudando a los huérfanos no habría sido capaz de gastar el dinero en un lujo como ese. Ahora, gracias
ayudarlos mucho más. Quizás lo que la había hecho darse cuenta del valor de la herencia había sido la cara de felicidad de la hermana María el día que había anunciado, que la recaudación de fondos en la que tanto
orgullo. Esas y otras cuestiones la habían llevado a tomar una decisión que deseaba haber tomado mucho tiempo antes. Las monjas con las que trabajab
preguntas sobre su pasado, que se había convertido en algo que no compartía con nadie. Por supuesto que tenía amigos, pero con todos ellos mantenía cierta distancia,
él de vez en cuando y, después de esos sueños, pa
o había impedido... eso y la carta que le había mandado al abogado de su padre a los pocos días de estar allí; en ella lo informaba de que renunciaba a su herencia. De
te y profesora y, por medio de ese empleo, había llega
espondía por derecho, le había contado toda la verdad de su pasado y el motivo que la había llevado hasta allí. L
bir los ingresos de la herencia; sin embargo unos días después de mandar aquella carta, le llegó la respuesta de un tal D
olucionarla por correo y que, por tanto lo más conveniente era que fuera a Aleman
cuenta de que lo único que temía era su propio miedo. Desde luego ya no tenía por qué teme
pectaba, Elena y él podían estar viviendo los dos juntos en amor y compa
o fiduciario, hubiera muerto. Aquello hacía que las cosas fueran mucho más difíciles para Isabella, que no estaba segura de
lgo preocupada y era el hecho de que Dexte
matrimoniales eran para siempre. Eso la había hecho darse cuenta de lo tonta que había sido todos aquellos años por no mol
o para establecer una buena base para un futuro de independencia. En realidad lo que más deseaba era poder
nudo en la garganta, pero se esforzó por convencerse a sí
ía calificado de insípida a la mujer que ahora llegaba a Múnich. El trabajo duro y la dedicación a los demás habían hecho que los rasgos de Isabella se perfilaran en su perfe
a vivido en Río absorbía algo de la sensualidad propia del pueblo brasileño que tanto veneraba el cuerpo femenino. A
lanca, respiró hondo y paró un taxi para que la llevara a la dirección que le había
r cercano a su oficina, sino también un cheque para correr con los gastos de a
ropa de diseño. Su sensación aumentó cuando vio que el taxista paraba a la entrada de un lujoso bloque de apartamentos. No obstante, pagó y salió del coche con decisión. De camino a la puerta del edificio vio de reojo que un
lgo la hubiera detenido. Sin saber por qué sintió la necesidad de volverse a mirar qué, o quién, ha