puerto a buscarte, pe
ext
tiempo que se recordaba que era una persona adulta, pero ni su cuerpo ni su cere
iendo ese magnetismo sexual que tanto había recordado; sin embargo, viéndolo ahora desde la perspectiva de una mujer hecha y derecha, ese atractivo l
había sido demasiado joven e ingenua para apreciarlo en su totali
que le daba un toque de dureza; y tamb
nido en pr
que lo intentara no podía evi
uciario y, dado que el motivo de t
ía que tratar el tema, y que él actuaría como intermediario entre Dexter y ella. Lo que menos necesitab
contigo -dijo intentando recup
aquel comentario no le había hecho ninguna gracia -. E
idadas, pero el modo en el que la había mirado al recordarle que era su fiduciario parecía decirle que tuviera cuidado. Después de todo quizás no le resultara tan se
poner del control de la empresa, lo lógico era que no pusiera ningún impedimento a garantizarle ciertos ingresos a cambio de mantener las acciones del negocio. Él debía tener en
do: todavía tenía que alzar bastante la cabeza para mirarlo a los ojos. Ya era demasiad
momento en el que Isabella comprobó que el mero ro
a como no lo había hecho ningún otro hombre. El problema era que, hasta solo unos minutos antes, Isabella había estado conv
az de pensar con lógica o de
por
ta el ascensor de cristal donde el
-contestó Dexter cordialm
hijo Robert está encantado con
ecordó el modo en el que solía sonreírle a ella y sintió
on frialdad -. Por alguna razón, todos los arquitectos de la ciudad se
cabo le había ahorrado la molestia de fingir ser un marido feliz, o que ella le importaba lo más mínimo y, al mismo tiempo, le había dado exactamente
-porque sabía que Dexter llevaría el negocio hasta lo más
beza eran mucho peores que unos cuantos metros de altura. Nunca perdonaría a Dexter por lo que había intentado hacer c
nsor se
es abrir
staban en el ático, la parte más lujosa de cualquier e
un sitio barato y cerca de su oficina -
tos: su despacho está bastante